Gracia, según el Diccionario de la Lengua Española, es «don gratuito de Dios que eleva sobrenaturalmente la criatura racional en orden a la bienaventuranza eterna». También es definida como la «cualidad o el conjunto de cualidades que hacen agradable a la persona o cosa que las tiene». Así, algunas personas gozan de un don, como es el caso de los que entonan un canto; otras cuentan con el don de utilizar magistralmente una guitarra o un piano. En el cristianismo también existen el don de la sanidad, el don de hablar en leguas… Como cristiano, siempre me había cuestionado cuál era mi don: soy desafinado para cantar, no puedo tocar instrumentos y tampoco tengo las palabras idóneas para predicar. Pero lo cierto es que de tanto meditar y meditar ahora sé que tengo un don y puedo afirmarlo sin vacilar: a mí Dios me bendijo con el don de la gracia.
Durante mucho tiempo pensé que mi don se relacionaba con el arte de escribir, ya que redacto noticias, crónicas, entrevista y reportajes; sin embargo, no es mi don. Es una ocupación, un oficio, que me es difícil y que llevo a cabo con grandes esfuerzos. Lo mío es la gracia, y de ello hay muchísimas manifestaciones.
De niño, cuando di mis primeros pasos escolares en el refugio para desplazados por la guerra, no entendía por qué los profesores mostraban ciertas preferencias hacia mí. Porque habido tanto niño chorreado y chuña, como yo, las profesoras recolectaban ropa y calzado usados por sus hijos y me regalaban.
En bachillerato pude hacerme de una media beca. Trabajaba y estudiaba, y aunque mi nota era entre 7 y 8 promedio, no faltó aquella maestra condescendiente que permitió que levantara la página de papel bond para que pudiera cumplir con las páginas de mecanografía. Ayuda idónea o no, en aquel momento fue un acto que agradecí.
Salido de bachillerato, cuando un profesor de la escuela Amatepec, donde cursé hasta noveno grado, se enteró de que fui de ayudante de albañil de mi hermano Armando para costearme la universidad, me mandó a llamar y me ofreció pagármela. No acepté por pena, y preferí luchar por una beca en la universidad, que finalmente obtuve, y pude graduarme.
Escalé y entré por la puerta ancha a la profesión de periodismo, hice mis primeras notas cuando mis estudios apenas iniciaban. En el «Diario Co Latino» ocupé un cargo importante y de confianza. En «El Gráfico», que fue mi primera experiencia en el campo deportivo, pese a que los jefes eran Cristian Villalta y Fernando Golscher, de carácter duro, me tuvieron paciencia y vieron gracia en mí.
También puedo decir que fue una bendición de Dios haber llegado a «La Prensa Gráfica», y la gracia de Dios se manifestó todavía más cuando sobreviví a un recorte masivo en 2008, cuando recién me estrenaba en ese periódico.
Desafortunadamente, mi estadía en ese periódico no pudo trascender más de los cinco años. Primero me lo impidió el cáncer en 2012. Al año siguiente lloré amargamente después de verme obligado a jubilarme, y todavía más cuando sin explicación alguna, y sin que nadie me informara, me enteré de que ya no estaba en planilla.
En ese momento se me vino el mundo abajo, creía que mi carrera había terminado, pero de nueva cuenta apareció la mano de Dios: me abrió las puertas para colaborar nuevamente en el «Diario Co Latino» y escribir en las páginas de «El Metropolitano Digital». Más adelante también me ofreció un empleo formal la agencia de publicidad Plan B, y cuando finalmente guardaba los tacos, porque creía que no volvería a las canchas, apareció «Diario El Salvador».
Fue una llamada Luis Laínez, director editorial, quien me puso al corriente del nuevo proyecto, pero más sorprendente y placentero me fue que me invitara a formar parte de él. Lo pensé, pero realmente no había mucho que pensar; para mí, el periodismo es vida, y era mi momento de volver a vivir.
Del trato hospitalario tampoco me puedo quejar, ya que durante los momentos más críticos siempre ha existido una distinción para mí. Recuerdo que muchos médicos y enfermeras (y no por ser un paciente frecuente) me han dado todo lo humano que poseen.
La manifestación más grande sobre mi don llegó en agosto de 2012. De la nada mi noticia sobre la recaída del cáncer se esparció como incendio en maleza seca y de inmediato un ejército de periodistas de distintos medios de comunicación e instituciones se lanzaron a sofocar el siniestro y a aliviar mis penas.
Un mar de gente, entre estudiantes universitarios, dirigentes deportivos, jugadores de fútbol profesional, artistas, médicos, amigos, familia, conocidos y desconocidos se sumaron con ayuda solidaria y oraciones para que yo celebrara el vivir.
Aún busco sin éxito una explicación terrenal al movimiento y la unidad del gremio de periodistas que surgió a raíz de mi dolencia por cáncer. ¿Quién era yo para merecer tanto amor?
Durante mi proceso con la COVID-19 el año anterior pasó algo similar, aunque me costaba respirar, siempre encontré una bocanada de oxígeno en todas aquellas personas que se tomaron el tiempo para hacerme llegar un mensaje por medio de las vías modernas de comunicación.
Hoy, años después, tras haber pasado por innumerables circunstancias, lo tengo claro: lo mío es espiritual. Todo se lo debo al regalo de Dios. Todo me puede faltar, incluso el dinero, pero no la gracia, que es todo cuanto poseo.