Desde chiquito crecí escuchando esa consigna, el mundo en ese entonces se dividía entre la UNO y el PCN. Esa frase emblemática que cuestionaba a la dictadura era mi fuente de inspiración para putear, casi durante toda mi vida, a la Guardia Nacional y al PCN, y digo casi porque durante décadas jamás se me hubiese cruzado por la mente votar por el PCN en una elección.
Decir que eras del PCN en mis tiempos de cipote era convertirte en el hazme reír del barrio y en la escuela. Duarte representaba el símbolo de la rebelión. A la UNO le robaron dos veces las elecciones por medio de un fraude descarado, y Duarte salió exiliado hacia Venezuela. A su regreso decidió continuar en la política y finalmente fue presidente. Duarte se convirtió en un «pain in the neck» para el gran poder y una pieza fundamental en la lucha contrainsurgente. Creo que la historia ha sido injusta con él, pero esa es harina de otro costal.
Chuponeando un pedazo de semita en mi cafecito, sentado tranquilamente donde suelo comprar mi baguette para hacer mis paninis con frijoles, leí en Twitter la controversia generada, en ese mismo lugar donde me encontraba, por haberle negado el servicio a una pareja del mismo género acusándola de practicar «actos indecorosos». Esta acción homofóbica desató una ola de repudio contra el negocio. Yo, como típico ciudadano que quiere estar «in» y por estar de acuerdo en esta lucha, me sumé al boicot, a pesar de que eso significaría no volver a comprar la semita que, para mí, era la mejor semita de la ciudad.
Esta acción discriminatoria en un ambiente de elecciones trajo a mi memoria una de las tantas campañas que nos tocó cubrir, y que valga la comparación, también fue tildada de indecorosa.
Resulta que en 2006 fuimos contratados por el BID para darle seguimiento a «historias de vida interesantes dentro de la diáspora salvadoreña»; entre ellas, la historia de un compatriota que emigró a Arlington- D. C.-Virginia y se había convertido en un activista muy reconocido en la lucha contra el VIH-Sida. Él había tomado la decisión de regresar a su pueblo natal para incorporarse a la política y correr (traducción literal del inglés que en guanaco significa postularse para un cargo político) para la alcaldía.
Los jefes de su partido rechazaron su candidatura e hicieron lo posible para que no fuera electo en las internas. Esta fue la primera bofetada que recibió de su organización, a la que tanto había ayudado en el área de D. C., Octavo Sector le llamaban, para recaudar fondos («fundraising», le dicen en el norte) y buscar apoyos para patrocinar las campañas. Aunque públicamente las autoridades de su partido nunca reconocieron las razones del rechazo, entre bambalinas se manejó que la causa fue su preferencia sexual.
Esto le dio mayor motivación para buscar otras opciones políticas y demostrar que lo que hace en la cama no era lo importante, sino sus planes para ayudar a su gente; el partido de las manitas le dio la bienvenida, sabía que era un líder reconocido y querido en su pueblo natal y contaba con apoyo de muchos salvadoreños del área de Washington D. C.
Por primera vez en una campaña electoral participaba como candidato a una alcaldía de un pueblito escondido en el oriente del país un aspirante que había declarado abiertamente sus preferencias sexuales, que si bien es cierto en otros países no es motivo de escándalo, en esa parte del oriente del país, con una población principalmente conservadora, religiosa, sacudió a más de alguno. Aunque viéndolo bien, aun en estos días tu orientación sexual o identidad de género sigue siendo un tabú.
Junto a una periodista norteamericana, asignada a cubrir la historia, le dimos seguimiento a «nuestro» candidato por cuatro días. No hubo caserío ni cantón que no visitara. Sostuvo reuniones con pueblos chicos, líderes campesinos, Adesco, agricultores de todo rango… Todos sin excepción le abrían las puertas, escuchaban detenidamente sus propuestas, recibía muestras de cariño. Nosotros, ya con experiencias pasadas en esto de las campañas, no dejábamos de asombrarnos, sobre todo por el choque moralista que aquello representaba.
Su cierre de campaña fue una mezcla de fiesta patronal: cohetes de vara, payasos y un desfile a la Mardi Gras guanaco. El candidato, feliz de la vida, montado en una carroza decorada de luces, acompañado de reinas de colonias y haciendo uso de toda su libertad, lanzaba dulces, besos y collares de perlas chinas. Así, emborrachado de una bienvenida que ni él mismo se la creía, dio punto y seguido aquella campaña atípica y tocó esperar el día D.
Muy temprano en la mañana el candidato se levantó e hizo un breve recorrido por las mesas de votación y agradeció a todos los vigilantes y miembros de las mesas receptoras de votos. Yo me identifiqué por completo con aquel aspirante, por todo lo que él representaba, e hice todo lo posible para inscribirme como vigilante de urna y poder votar en aquel municipio lejos de Mejicanos.
Santiago, mi compañero con quien hacíamos la cobertura, no se calló y me dijo: «Chino, hasta ahí no vamos a llegar, cómo se te ocurre que vas a votar por el PCN, es el partido que ha sido responsable de golpes de Estado, de masacrar a estudiantes, de forzar exilios; es el partido tata de los escuadroneros». Yo estaba totalmente de acuerdo con él, pero creo haberle dicho: «Mira, este “brother” no representa nada de ese pasado; yo no voy a votar por las manitas, voy a votar por su coraje (huevos), por dignificar su lucha y porque también nos representa a todos los que hemos tenido que salir del país». Palabras más, palabras menos, pero creo que ese fue el argumento que me servía para automedicarme y no tener sentimiento de culpa de darle mi voto por primera vez al detestado PCN.
«El candidato» se acostó en su hamaca, típico de la gente de oriente, y desde ahí coordinó a todos sus voluntarios. En este pueblo, como en muchos otros, las urnas son colocadas en una de las calles principales, por lo que después de las primeras urnas contadas ya sabes quién ha ganado. Dicho y hecho, después de seis urnas, la tendencia era irreversible: el alcalde en turno estaba ganando en todas las urnas y no había forma de que pudiese remontar.
Ahuevado, acompañé a su mejor amigo, quien era también su jefe de campaña, a informarle que lo habían talegeado. El candidato estaba tranquilo meciéndose en la hamaca, recibió la noticia fríamente, y ante la pregunta de la periodista gringa sobre qué pensaba de los resultados, respondió: «Ellos son los que se lo pierden».
Yo, como siempre de metido, esperé el cuestionario de la extranjera y quedito me acerqué y le pregunté: «¿Dónde crees que fallaste?». Él dudó, pero después de unos segundos reflexionó: «Soy novato y quizá me faltó dar tamales o pollo Campero».
Yo creo que le faltó mover a la gente, no bastaban los abrazos y las simpatías en las visitas que había hecho, debió garantizarles la movilización el día D para no quedarse esperando la talegeada en la hamaca.
PD 1: La alianza FMLN-ARENA me ha quitado un peso moral de encima.
PD 2: Nuestro candidato volvió a participar y la segunda vez ganó.
PD 3: Hasta este día, mis hijos y mi esposa siguen reprochándome haber votado por el PCN, mientras yo sigo aclarando inútilmente que «voté por el candidato» y no por el PCN.
PD 4: Los cheros de mi barrio y la escuela con quienes gritaba a todo pulmón «Duarte, aunque no me harte» no sé si me hubiesen entendido.