Luego de la independencia, en 1821, la democracia en nuestro país enfrentó los mismos obstáculos y desvíos que en toda América Latina. En el libro «La economía en El Salvador en el siglo XIX», de Héctor Lindo, se lee:
«A finales del siglo XIX, El Salvador había logrado un crecimiento económico regular y una gran desigualdad social. El crecimiento económico estaba asociado con la formación de una muy pequeña y poderosa élite en condiciones de utilizar el aparato del Estado en función de sus propios intereses».
Ese grupo oligárquico se gestó a mediados de aquel siglo a partir del cultivo y la exportación del café. Unos eran liberales y otros, conservadores. Su pionero fue Francisco Dueñas, líder de los conservadores, quien entre 1851 y 1871 ejerció la presidencia de la república en cuatro ocasiones.
Su mayor enemigo, a quien derrocó del poder y fusiló, fue el liberal Gerardo Barrios. Pero fue este mismo Barrios quien en su período presidencial, 1859-1863, inició la expropiación de tierras del dominio público al sector privado, «bajo la única condición de que se utilizaran para producir café».
Cuando, a su vez, Dueñas fue derrotado por los liberales, estos culminaron la privatización de las tierras comunales, en 1882, mediante un decreto que decía:
«La existencia de tierras bajo la propiedad de las comunidades impide el desarrollo agrícola, estorba la circulación de la riqueza y debilita los lazos familiares, la independencia del individuo, y contraría los principios económicos y sociales adoptados por la república».
Pero recuérdese que el despojo, la exclusión y hasta la represión o el exterminio de las etnias relegadas fueron una de las manchas de las democracias occidentales desde su nacimiento.
La batalla entre liberales y conservadores se libró en toda América Latina. Guerras, invasiones militares, insurrecciones, golpes de Estado, destierros y fusilamientos fueron cosas cotidianas. El enfrentamiento entre ambos bandos fue sangriento. ¿Pero por qué peleaban?
En el ensayo «Liberales y conservadores», Carlos Malamud dice: «El régimen de Gerardo Barrios más que liberal era absolutista, de culto a su personalidad, de violencia a cualquier precio, de despotismo ilustrado. En cambio el conservador Francisco Dueñas fue liberal constitucionalista».
El liberal era conservador y que el conservador era liberal, un contrasentido. Lo cierto es que ambas facciones eran lo mismo, como sus actuales herederos de izquierda y derecha: igual que el XX, el siglo XIX fue más de pólvora y degüello que de esfuerzos nacionales constructivos.
En su libro, Héctor Lindo advierte que, aunque la universidad fue fundada en 1841, todavía en 1898 el Directorio Comercial listaba solamente 11 ingenieros (cinco de los cuales eran extranjeros), 189 abogados y 144 médicos. Esos eran todos los profesionales que había en el país. Y puntualiza ese autor:
«O sea que los caficultores y los políticos salieron del mismo estrato social. Ellos organizaron las instituciones del Estado, y le asignaron su papel en la economía. Los dos bandos enfrentados estaban de acuerdo en poner al Estado en función de la agricultura de exportación».
Es decir, de sus propios intereses. Las dos facciones peleaban por el control del poder, pero coincidían en el uso del aparato del Estado para beneficiarse ellos mismos. En resumen: la guerra entre liberales y conservadores como entre FMLN y ARENA siempre fue una farsa.
(Próxima entrega: «La extrema derecha»)