Hay cambios que son complejos, llevan tiempo, algunos son dolorosos, según el entramado que se deba desenredar para alcanzar otro «statu quo», generalmente con la expectativa de que sea mucho mejor que el anterior. La complejidad viene dada tanto por la forma como el fondo de la situación a resolver, incluyendo la cantidad de actores que intervienen en el proceso, así como su naturaleza.
El 28 de febrero de 2021, los salvadoreños tendremos la oportunidad de ser partícipes de continuar con la transformación de nuestra sociedad en su expresión política por medio de los gobiernos municipales, la Asamblea Legislativa y, de alguna manera, la de Centroamérica en el Parlacen. Marcando la papeleta, haremos valer nuestra voz, nuestra opinión, el deseo de que las próximas autoridades gobiernen de una forma que resulte en un avance significativo que se traduzca en mejores condiciones para las presentes y futuras generaciones.
Será el día del juicio ciudadano, cuando podremos decidir si las autoridades municipales deben continuar o dar paso a un lado para permitir que otros gobiernen, o si las curules tendrán a los mismos ocupantes o habrá una renovación de colores, ideas, formas y rostros. Frases populares como «una sola golondrina no hace verano», «un voto es ninguno», «ya están elegidos», «para qué votar» tienen mayor frecuencia conforme se acerca el día D electoral.
Pero también la de «cada pueblo tiene el gobierno que se merece» se impone. Es innegable que la última jornada de elección presidencial nos dio una gran sorpresa, permitiendo el inicio de una transformación de fondo y forma, lo que para muchos ha significado un cambio radical, a favor o en contra. Y puede haber más sorpresas a la luz de los resultados de encuestas sobre cómo votarían los salvadoreños «si las elecciones fueran hoy».
Estos datos generan pavor en los institutos políticos tradicionales que reconocen, en público y/o privado, que la nota otorgada por los ciudadanos a su gestión es malísima, hasta el punto de hacerlos casi desaparecer. Son pocos los que aún se mantienen aferrados a un color, a un himno, a una dádiva que por décadas no les ha permitido ser participantes de una transformación necesaria y urgente para nuestro país.
Por supuesto, tienen derecho a hacerlo. Votar es el mecanismo más democrático que tenemos para enviar un mensaje rápido y directo a quienes no quieren acompañar los cambios exigidos, incluyendo los del sistema electoral actual que adolece de grandes imperfecciones y vacíos.
Es inaudito que una autoridad del TSE emita juicio previo y luego se siente en el trono a dictar veredictos sobre el mismo tema. Como lo es que un alcalde siga demandando más recursos que salen de nuestros impuestos, pero despilfarre en una fiesta patronal.
Que un diputado no recuerde siquiera cinco leyes aprobadas con su voto durante los años que ha estado sentado en la llanura. Deben ser cambiados. El día del castigo o la recompensa se acerca. Y se repite cada tres años.