En el mundo, los últimos años han sido de vértigo. Eventos sanitarios, económicos y de hostilidad comenzaron a marcar una ruta que no estaba prevista. Me atrevo a decir que todos los países fueron sorprendidos. Y las secuelas son devastadoras.
Tanto las grandes economías como las pequeñas luchan por ser supervivientes en medio de turbulencias, chacales políticos, seudoeconomistas, «emprendedores de odio» y maestros del engaño, en los que solo los verdaderos líderes conducen con éxito las naves de sus naciones.
Tener mercaderes, gerentes de negociantes o durmientes en las sillas de poder ha sido lo más peligroso para cualquier país, o al menos en el nuestro. Así nos lo ilustra la historia reciente.
Para el caso, lo que se suponía que pasaría en favor del pueblo después del conflicto bélico no sucedió: seguridad, crecimiento económico, desarrollo social, oportunidades y empleo para todos, entre otros aspectos, jamás llegaron. Los protagonistas de la guerra se hermanaron y terminaron comiéndose hasta las migajas.
Sin embargo, la vida les dio otra oportunidad. Los terremotos de 2001 abrieron otra puerta para demostrar que El Salvador tenía líderes políticos que eran capaces de ayudar a quienes les dieron su voto de confianza. Lo menos que se esperaba era que los gobernantes de ARENA, con todo el séquito empresarial detrás de ellos, ocuparan los recursos del Estado para aliviar el sufrimiento y la agonía de los miles de familias que perdieron todo. Incluso, que hicieran realidad la tan desgastada responsabilidad social y filantropía de la que tanto han alardeado. Ni lo uno ni lo otro.
Bueno, hubo un halo de esperanza cuando Paco Flores y sus secuaces recibieron millones de dólares en ayuda de países amigos, entre ellos Taiwán. Las familias afectadas se quedaron esperando que al menos un dólar llegara a apaciguar sus aflicciones. Todo el pueblo sabe que el dinero fue robado cobardemente a plena luz del día.
El FMLN tuvo la oportunidad de enmendar la situación, pero terminó degustando las mieles del poder y sus líderes se enriquecieron con las jugosas mordidas de los perversos carroñeros.
Muchos salvadoreños seguramente se preguntan qué habría pasado si el coronavirus y la crisis económica mundial generada por la guerra entre Rusia y Ucrania se hubieran dado en los gobiernos de ARENA y del FMLN. La respuesta, aunque obvia, es contundente: el pueblo moriría y los billetes verdes rebalsarían en las bolsas de tricolores y rojos.
Pero las casualidades no existen. Dios permitió que el país recibiera un golpe de timón en la conducción de su destino. Y ahora, democráticamente, Nayib Bukele está a la cabeza de una nación que busca reivindicarse ante tanta adversidad y lucha por cambiar el desastre de 30 años. Para lograrlo, mueve sus piezas de ajedrez en favor de su pueblo y en contra de los descalabros mundiales. Pero también planta batalla en contra de los nefastos ladrones locales que aún merodean el área.
El presidente Bukele cabalga a caballo mientras los opositores van a pie, guiados por ciegos, sordos y arribistas.
Para muestra un botón. En el tablero económico, una vez más quedó demostrado quién tiene sus movimientos bien calculados: mientras las hienas políticas lamen sus asquerosas patas en espera de un desastre gubernamental, de esos que tanto anuncian con ansias sus vasos comunicantes, el líder del pueblo hace una jugada maestra y realiza la compra de la deuda del país que fue heredada por los mismos corruptos areneros y efemelenistas. Deuda que solo sirvió para enriquecer a sus cúpulas, a sus familiares y amigos con los que pagaron mansiones, viajes, ferraris, asilos extranjeros, entre otras cosas.
Pero, debajo de toda esa densa nubosidad provocada por factores externos y entenebrecida por locales, el presidente sigue aplicándoles «uppercuts» para rescatar a nuestra nación.
Sin duda alguna, tenemos un verdadero líder del pueblo, un jinete ganador. Tenemos presidente.