Los datos económicos más recientes han inyectado volatilidad a los mercados internacionales, donde algunos hasta llegan a cuestionar si se acabarán los estímulos monetarios y fiscales que hemos visto.
La semana pasada el dato más importante fue la inflación a abril en EE. UU., el cual estuvo considerablemente por encima de las expectativas. Pero gran parte estuvo influenciado por los efectos base, ya que hace un año la inflación fue inusualmente baja por la crisis de la COVID-19.
Así pues, la inflación en los últimos 12 meses alcanzó 4.2 % versus el 3.6 % esperado, su mayor aumento desde septiembre de 2008. Si se mira la inflación excluyendo los componentes volátiles como alimentos y energía, también sorprendió al alza, 3 % versus 2.3 % estimado.
En consecuencia, los miedos por la inflación fuera de control y persistente se apoderaron de las bolsas. Wall Street cayó más de 2 % ese día y algunos índices sufrieron más, como el tecnológico Nasdaq, que ya lleva cuatro semanas consecutivas de caídas y acumula casi -7 % desde su máximo más reciente.
Este miedo también se puede observar en la cotidianidad. De acuerdo con Google Trends la palabra «inflación» nunca había tenido tantas búsquedas en EE. UU. como ahora. No obstante, pareciera que este término es sinónimo de terror, lo cual no debería ser tomado así, todo lo contrario, puede representar una oportunidad analizándola en profundidad y en contexto.
De hecho, la inflación en la mayoría de las ocasiones concuerda con una fase de expansión económica favoreciendo la renta variable sobre la renta fija y el riesgo de crédito frente al riesgo de duración. Esto se debe a que en dicho momento del ciclo económico existe más dinero circulando en la economía en forma de consumo e inversión empresarial, lo que finalmente se puede convertir en bienestar económico. Así mismo, es posible que las empresas se ajusten al nuevo entorno modificando sus precios o gastos a su favor.
La pregunta es si la inflación es temporal o estructural. Normalmente los efectos base se suelen disipar en el tiempo y es por ello es que la Reserva Federal insiste en que el aumento de la inflación es transitorio y no estructural ni persistente. Por lo tanto, no sería necesario hacer ajustes de política monetaria. El problema se da cuando es estructural, pues lleva a un cambio de política monetaria que finalmente termina aniquilando el ciclo económico y ahí sí afecta a los activos de riesgo. Pero es un escenario que por el momento parece poco probable.
En este orden de ideas, la inflación por sí sola no es mala sino su persistencia y reacción en conjunto con la política monetaria.
Por el momento, la inflación parece ser transitoria y reflejo de una economía en expansión donde los denominados activos reales como la renta variable, el sector inmobiliario y las materias primas tienden a comportarse muy bien. Así mismo, es probable que la rotación de inversiones de crecimiento a inversiones de valor continúe por unos meses más, pero es difícil que este entorno se mantenga de forma estructural, ya que para 2022 las bases comparables serán más normales y algunos efectos inflacionarios, como los cheques directos a las familias, se disiparán.
Es más, los inversores no deberían perder la perspectiva. De acuerdo con un estudio de Bank Of America Merrill Lynch, un portafolio permanente compuesto por activos inflacionarios (materias primas, oro, empresas «value» globales y acciones europeas) solo causa dolor a los rendimientos. Si se hubiera invertido US$1 desde 1974 en este tipo de portafolio, hoy se obtendría US$38. Mientras que si dicho dólar se hubiera invertido en activos deflacionarios (bonos del Tesoro, bonos corporativos grado de inversión, acciones estadounidenses de crecimiento y en el S&P 500) el resultado sería US$104.
En conclusión, lo más prudente es mantener la disciplina con portafolios diversificados realizando ajustes pequeños ligados a sectores más sensibles al ciclo económico. Pero sin dejar de lado las megatendencias, las cuales este año podrían estar tomando un simple respiro.