Como en ningún otro momento de la historia, el Occidente y el Oriente se enfrentan económica, política, cultural y militarmente. Es muy posible que este enfrentamiento se haya expresado en otros momentos, pero no había adoptado las formas abarcantes y explosivas que en este momento estamos conociendo. Se trata de la posibilidad de sustituir el actual mundo unipolar, donde prima la voluntad, el interés y el poder del imperio estadounidense sobre la humanidad por un mundo multipolar y multicéntrico, donde cada país y región del planeta pueda participar en el comercio mundial, desarrollando sus capacidades productivas, participando en el intercambio de bienes y mercancías, beneficiándose equitativamente de políticas financieras que tomen en cuenta necesidades y posibilidades, sin aceptar condiciones infamantes, como ocurre actualmente con el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros bloques imperiales.
Estas dos rutas se enfrentan en estos momentos con mayores posibilidades que nunca para que los intereses de países como los nuestros sean tomados en cuenta. Esto tiene que ver con la política que los gobiernos adopten en la actual coyuntura mundial. No hay más caminos que el de la desconexión de las actuales reglas y el juego imperante y la conexión con el nuevo orden que está siendo construido ante nuestros ojos.
Es un enfrentamiento global que incluye varios escenarios y cuyo conjunto constituye una verdadera y completa guerra, pero diferente a la que hemos conocido hasta hoy. Como en todas las guerras, en esta hay combates sangrientos y destrucción, una confrontación militar como la de Ucrania y otras que no podemos apreciar. Son las poderosas y nuevas tecnologías que aseguran la destrucción de las fuerzas enemigas desde largas distancias, sin que pueda funcionar ningún tipo de defensa, como, por ejemplo, las armas balísticas intercontinentales, frente a las cuales ningún lugar del planeta está a salvo, ninguna ciudad europea o estadounidense es invulnerable; aún más, el mismo espacio estratosférico es hoy un territorio en disputa militar, y la Luna, que ha sido tema de poemas e historias, es una probable base para acciones ofensivas o defensivas.
Sin embargo, es la línea económica la que resulta más evidente en esta confrontación, ya que el dólar que se impuso a la humanidad, después de la Segunda Guerra Mundial, en beneficio de Estados Unidos, que pasó a vivir a expensas de los pueblos del mundo, ese dólar que los salvadoreños conocemos bien, porque se impuso como moneda circulante hace más de 20 años. Ya no es la moneda de intercambio en el comercio mundial porque está siendo sustituida por el yuan y el rublo.
Este cambio se opera en el intercambio de mercancías poderosas como las relacionadas con la energía, el petróleo, el gas natural, el oro o mercancías relacionadas con los alimentos. También el sistema internacional de pagos, hasta ahora dominado por Estados Unidos, está siendo sustituido por un nuevo sistema basado en las monedas china y rusa. Y la ruta de la seda, como se llama el proyecto de China, construye un sostenido espacio de intercambio comercial que abarca países de Asia, África y Europa, en un ejercicio global que asegura la participación de países y regiones a partir de las capacidades productivas de cada quien, en donde cada país puede desarrollar las diferentes condiciones que le son propias, usar las ventajas que le proporcionan sus territorios y superar sus debilidades con ayuda financiera y sistemas diferentes al impuesto por Estados Unidos y Occidente. Este proyecto avanza con rapidez, mientras África, continente que ha sido saqueado inmisericordemente por Europa y Estados Unidos, desangrando y robando a los pueblos africanos, sobre todo Inglaterra, Francia, España, Portugal y Bélgica, construye nuevas relaciones comerciales y militares, en donde ni Europa ni Estados Unidos tienen la primacía.
Los bloques comerciales que se construyen en el mundo expresan esta nueva realidad, y Latinoamérica, que es nuestra casa más cercana, expresa este nuevo momento, donde las relaciones comerciales de nuevo tipo ya no están siendo dominadas ni controladas por Washington, y países grandes y pequeños del continente construyen nuevas relaciones con China y Rusia y otros países fuera del bloque occidental. Esto es lo que ocurre con Argentina, Bolivia, Brasil, Venezuela, México, El Salvador, Nicaragua, y ha ocurrido siempre con Cuba revolucionaria.
Es la construcción de un nuevo orden económico, con nuevas rutas comerciales y con mercados abiertos. La relación entre el comercio y el mercado sufre cambios trascendentales, entendiendo por comercio el intercambio constante e inevitable entre los diferentes países y grupos humanos, a partir del hecho constatable de que ningún país tiene en su territorio todo lo que necesita, de tal manera que ha de cambiar lo que tiene por lo que no tiene, y todo este desarrollo se llama comercio, en tanto que el mercado es la construcción política, militar y geopolítica levantada alrededor del comercio. Es, a partir de estos criterios, que los romanos llamaron «mare nostrum» (‘mar nuestro’) al mar Mediterráneo e impusieron su comercio sobre los otros pueblos, respaldados por sus barcos de guerra y sus legiones. Y el control de este mercado ha sido motivo de guerras, agresiones e invasiones. En estos momentos, este es uno de los terrenos en el que se libran luchas decisivas y el Occidente, bárbaro y salvaje, no está ganando esa pelea. Esta es una buena noticia y una saludable oportunidad para nuestros países.
El Salvador ha de resolver tareas históricas impostergables para situarse ventajosamente en este nuevo escenario mundial: hay que liberarse de poderosas oligarquías atrasadas y hay que recuperar y transformar el aparato del Estado, que ha de pasar de ser una maquinaria dedicada a transformar la fuerza en poder a ser un aparato eficiente, vinculado a las energías y aspiraciones de las mayorías populares de la sociedad. Se trata de un gigantesco esfuerzo de movilización y organización política y de la construcción de una nueva ideología política que ponga en el centro los intereses de la mayoría, desalojando del poder a minorías todopoderosas, hasta ahora. En este afán, la educación y la salud pública han de ser los aparatos políticos más importantes, empezando en ambos terrenos desde los primeros niveles hasta sus niveles más altos. El desarrollo de la agricultura es un aspecto de vida o muerte; si no producimos lo que nos comemos, no podemos aspirar a producir y vender otras mercancías. Para tener una agricultura desarrollada, la política ambiental del Estado ha de asegurar la salud y la recuperación de todos los ríos del país, de la biodiversidad y la vida de nuestro sagrado río Lempa.
A partir de aquí es que nuestro país puede establecer las relaciones internacionales múltiples que necesitamos, buscando amigos y construyendo alianzas en otras partes del mundo, sin olvidar que Centroamérica es nuestro territorio determinante, donde hemos de tener las amistades más fluidas y flexibles. La construcción de una Centroamérica unida, tal como la soñó nuestro Francisco Morazán, es el sueño más preciado que aún sigue pendiente. Tal proceso supone múltiples desconexiones del actual juego planetario impuesto por Occidente, pero también implica nuevas conexiones para instalarnos en el nuevo orden planetario, teniendo una mirada muy clara sobre lo que ocurre en el sur de nuestro continente y lo que está ocurriendo en México, con el que siempre tendremos abundantes hilos de relaciones.