En la mayoría de los países, los políticos y gobernantes no gozan de la simpatía de los ciudadanos. Así lo reflejan las encuestas. Y en la medida que transcurre el tiempo de una administración, los números de aprobación van en picada.
No cabe duda de que existen muchas razones de peso que empujan el nivel de desconfianza de las sociedades. Generalmente, tiene mucho que ver con la corrupción y porque los gobiernos terminan haciendo mucho menos o nada de lo que esperan las personas.
Como resultado, el ambiente político se polariza y las personas son sometidas a pocas opciones electorales o a más de lo mismo. El negocio es obtener el poder a como dé lugar, sin tener realmente la voluntad de mejorar la vida de los ciudadanos resolviendo problemas pequeños o grandes.
El caso salvadoreño es un ejemplo para el mundo. La polarización de dos ideologías resultó conveniente para los que ostentaban el poder económico. No les importaba si gobernaba ARENA o el FMLN, pues siempre supieron llegarles al precio para obtener beneficios para sus empresas, ya sea con la aprobación de leyes o decretos, incluso para evadir el pago de impuestos.
Las tareas colectivas como la seguridad y el desarrollo social y económico de las familias salvadoreñas nunca estuvieron en la lista de prioridades. Alcanzar el poder que da la silla presidencial era solo el fin para el enriquecimiento de las cúpulas partidarias, pues terminaban siendo simples gerentes de los poderosos. Por eso la corrupción arenera y efemelenista, saqueando el dinero del Estado, era permisible para ellos.
Por eso la confianza de los salvadoreños hacia la clase política era cada vez menor. Se llegó al punto de que el conformismo se apoderó del pensamiento de la sociedad. Ya daba igual que ganaran tricolores o rojos. Es que el sistema fue creado para eso.
Las distintas encuestas reflejaron siempre esa desconfianza, al tiempo que mostraban los grandes problemas que necesitaban ser atendidos con urgencia. Sin embargo, de nada valían esas fotos repetitivas del sentir del pueblo. Ni les interesaba a los «torogoces» ni a los propietarios de los mismos medios de comunicación. Es que para estos últimos les fue de provecho la millonaria publicidad gubernamental y el pastel publicitario de los procesos electorales.
¡Qué importaban los problemas de la gente o la desconfianza en los políticos! Pero bien dicen que los grandes matadores del fútbol una necesitan para clavarla en la portería. Y es lo que sucedió en las elecciones de 2019. El pueblo aprovechó la única oportunidad que se presentó para anotarle de taquito al bipartidismo.
Los acostumbrados a mandar en El Salvador lucharon para evitar la asunción de Nayib Bukele. No lo consiguieron. Entonces, muchos expresaron que era cuestión de tiempo para que la «normalidad» regresara al país. La apuesta lógica fue que la gente perdería la confianza en él, por el desgaste de gobierno y porque no tenía partido político fuerte que lo apoyara desde el Poder Legislativo. Además, contaban con sus lacayos en la Corte Suprema de Justicia. Solo había que esperar. ¿Qué podía salir mal?
Es más, trataron de ayudar a la caída de Nayib lanzando todo tipo de marrullería mediática, por medio de sus activistas con pluma, desde el primer día de gobierno.
Las encuestas eran tan ansiadas para saber cómo iba la cosa. Pero, sondeo tras sondeo, la gente no solo mantenía la confianza y la alta aprobación de su presidente, sino que también se elevaba el desagrado y el desprecio hacia los políticos del bipartidismo y sus aliados, tanto así que nadie competía con Nayib en las elecciones de 2024. ¡Cuál desgaste!
Y para quienes se preguntan cómo va la cosa en su sexto año de mandato presidencial, las encuestas responden: CID Gallup: 91 % del pueblo aprueba al presidente Bukele. Ocho de cada 10 ven con optimismo el futuro del país. Y, World of Statistics: Nayib Bukele lidera el ranking mundial de presidentes con 91 % de aprobación.
Estamos ante el poder de la confianza de toda una nación porque el presidente está resolviendo sus problemas.