Hay fenómenos sociales que siempre son positivos para el desarrollo de la humanidad. La participación de las jóvenes generaciones en la vida política, social y cultural de un país es uno de estos. Cuando los jóvenes tienen ideales y se activan para luchar por ellos, no solamente se construye un mejor porvenir para todos, sino que alejan las opciones que se alimentan de la desesperanza, como la delincuencia o la adicción a las drogas, entre otras.
Quienes nacimos después de la firma de los Acuerdos de Paz hasta la llegada de Nayib Bukele a la política, sufrimos un silencio impuesto por las viejas estructuras políticas y por la falta de horizontes y oportunidades.
La política era prácticamente una mala palabra. Un término que remitía a la tragedia, a la pérdida de seres queridos caídos en el conflicto armado. Estaba el temor de volver a las épocas violentas y también el rechazo por los manejos corruptos. Una campaña electoral no era un ámbito seguro.
Nunca vivimos un debate parlamentario en serio, y después supimos el porqué: todo se arreglaba con maletines negros. Los partidos estaban cerrados, nos engañaban diciéndonos que éramos el futuro y que por eso debíamos esperar para ser protagonistas.
Esa visión cambió el día que un joven político comenzó a transformar Nuevo Cuscatlán, y descubrimos por medio de él algo que nunca habíamos visto en ningún político de nuestro país: la cercanía con la población, el oído atento para escuchar a todos, obras que se hacían realidad, el ritmo de trabajo 24/7. Así fue como muchos de nosotros nos sumamos a ese movimiento, que luego se llamó Nuevas Ideas. Así fue que decidimos que queríamos ser protagonistas de esta transformación que nos devuelve a la vida, después de tantos años de represión.
Hoy vivimos el renacimiento de la política en El Salvador de la mano de una juventud que es consciente de que si no tomamos parte ahora en los puestos de decisión, no habrá cambios en el mañana. Si la voluntad popular así lo quiere, seré diputada por San Salvador. Una pieza más de este recambio generacional, que llega para resolver los problemas de fondo del país.
Al igual que en el poder Ejecutivo, aportaremos en la Asamblea un trabajo integral y en equipo que permita el desarrollo pleno del Plan Cuscatlán, que la gente convalidó hace dos años. Y daremos hacia el interior un cambio cultural por medio del debate de las ideas, sin perder nuestra marca de origen: el contacto con la gente.
Los jóvenes somos hoy partícipes de este cambio que, en síntesis, significa: el fin de un ciclo de violencia, injusticia, pobreza, exclusión, frustraciones, destierro; y el comienzo de otro nuevo que será el de la realización de los sueños y anhelos como país y como pueblo.