¿Vale la pena seguir estudiando en la universidad? Esto me lo preguntaba un muchacho que está por iniciar su vida universitaria. Lo hacía con mucha seriedad y con mucha reflexión. Este joven busca darle un profundo sentido de realidad a lo que presenta como su proyecto de vida a mediano y largo plazo. No era una pregunta mal intencionada o ridícula, no había una actitud de malestar o rechazo al compromiso que implica invertir un mínimo de cinco años para obtener un título universitario.
La principal preocupación de este adolescente es el enorme desempleo de profesionales graduados, y luego los bajos salarios con los que se deberán conformar al inicio de su vida profesional. Dos factores realistas que hacen que cualquier entusiasta se desaliente de inmediato.
Aquí están mis comentarios:
A las universidades no se va para ser «obreros calificados», es decir, no se va a la universidad para tener un trabajo. La razón de ser de las universidades es formar el pensamiento analítico y crítico, un tipo de pensamiento que permita conocer más la realidad y transformarla, de tal manera que esa realidad pueda ser más humana. El trabajo, el empleo que se obtiene, es consecuencia de esto último.
El trabajo del profesional no es competencia de la universidad. Sí es su competencia que el profesional tenga claros los criterios en los que descansa la calidad del ejercicio profesional, basados en sus particulares planteamientos filosóficos y en el pensamiento analítico y crítico.
Otra cosa es que algunas universidades convierten la educación superior en un producto comercial, donde lo que más importa es la cantidad de alumnos que se pueden recibir (léase clientes) y no la calidad de la educación superior que se pueda impartir. Estas universidades se preocupan por enviar a la sociedad a profesionales para ser piezas del sistema y ciudadanos conformistas, con una miope mirada de la realidad en la que se está inmerso.
Otro elemento a considerar es que encontrar empleo, así como terminar la educación universitaria, es un complejo sistema de competencia, en el cual comienzan muchos y concluyen pocos. Hay muchísimas razones por las cuales un estudiante no logra terminar sus estudios, así como hay diversas razones por las cuales una gran cantidad de personas termina trabajando de algo diferente de aquello a lo que estudió en la universidad, lo cual genera, en la mayoría de las veces, frustración, amargura y una profunda insatisfacción de vida.
Por otro lado, es inevitable que el avance de la tecnología desplace mucha fuerza laboral humana. Esta verdad histórica es inevitable, así como inevitable es la ingratitud de los bajos salarios en los que se basa nuestra economía, salarios que mantienen la pobreza caracterizada en un constante endeudamiento.
Entonces, ¿vale la pena seguir estudiando en la universidad? ¡Por supuesto que sí!
Los estudios universitarios desarrollan el pensamiento, permiten un constante ejercicio intelectual que va afinando la calidad del análisis para llegar cada vez más a conclusiones más atinadas y con mayor profundidad. Permiten identificar el tamaño del círculo de comodidad en el que vive el pensamiento y dan la osadía necesaria para abandonarlo y encarar el círculo del reto y de los riesgos inteligentemente tomados.
De esta manera se puede encarar la realidad para mejorar la calidad de vida de una manera ética y honorable.