Por años se nos negó la construcción de un país diferente. Fuerzas oscuras bloquearon la posibilidad de trazar un destino diferente y moldearon un El Salvador acorde a sus intereses.
Eso creó una profunda brecha social, un abanico de desigualdades y una gama de problemas nacionales a costa de sus beneficios y fortunas inacabables a costa del sudor de las mayorías, que siempre esperaron soluciones sin respuesta.
Desde que llegó el presidente Nayib Bukele y la actual Asamblea Legislativa, la visión del Estado patrimonial cambió. Es este paradigma el que muchos no logran comprender, acostumbrados a una lógica de defensa de intereses particulares que aún se pueden medir en pírricas agendas que tienen como principal escenario las redes sociales: ahí desfila una serie de opinadores y tuiteros que se creen defensores de una sola verdad, viendo las necesidades y aspiraciones de la gente con criterio selectivo, porque en el fondo para ellos se trata de no afectar a sus mecenas y patrocinadores.
Es la única lógica que prevalece. Sin embargo, al ver más allá, lo que todos los días plantea el Gobierno del presidente Bukele es la necesidad de avanzar hacia el debate del país que queremos. Él, desde el Poder Ejecutivo, y la Asamblea Legislativa, con una nueva generación de diputados, están creando condiciones para un país diferente y para sentarnos todos alrededor de una mesa donde se proyecte con otra tónica el futuro.
Por eso incomoda la inversión social aprobada, las decisiones para enfrentar la pandemia de la COVID-19, el apoyo a la seguridad pública con el Plan Control Territorial o las políticas de bienestar, porque no favorecen a cúpulas y los negocios del Estado con el sector privado son cosa del pasado, aunado a que se cortó esa forma nefasta de gobernar con sobresueldos y compras de gobernabilidad.
En esta línea, ¿de qué se trata el debate? En primer lugar, de sentarse los verdaderos representantes del pueblo. Los diputados son parte de esta discusión, si lo vemos desde un punto de vista teórico-político, por lo que ya están sumando en este sentido, porque con el poder que les confirieron sus representantes están avanzando en desmontar y desnudar todo lo que se heredó y que tanto mal le hizo a la patria, aunque pataleen con la trillada argumentación de «persecución política» porque perdieron su trinchera.
No obstante, hoy más que nunca, se necesita una verdadera sociedad civil compenetrada con el país, no aquella que nació con un objetivo ciudadano y se corrompió cuando vio una posibilidad de engrosar sus finanzas y las de sus directivos con dinero fresco de la cooperación internacional.
Es por esto que hoy muchas ONG miran con profundo interés —particular— el giro que está dando la cooperación internacional para poder financiarlas, porque ven la posibilidad de que pueda drenar dinero fresco para sus cuentas y así nutrir su agenda, donde es fácil ser oposición sin capacidad y compromiso de propuestas para el país. Esto recuerda y sabe al viejo FMLN y luego a ARENA: cómodos desde la oposición, pero incapaces de gobernar.
En segundo lugar, la importancia de una academia y un sector profesional más comprometido, no secuestrado por intereses privados y corporativistas. A las universidades, por ejemplo, les cuesta mucho salir de esa burbuja elitista del conocimiento, porque dejaron de aportar propuestas de solución y se pusieron el uniforme de activistas políticos, mientras que los gremios colegiados de médicos, ingenieros y economistas, por mencionar casos, solo legitiman los planteamientos de la ANEP y de otros grupúsculos privados, pero nunca acceden cuando el Gobierno los invita a ser parte de las respuestas.
Esto también debe cambiar, porque no se trata de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas, ya que en este barco llamado El Salvador cabemos todos.
Y por último, pero no menos importante, está el debate de en qué cancha jugamos y bajo qué condiciones.
Por eso es que «puristas de la ley», que en realidad son abogados y constitucionalistas con agenda bajo el brazo, se oponen al mínimo debate sobre nuestra Constitución.
Asustan con el «petate del muerto» cuando nadie está hablando de reformar los artículos pétreos y les genera escozor que alguien fuera de sus círculos de estudio dé un aporte. ¿Acaso no somos iguales ante la ley? ¿Por qué para ellos no tiene valor la opinión de un obrero, de un campesino o de una comerciante del mercado sobre la Carta Magna y quieren reducir el debate solo a sus mesas de café y wiski? Es ese egoísmo y exceso de rigor científico el que no debe darse más. Por eso preguntémonos todos juntos y esbocemos una respuesta colectiva: ¿qué país queremos? Ya dimos dos pasos, cuando rompimos la partidocracia como herencia perversa del conflicto armado y cambiamos por completo la malévola alianza legislativa que nos mantenía en permanente estado de inercia.
Hoy veamos al futuro y abracémoslo bajo el liderazgo del presidente Bukele y el amplio debate de El Salvador que queremos. La invitación está hecha, aportemos y seamos parte de todo el espectro de soluciones, nunca más el problema o la piedra en el zapato.