La adolescencia es, sin lugar a dudas, la etapa más compleja, más difícil y más peligrosa (por los riesgos que implica) que le toca vivir a una persona. Por eso es que Ana Freud, la hija del célebre Sigmund Freud, llegó a afirmar que «la tarea más difícil para un ser humano es la de ser adolescente…, y la tarea más difícil para un adulto es ser padre de ese adolescente».
En términos generales la adolescencia se inicia entre los 12 y los 13 años y termina entre los 18 y los 20. En ese tramo de vida ocurren las transformaciones más sorprendentes en el comportamiento humano. Aparecen los intereses sentimentales y sexuales, la curiosidad por las cosas novedosas y prohibidas, se despierta la sensación de capacidad para la oposición y la rebeldía, por lo que se generan constantes conflictos y enfrentamientos entre los padres y el hijo adolescente. Debido a este último aspecto los hijos adolescentes prefieren y escuchan más a sus amigos que a sus propios padres. ¡Un verdadero laberinto!
¿Qué pueden hacer los padres para ayudarles a sus hijos a transitar saludablemente por esos años de la adolescencia? Se han gastado ríos de tinta escribiendo libros planteando innumerables consejos para resolver esa inquietud y pareciera que, a la hora de la verdad, ningún consejo sirve, por lo que con frecuencia es inevitable que los padres de familia se sientan frustrados por no poder aplicar esos consejos en su familia.
Desde mi experiencia profesional, aquí algunos comentarios.
Hay que tomar en cuenta que cada familia es distinta y cada hijo adolescente es diferente, y eso complica las cosas.
Al llegar a la adolescencia es importante ampliar los espacios sociales para que los hijos puedan crecer de manera equilibrada. No los podemos tener encerrados bajo siete candados para que no les pase nada. Eso es absurdo e imposible. Es mejor darles criterios de decisiones para que puedan transitar por la adolescencia sin heridas ni cicatrices psicológicas, físicas o sociales.
¿Qué criterios son esos?
En primer lugar, cuando estén fuera de casa no deben hacer nada de lo cual se puedan arrepentir. Poniéndolo en positivo, deben hacer solo aquello de lo cuan se sientan en paz y conformes con ellos mismo y con los demás.
Una segunda recomendación es que no deben hacer nada que cause dolor, humillación o sufrimiento a otros. Dicho en positivo, deben guiarse por una forma de respeto y tolerancia hacia los otros.
También deben aprender a no hacer nada que genere consecuencias lamentables. Es decir, que deben tomar consciencia de que todo lo que se hace, bueno o malo, genera consecuencia. De esa manera deberán aprender a ser responsables con sus propias decisiones.
Finalmente, no deben hacer nada de lo cual se puedan sentir avergonzados. De esta manera no vivirán con remordimiento y mortificaciones, sobre todo a esta temprana edad. Esto es complemento de la primera recomendación. Al ponerlo en positivo, los adolescentes deben hacer aquellas cosas que les permitan sentirse seguros de sí mismo, orgullosos de sus actos y con una autoestima fortalecida.
¿Cuándo comenzar a instruir a los hijos en estas directrices? Se debe iniciar cuando los hijos han cumplido los siete años, momento en que aparece la consciencia moral. Si intenta hacerlo cuando sean adolescentes, es bastante tarde.