El mundo entero fue testigo del terror cuando hombres miembros del grupo islamista radical Hamás dispararon una lluvia de misiles contra cientos de personas que disfrutaban de un evento festivo cerca de la frontera entre Israel y Gaza, causando una gran conmoción en el mundo entero por tanto derramamiento de sangre de gente inocente. Este conflicto es muy complejo y ha convertido a Oriente Medio en un polvorín que está siempre a punto de estallar. A pesar de los esfuerzos que naciones aliadas hacen, de ambas partes, para frenar el conflicto, no siempre tienen éxito.
Como cristianos tenemos el deber de alumbrar al mundo que vive en una tiniebla espiritual, que estos acontecimientos no significan más que el cumplimiento de las profecías desde Isaías, Daniel y el Apocalipsis, y están aconteciendo tal como fueron escritas, y de acuerdo con las profecías, Jerusalén jamás podrá ser tomada por palestinos ni por árabes, le pertenece a Israel. El Dios de Israel siempre defendió y defenderá al pueblo judío, la nación donde nació el gran rey, nuestro salvador del mundo, Jesucristo.
Este conflicto político y religioso por el control de la tierra de Palestina se remonta durante siglos entre el pueblo hebreo y palestino; mientras el pueblo hebreo estaba predestinado a tomar la tierra prometida, los palestinos siempre los han visto como invasores, pero fue hasta el siglo XIX cuando toma mayor envergadura, promovido por el sionismo, un movimiento nacionalista que perseguía la creación de un estado judío y democrático en la tierra prometida del judaísmo, localizada en la Palestina histórica.
Los israelitas, desde que fueron expulsados por el Ejército romano en el año 70, pasaron 2,000 años dispersos en exilio por el mundo hasta que las Naciones Unidas después de la Segunda Guerra Mundial declaró la independencia y la fundación del nuevo Estado de Israel el 14 de mayo de 1948; sin embargo, desde la fundación del Estado de Israel ha experimentado asedios y guerras por parte de sus vecinos, especialmente por las naciones musulmanas. La razón primordial es que los palestinos aspiran a que Jerusalén oriental sea la capital de su futuro estado, mientras que Israel considera que Jerusalén es su capital histórica. Tanto la Autoridad Nacional Palestina como el grupo Hamás reclaman esa parte oriental.
La existencia de la nación de Israel ha sido un verdadero milagro a lo largo de toda su historia, ningún pueblo o nación ha sido tan odiado, más perseguido y asesinado; prueba de ello fue el holocausto judío y de cómo Hitler, el monstruo de los siglos, quería exterminar a un pueblo indefenso, sin ejército, que no tenía nación como Israel. Un odio inexplicable para cualquier sociólogo, politólogo o antropólogo, pero tiene su explicación en el mundo espiritual.
Hay un mundo espiritual gobernado por Satanás que los odia, porque a través de ellos vino el Mesías, el salvador del mundo. Israel sigue siendo el pueblo de Dios y eso explica cómo un país tan pequeño en 70 años se ha convertido en una potencia. Su existencia es un fenómeno inexplicable para el mundo secular; sin embargo, Israel es la evidencia más grande de que Dios existe y por qué el programa de Dios para Israel aún no ha terminado.