En 1959, el escritor guatemalteco Augusto Monterroso publicó «Obras completas y otros cuentos». Allí apareció «El dinosaurio», el cuento más breve de la historia de la literatura en español hasta aquel entonces. Apenas siete palabras que constituían una clara metáfora del mecanismo psicológico de la negación y, por consecuencia, de la actual política mundial, salvo contadas excepciones: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».
Ese era el cuento. La presencia de la bestia muestra el riesgo, el peligro latente y permanente que acecha a la persona (o la sociedad) y la negación a mirarlo de frente, a enfrentarlo.
Según enseña la psicología, la negación es un mecanismo de defensa que consiste en desconocer o ignorar una circunstancia demasiado intensa, demasiado dolorosa, con el fin de escapar del dolor o el terror que nos produce.
La familia (la sociedad) mira hacia otro lado, no registra la presencia de la bestia en el jardín y vive su aparente existencia tranquila, como si nada ocurriese. Como ahora se dice: se normaliza la negación.
Cuando se observa la realidad económica y política de Latinoamérica, por ejemplo, salta a la vista la negación de la clase dirigencial hacia las sucesivas crisis económicas y sociales que mantienen a los países en el atraso, con altos índices de pobreza, desigualdad, corrupción, inseguridad.
Pero si observamos el panorama mundial, también podemos ver a muchos de sus principales protagonistas negando la realidad que ellos crearon con su influencia y sus políticas invasivas. El planeta jamás ha sufrido tanta desigualdad como en el presente.
En el caso de nuestro país es más patética la metáfora de la bestia en el jardín.
Luego de tres décadas de gobiernos de las dos fuerzas políticas dominantes hasta 2019, las estadísticas que revelan la realidad económica y social de El Salvador muestran la pobreza extendida, un alto índice de marginalidad, falta de servicios esenciales como luz y agua en extensas áreas del territorio, deserción escolar, educación deficiente, economía altamente informal, más de 4 millones de salvadoreños emigrados por la falta de oportunidades, enorme concentración de la riqueza, violación permanente de los derechos humanos básicos a la alimentación, a la educación, a la salud, al empleo, a un ingreso digno, a la seguridad, etcétera, corrupción estructural en el Estado y, lo trágico: la presencia en todo el país de las pandillas y del crimen organizado.
Desde hace años estas bandas criminales han operado sembrando la muerte, el acoso, la amenaza constante, cobrando renta al pequeño comercio y a los trabajadores informales, controlando el negocio de la droga y lavando dinero. Miles de salvadoreños fueron asesinados por estas organizaciones criminales.
Ahí está la bestia en el jardín.
Los gobiernos de derecha y de izquierda, las otras instituciones del Estado, los empresarios, los sindicatos de trabajadores, los medios de comunicación, los organismos internacionales con representación en el país, las ONG que operaban en sintonía con esos organismos, los «tanques de pensamiento», los intelectuales de una y otra vereda… todos negaron la presencia de la bestia en el jardín, que crecía y crecía.
Las víctimas fatales de estas bandas y sus familias jamás fueron objeto de la labor de los organismos internacionales y sus comparsas, las ONG. La negación de la bestia invisibilizaba las matanzas y la violencia dentro de la que vivían hasta hace días millones de pobres salvadoreños.
Además de la muerte, la violencia, la persecución y el abuso ejercidos por los criminales, su accionar ha sido un factor importantísimo del atraso y el abandono en que se encontraba el país. Es que la bestia en el jardín impide la vida normal de toda familia, de toda sociedad. Es imposible pensar que se puede salir adelante, que se puede vivir una vida normal, en libertad, con la bestia como amenaza constante en el jardín.
Por eso era inevitable que un día desapareciese la negación y se tomara al rinoceronte por los cuernos. Más tarde o más temprano debía acontecer. Y ha sido ahora, cuando el país ha comenzado a mirar hacia el porvenir y a planificarlo para promover el progreso de todo un pueblo.
La guerra contra las pandillas que lleva adelante el presidente Bukele es el comienzo del fin de la negación con que aún siguen actuando organismos internacionales, oposición, medios de comunicación seniles, seudointelectuales y escribas, todos sobrevivientes de una etapa maldita vivida por el país y soportada estoicamente por la población salvadoreña.
Esta guerra es una batalla de todos. Se juega en ella el futuro del país. Seguimos por el rumbo nuevo que ha impreso este Gobierno o se retorna a la negación de la bestia, de la pobreza, de la injusticia, del atraso, para que los pocos que se han enriquecido con ello vuelvan a tener las riendas del país.
En verdad, si se escucha la voz de la población salvadoreña, esa alternativa no es tal. No habrá posibilidad de que se vuelva al pasado mientras el Gobierno siga firme en su guerra y los salvadoreños sigamos apoyándolo y acompañándolo.