Durante el reinado de Octavio, el más grande emperador del imperio romano, nació en la oscura provincia romana de Judea un judío más. El acontecimiento pasó desapercibido para Roma, sin embargo, no ocurrió lo mismo para las autoridades hebreas. Administrativamente, Judea dependía de Siria, y tenía reyes como Herodes, que funcionaban como títeres de Roma. El momento de este nacimiento era de mucha inestabilidad política porque el mesianismo de los judíos hacía que esperaran el surgimiento de un líder que los condujera en la lucha contra Roma, y como el pensamiento político aparecía en una forma religiosa, dada la sociedad teocrática en que los judíos se movían, este líder tenía que ser un mesías enviado por Dios, el Dios de ellos, de los judíos, del cual se consideraban los hijos predilectos y únicos.
En esos años, los romanos organizaron un censo para efecto de controlar los impuestos, y se aprovechó para perseguir y eliminar a los recién nacidos, como Jesús; de tal manera que, desde su nacimiento, Jesús se vio envuelto en situaciones políticas ásperas, que lo pusieron entre la vida y la muerte, y en un enfrentamiento con diversos rostros y direcciones.
Muchos años después, y al ser asesinado Juan el Bautista, que reconoció ante la muchedumbre el liderazgo de Jesús, a quien nadie conocía hasta ese momento más que sus padres y amigos más cercanos, este hombre joven, inteligente, inquebrantable, asumió un papel para el que estaba suficientemente preparado, tal como demostraron los hechos.
Jesús se inscribió en el territorio del desorden, desde un principio, ya que, hasta ese momento, los líderes y guías que eran llamados profetas se habían movido en las cercanías del poder, pero él buscó a sus amigos de más confianza entre la última gente, la de más abajo, los que no tenían nada más que su fuerza de trabajo. Tampoco tenían preparación y solo contaban con su instinto natural de clase, como Pedro, Andrés, Santiago, Simón, Juan, hasta sumar 12. Y esto constituía una conducta fuera de lo establecido. Aunque Jesús tuviera la formación de un judío creyente, su mensaje entre las masas irredentas y sedientas de libertad y justicia se refirió siempre a esa justicia ausente, a la solidaridad de los de abajo, a la crítica del poder establecido, a la corrupción de las autoridades religiosas y a la difusión de la idea del cielo.
Este mensaje estuvo siempre dirigido a las condiciones materiales de existencia de la población judía y el cielo al que Jesús se refirió era algo parecido a un grano de mostaza, como él lo definió, es decir, a un proyecto de vida diferente y no al cielo ubicado en la otra vida, el que viene después de la muerte, el que nadie puede verificar más que en su fe y su vida futura. Este cielo propuesto era un audaz acercamiento a la vida real de las personas y su discurso hizo renacer las esperanzas del pueblo y pudo convocar y movilizar a muchedumbres que al fin lograban entender el discurso de un hombre culto, conocedor de la ley de Moisés, que era simple como ellos, pobre como ellos, y no era jerarca como los sacerdotes que el pueblo conocía, ni era cómplice del dominio de los romanos sobre el pueblo judío. Por eso, en poco tiempo, Jesús se hizo líder de amplias capas del pueblo judío sin que Roma —las autoridades romanas que controlaban el poder real en Judea— se percatara de lo que ocurría en la cabeza y el corazón de miles de gentes, movilizadas por el verbo de Jesús.
Judea era una provincia complicada para Roma, de modo que el imperio permitía que el derecho de los hebreos fuera aplicado por el Sanedrín, un tribunal de 71 miembros que juzgaban y resolvían, excepto en los temas relacionados con la pena de muerte. En este caso, el gobernador romano tenía la última palabra. En este Sanedrín estaban los judíos más ricos y poderosos, terratenientes, comerciantes y sacerdotes, dueños de la jurisdicción y de autonomía frente a Roma, aunque no de independencia. Jesús chocó inevitablemente con los intereses de este grupo corrupto, tanto por su liderazgo con las masas como por su trabajo de democratización religiosa. Jesús afirmaba que todos eran hijos de Dios y no solo los fariseos, y que para estar cerca de Dios era necesario estar cerca del prójimo y no de la ley, como lo afirmaban los fariseos o abogados de la ley. La ley se ha hecho para el hombre y no el hombre para la ley, decía Jesús.
Jesús denunció la corruptela de la religión judía y en un momento de ira y violencia expulsó del templo y de sus cercanías a la nube de mercaderes y sacerdotes que cobraban por la expiación de los pecados de los poderosos.
Los miembros del Sanedrín supieron que debían eliminar a Jesucristo y lo condenaron a muerte, violando la misma ley hebrea que prohibía los juicios nocturnos y mandaba a hacer los juicios a plena luz del día. También ordenaba hacer el juicio en un local establecido con la presencia de los 71 miembros. Aunque el derecho penal judío no preveía una apelación, las sentencias eran confirmadas inmediatamente, aunque, en este caso, la base jurídica de la sentencia fue el mismo testimonio mesiánico de Jesús. Y algo más: la sentencia fue dada el mismo día en que comenzó el proceso, y la ley judía decía que, si se debía pronunciar una pena capital, debía cumplirse al día siguiente. Además, la ley mandaba una deliberación previa, pero los jueces dieron precipitadamente una sentencia de muerte, violando la ley. Los jueces también debían votar uno por uno, y Jesús fue condenado por un voto en masa. Todas estas violaciones a la ley nulificaban cualquier sentencia; sin embargo, para el Sanedrín, el problema político era que la blasfemia por la que habían condenado a muerte a Jesucristo no era suficientemente atractiva para el gobernador romano Poncio Pilato que, además, no simpatizaba con estos peligrosos e intrigantes sacerdotes sanedristas. Por eso le agregaron a la sentencia la figura penal de la sedición, la cual sí era una infracción que podía enfrentar a Cristo con Roma. Estos pillos del Sanedrín lo acusaron ante Pilato de decirles a las masas que él era el rey de los judíos. Y esto sí podía interesarle al gobernador romano.
Jesús, por eso, fue sometido a dos acusaciones diferentes con dos procesos independientes: un proceso religioso ante el Sanedrín y otro proceso político ante el gobernador. De ahí que la situación se complejizó mucho para Pilato, hombre con muchas debilidades, el quinto gobernador romano de la provincia de Judea, y lo fue por espacio de 10 años —del 26 al 36 de nuestra era—. Su tarea fundamental ante Tiberio, que era el emperador romano en esos momentos, era mantener la calma y la estabilidad en la provincia de Judea, sobre todo en esos momentos de la captura de Jesús, cuando se celebraba la fiesta de las tiendas, que conmemoraba la salida de los hebreos de Egipto.
Pilato hizo una pregunta al prisionero, que había sido trasladado por el Sanedrín a su presencia para que lo condenara por sedición: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Era una pregunta política. Jesús pudo responder que no o que sí, pero respondió con una reserva. «Tú lo dices», le respondió. Ante esta respuesta, los sanedristas aumentaron su presión para que lo condenaran y Pilato invitó al acusado a defenderse, pero Cristo callaba. Ya anteriormente había precisado que su reino no era de este mundo. Pilato estaba convencido de que el prisionero no era un delincuente político y decidió maniobrar para ganar tiempo, y les ofreció a los judíos reunidos en la calle escoger entre Barrabás, que era aparentemente un líder guerrillero de los zelotes que luchaban de forma armada contra Roma, y Jesucristo. Pilato se equivocó porque el pueblo judío decidió que se le diera la libertad a Barrabás y no a Jesús, exigiendo la muerte por crucifixión. Esta era una sanción que aparentemente los romanos habían tomado de los persas y se sabe que la aplicaron contra Espartaco y sus hombres cuando se levantaron contra el imperio, mucho antes de los acontecimientos a los que nos referimos.
La muerte de Jesús fue un conjunto de tramas e intereses políticos ante los cuales Jesús mantuvo su firmeza, serenidad y valentía hasta el final. Por eso sigue siendo ejemplo de honradez plena y de confianza en un mejor destino para los seres humanos, frente a la opresión, la injusticia y los poderosos. Por eso dijo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al reino de los cielos.