Hasta los últimos años, la temática ambiental fue desconocida por los últimos gobiernos de nuestro país. Siempre imperó el criterio casi religioso de que el agua siempre estaría ahí, lista para ser bebida, que el bosque era inagotable y que la naturaleza proporcionaría siempre la vida. Hay que recordar que, en la cosmovisión de nuestras culturas originales, la naturaleza era la madre con la que había que tener buenas relaciones. Pero en la medida en que se producía la acumulación de capital en manos de pequeños sectores poderosos y la acumulación de pobreza en manos de grandes mayorías, se fue tensionando, cada vez más, la relación entre la economía y la naturaleza, y entre la sociedad y el medioambiente.
La pujanza empresarial era entendida, desde hace largas décadas, como una encomiable actitud, sin tomar en cuenta los impactos con contaminantes o depredadores, y así, desde un principio, y en pleno colonialismo, toda la actividad contaminante de la explotación del quilite para extraer el añil no se tomó nunca en cuenta. Al fin y al cabo, ese fue el principal producto de exportación durante buena parte de la Colonia. Una vez lograda la independencia y establecido el cultivo del café, que se convirtió en la nueva exportación del país, ya independiente, tampoco se tomaron en cuenta, en ningún momento, los poderosos efectos contaminantes de la pulpa de café. Esta producía moscas y contaminaba los suelos y las aguas, y en ningún momento las oligarquías cafetaleras aprendieron a producir de esta pulpa ni pintura, ni alcohol, ni papel ni materiales de construcción. Las comunidades eran víctimas de una poderosa contaminación. Mientras, los aparatos del Estado en ningún momento protegieron los intereses de estas comunidades.
El ambiente no se ha relacionado ni con la salud ni con la educación de las comunidades. De tal manera que el agua potable no era entendida como factor de vida saludable para estas comunidades. Y en los planes de estudio gubernamentales tampoco aparecían, ni aparecen, ni el conocimiento de la naturaleza ni del medioambiente.
Posteriormente aparece el cultivo del algodón, en los años cincuenta del siglo pasado. En ese marco, El Salvador fue, en términos proporcionales a su tamaño, el país que en el mundo entero consumió más pesticidas para luchar contra las plagas que amenazaban los cultivos de algodón.
En nuestros días, todavía son atendidos en los hospitales pacientes con insuficiencia renal que son descendientes de aquellas personas que fueron y son contaminadas con los pesticidas usados en las algodoneras del país, sobre todo en la famosa hacienda La Carrera, en Usulután.
Cuando se desarrolla la ingeniería genética y aparecen los productos transgénicos, elaborados en los laboratorios y no en la naturaleza, se autoriza el ingreso de estos productos al país y se producen contaminaciones genéticas que afectan las semillas nativas del país.
Por ejemplo, en el caso de la semilla llamada Terminator, esta lleva en su estructura un gen que determina la esterilidad de esa semilla una vez pasada la cosecha. De tal manera que el campesino que en años anteriores apartaba de cada cosecha lograda la semilla más grande, la más saludable, la más desarrollada, precisamente para usarla en las siembras del próximo año, hoy ya no puede hacer eso, y cada año, para poder sembrar, tiene que volver a comprar las semillas a las empresas locales y extranjeras que operan en el país. Esto genera una dependencia económica, tecnológica y cultural, porque el mundo de las semillas está vinculado a la cultura de las sociedades, y cuando este mundo se hunde a manos de las empresas extranjeras, respaldadas por los gobiernos, son las transnacionales las que imponen su cultura a nuestras sociedades.
Luego llega el momento de los tratados comerciales como el firmado con la Organización Mundial del Comercio. Aquí se establece el verdadero reino de estas grandes empresas que dominan la ingeniería y la propiedad intelectual, para lo cual también se firman tratados. En esta larga ruta con caminos empedrados y llenos de entregas del país al mercado de la industria genética aparece el momento de las leyes ambientales que se establecen en toda Centroamérica, y aparentemente se trata de un buen momento porque se establecerán responsabilidades y compromisos del Estado ante la naturaleza y el medioambiente, es decir, ante los seres humanos. Y este momento, formalmente saludable, produce la actual ley del ambiente, en cuya redacción se hicieron 14 asambleas generales en todo el país, una por departamento, y en todas ellas se consultó al pueblo, diferentes aspectos sobre la relación entre la ley y la economía, el ambiente y los seres humanos. Sin embargo, a la hora de aprobar la ley, no se tomó en cuenta ninguna de las opiniones que el pueblo había dado en estas asambleas. Estas fueron señales que presagiaban los malos resultados.
La ley se respaldó en el artículo 117 de la Constitución y estableció una figura política interesante, que es la consulta popular, la cual aparece en el artículo 25 de la normativa: cualquier actividad, obra o proyecto que pueda afectar de alguna manera a la naturaleza o a la salud de las personas tiene que someterse a una consulta popular que el ministerio del ambiente debe organizar. Esta es una excelente oportunidad para que el pueblo dé una opinión, y la ley establece que las opiniones o votos que el pueblo emita en estas consultas deberán ser ponderados por el ministerio del ambiente antes de otorgar un permiso ambiental a cualquier empresa.
Observemos que la ley dice que deben ponderarse las opiniones, y está diciendo que no son vinculantes y que no obligan al Ministerio de Medio Ambiente, el cual puede, por encima de las opiniones en contra de una comunidad, otorgar el permiso ambiental para que cualquier empresa se instale en cualquier lugar, aunque dañe fatalmente a una comunidad.
Esta decisión se ratificó en el correspondiente reglamento de la ley del ambiente porque allí se dijo que las opiniones de las comunidades tenían que ser con un valor técnico, como si estas dominaran la ciencia o la técnica de la ecología. En estos momentos, la situación ambiental está profundamente deteriorada en nuestro país, con ríos contaminados, con el río Lempa enfermo y con huracanes cada vez más fieros y en mayor número. Esta temática tiene, debe y puede ser establecida como una línea transversal estratégica de todo el hacer gubernamental, porque está en juego la vida entera de la sociedad.