Los partidos políticos tradicionales salvadoreños están en crisis. Desde hace varios años han dejado de entusiasmar a la gente, a tal punto que hoy generan más rechazo que simpatía. De acuerdo con la última encuesta del Instituto Universitario de Opinión Pública (Iudop) de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), ARENA y el FMLN no suman ni el 15 % de las simpatías ciudadanas —cuando antes eran los que agrupaban la mayor cantidad de respaldo popular—, en contraste con el 78.4 % que acumula Nuevas Ideas.
Sin duda, estamos en un momento de inflexión histórica. Pero no es algo que se haya dado fortuita o espontáneamente. Al contrario, es parte de un largo proceso de desgaste de los partidos políticos tradicionales. De acuerdo con el Iudop, estos institutos están en crisis desde hace muchos años, pero parece que sus cúpulas nunca se dieron cuenta ni se dieron por aludidas. Basta ver que muchos de los candidatos a diputados y alcaldes son personas con décadas de rodaje que hicieron de la política un modo de vida, uno muy opulento y confortable.
Las elecciones primarias en los partidos políticos, que debían ser una fiesta democrática y facilitar la participación de todas las corrientes dentro de un partido político, han sido cercenadas y reducidas a tristes parodias, a ejercicios de «ratificación» de candidaturas previamente definidas por un grupo de iluminados que se arroga el derecho de nombrar a sus más leales en los mejores puestos. El descaro ha sido tal que ARENA, por ejemplo, no tuvo ningún reparo en que sus militantes solo tuvieran 84 opciones para elegir a 84 candidatos, una acción en la que «todos» aceptan lo que la cúpula ya decidió.
Los políticos tradicionales han fallado en conectar con el pueblo salvadoreño, no han encontrado las respuestas a las necesidades más sentidas de los ciudadanos y prefirieron construir una torre de marfil para vivir sin preocupaciones. Pero todos los ciclos tienen su fin. Y la crisis actual es la perfecta ocasión para renovar la clase política por el bien del país. Los nuevos diputados y alcaldes que serán electos el 28F tendrán el reto de estar a la altura de las circunstancias históricas.