Los primeros recuerdos de nuestra vida en su mayoría inician entre los dos y tres años, al menos mi persona mantiene recuerdos de esos primeros años de vida en los que ya estuve fuera de una cuna e inicié a explorar el mundo, recibir consejos y guía de las personas adultas que me rodeaban, pero también a desarrollar acciones por mis propios movimientos y esfuerzo.
Basado en mis experiencias, los testimonios de otras personas y lo que he podido apreciar en mis años trabajando en el tema ambiental, quiero sintetizar lo relevante que se vuelve el trabajo en la enseñanza participativa durante las primeras etapas de la vida, en las que el trabajo dentro del núcleo familiar o el hogar será algo que marque para siempre las memorias y los valores que una persona practicará por el resto del tiempo.
Para esta columna ocuparé cuatro ejemplos que están directamente relacionados con el trabajo ambiental que desarrollo. Estos ejemplos son tres niños y una niña, todos viven en contextos distintos y uno es de una generación muy distinta.
Devan, de cuatro años, que está creciendo en la playa El Zonte; Édgar, de cinco años, que está viviendo sus experiencias en el cerro Tecana; Jimena, de cuatro años, que aprende de forma acelerada en la ciudad de Santa Ana, y mi persona, de la generación «millennials».
En mi caso, tuve la oportunidad no planificada de sembrar mi primer árbol a los tres años, en ningún momento mi familia tenía un plan de educación ambiental, pero sí de desarrollarme como alguien líder, por lo que tenía que rodearme de todo tipo de actividad positiva. Ahora en el tiempo puedo entender la influencia que esa acción que parece simple tiene la capacidad de marcar una vida para siempre.
Además de una acción detonante, también fue necesaria una influencia que me sirviera como ejemplo para enfocar de forma inconsciente mi futuro. Ella fue mi abuela, quien tenía una relación muy estrecha con las plantas. Ella les hablaba y hasta piropos les decía, porque hablarles de forma positiva, me decía, es una forma de agradecer y ellas entienden.
Mi curiosidad me hacía observarla mientras preparaba abono orgánico para sus plantas y poder apreciar que realmente ella tenía toda la razón.
Por lo que tener una acción detonante, más una persona que me influenciara, fue fundamental para que en la actualidad esté luchando por salvar a la humanidad de sus propias acciones negativas contra el planeta, pero sé que hoy soy la persona que influencia a Jimena, Devan y Édgar. Además, tengo múltiples oportunidades para generar esos eventos detonantes que los conecten con la lucha ambiental.
Entendiendo cómo una persona puede cambiar su propia realidad a futuro, quiero motivar a todas las familias, docentes, tutores, personas adultas que tienen la oportunidad de guiar a los niños a involucrarse a mejorar su propia realidad ambiental para que lo hagan.
La agenda 2030 nos da poco tiempo para hacer algo, pero si lo logramos, ¿quiénes mantendrán o mejorarán lo que hayamos hecho después de esa fecha? Son la niñez de hoy.