Las primeras ideas de mi libro las escribí en septiembre de 2012, cuando estuve hospitalizado en la unidad de cuidados intensivos (UCI) del Hospital Médico Quirúrgico del Seguro Social, en San Salvador. Había sobrevivido a la cirugía más difícil de mi vida. Mi respiración era asistida y un personal médico me observaba constantemente con un pronóstico muy escéptico. El ruido que se escuchaba permanentemente en aquel lugar provenía del equipo que medía mis frágiles signos vitales. Soportar esa realidad va más allá de la paciencia.
En algún momento pude tomar papelería hospitalaria, y no sé de dónde llegó un simple lapicero que me ayudaría en mi ocurrencia. No era excepcional lo que haría. Simplemente empecé a escribir lo que me sucedía y lo que sentía. Escribir era parte de lo que hacía a diario. Eso no me fue espinoso. En ese momento, se había vuelto mi única vía de escape a tan terrible experiencia.
Al salir del hospital, después de una semana en la UCI, una más en la unidad de cuidados intermedios y un mes más aislado en una habitación de Oncología, siempre seguí albergando la idea de escribir y compartir mi historia, pero temía que no fuera de interés, y por eso lo veía como un sueño que en cualquier momento se podría frustrar. La motivación vino de mis amigos, que me incentivaron a valorar el hecho como un proyecto serio. Quizá pueda decir que ellos me dieron un empujoncito para embarcarme en otra aventura de mi vida.
Conforme avancé en la escritura, me convencí de que el escrito es un texto sencillo (pero muy vívido) cuyo valor como pieza literaria no tendría más que el de testimonial. Pero, más allá de eso, he creído en mi solidaridad con todos aquellos que posiblemente viven lo que yo ya viví. A manera de apoyo, con este libro yo les diría que no se dejen vencer. Y si eso no fuera una excusa suficiente, también apelaría a la crítica de todas las personas que gozan de una excelente salud para decirles que son afortunadas.
Mi historia también refleja una clara manifestación de la presencia de Dios en mi vida. El ministerio de la esperanza para que el que sufre, y que en algún momento no vio la salida. He luchado contra el cáncer, y eso no me hace un héroe, solo un ser que se aferró a la existencia, con plena seguridad de que Dios y la vida no me abandonaron en el momento definitivo.
Así, ocho años más tarde (me operaron el 13 de septiembre 2012), puedo dar fe de que el libro no solo derrumbó mis temores, sino que fue acogido por cientos de personas, y yo no solo gozo de la vida, sino que me encuentro con salud plena.
Antes de avanzar en materia, dejen presentarme. Mi nombre es Santiago Antonio Leiva Muñoz y soy un periodista salvadoreño que a lo largo de 22 años se ha pasado la vida entre las redacciones de periódicos nacionales y las habitaciones de los diferentes hospitales de la capital salvadoreña, sin que ello sea impedimento para disfrutar la vida y todas las bendiciones que finalmente pude robarle al cáncer.
Previo a mencionarles los avatares de mi vida, contadas de forma sencilla en mi libro «A medio rostro, una historia de milagros» —que ustedes podrán conocer paso a paso en las páginas de «Diario El Salvador»—, me gustaría revelarles someramente el cargamento de bendiciones que recibí tras sufrir el último golpe del temido cáncer.
No voy a negarles que después de dejar el hospital en 2012 con solo la mitad del rostro, sin un ojo, sin nariz, con una parte de la boca y con sonda para para comer, viví momentos oscuros y de negación, pero cuando aprendí a aceptarme y mi libro salió a la luz mis lamentos se cambiaron a baile, como dice un himno cristiano.
Mi milagrosa historia llegó a muchos hogares de El Salvador y, mejor aún, me permitió ir a consulados de distintas ciudades de Nueva York y participar en eventos en Nueva Jersey y Maryland.
Ese mismo año, 2015, mi siguiente parada fue Atlanta, una ciudad que me permitió llevar un hito de esperanza a creyentes de diferentes iglesias evangélicas, y constatar la reafirmación de su fe en los milagros que regala Dios y la vida.
También las distintas universidades salvadoreñas me han abierto las puertas para que lleve un mensaje positivo a su estudiantado, y hoy celebro un triunfo más y agradezco a Dios que me haya abierto las puertas de «Diario El Salvador» para llegar a usted cada domingo.
A partir de hoy, cada domingo, las páginas de mi libro se irán abriendo y usted podrá acompañarme y ser parte de esta nueva aventura llamada «Una historia de milagro», donde podrá conocer no solo mi ardua batalla contra el cáncer, sino también las precarias situaciones en las que crecí y de dónde me levantó Dios para llevar un testimonio.