En su origen hasta hoy, los empresarios usufructúan la plusvalía o beneficio de sus ingresos por el que les sirve, llamados clase obrera o proletariado en diferentes modalidades filosóficas, pero siempre esclavos de un patrón. Entre los regímenes totalitarios, todos, socialistas o capitalistas, si no es el Estado en unos son las clases dominantes los otros, y aunque parezca una sinonimia forzada o contradicción, lo único cierto es que las sociedades en todas sus formas políticas establecen una virtual diferencia de clases y en todas hay explotación y las clases menos privilegiadas son esclavizadas, o en el mejor de los casos son compensadas por no tener las habilidades, educación, capacidad o fuerza de trabajo, con subsidios económicos, alimenticios, que eviten sus manifestaciones públicas, sus protestas, rebeldías, atentatorias contra esas clases dominantes, léase: quienes gozan del poder político y económico.
«…La esclavitud es una situación jurídica en la cual una persona es propiedad de otra. La esclavitud ha existido desde los inicios de los grandes imperios. En vez de acabar con las vidas de aquellos que perdían una guerra se les aprovechaba como mano de obra cautiva. Otra forma de ser esclavo era porque contraían deudas o habían cometido asesinatos…» (Isidro Marín, académico, doctor en la Universidad de Sevilla).
En nuestras sociedades hoy, cómo podríamos entender ese concepto de propiedad, supuestamente abolido por los movimientos de independencia en todas las naciones y con el dictado universal de libertad: «Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre; la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas. Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes, que priven de los recursos necesarios para sobrevivir».
Veamos ese mandato a la luz de los acontecimientos de criminalidad indiscriminada que ocurren en muchas naciones de nuestros países subdesarrollados, donde el hambre, la miseria, predispone al ser humano a ser un virtual esclavo o estar sometido a la servidumbre del otro o del poder que gobierna, mediante un velado chantaje. Maltratos, tratos crueles y degradantes están a la orden del día en muchos países, donde si no obedeces, no eres servil incondicional a los que gobiernan, eres acusado, sentenciado, castigado y marginado sin derechos que valgan. Y para muestra unos botones: Cuba, Venezuela y Nicaragua hoy, donde basta no estar de acuerdo con el régimen para ser «ipso facto» víctima sin ser favorecido por ninguno de esos universales y bellos derechos humanos.
Decíamos que los empresarios subsisten en base a las plusvalías o excedentes económicos que perciben explotando la clase trabajadora aquí y en todas las latitudes, y que las doctrinas socialistas proponen eliminar esta relación en sus políticas, pero finalmente en esos regímenes no dejan de existir, porque la economía ordena que habrá siempre un propietario de los bienes, recursos, el capital y los desposeídos de esos bienes que ganarán el pan vendiendo su fuerza de trabajo. En todos los sistemas, incluso los más idealistas. Lo más que puede hacerse para paliar las grandes diferencias es crear leyes constitucionales que aminoren, disimulen la explotación con paños de agua tibia.
Aquí hoy nuestro país en manos de constructivistas, demócratas verdaderos, mentes humanizadoras y tolerantes, creyentes en los valores humanos, han pretendido reestablecer la justicia entre propietarios y patronos y la clase trabajadora, creando leyes punitivas que garanticen un orden social más equilibrado y consecuente con esos valores. Sin embargo, muchos empresarios no quieren entender esa modalidad, ese esfuerzo, y aún siguen apretando el cinturón del pueblo, justificándose con fenómenos extraños, y no solo eso, sino que una banda (no puede llamarse de otro modo) de ellos tienen la desvergüenza de evadir los impuestos, negarse, robarle esos estipendios que necesita el pueblo para subsistir.
Este escrito tiene como objeto plantearse una inquietud haciendo una pregunta: ¿estos explotadores y evasores que roban el alimento al pueblo no merecen el mismo destino de las bandas criminales?