«Hasta lo más sólido termina por desvanecerse en el aire». No soy marxista, pero creo que esa frase de Marx expresa una verdad en cuanto a los hechos históricos.
En el acta de independencia de los países centroamericanos, que cualquiera puede encontrar y leer en internet, se dice que el clamor popular por tal independencia se escuchaba cada vez más fuerte en las calles y las plazas e incluso en los patios y pasillos del palacio.
Era el pueblo llano el que exigía el fin de la dominación española y buscaba convertirse en el constructor de su propio destino. Pero reunidos aparte en ese palacio, los autodenominados altos poderes —sigue relatando el acta en cuestión— se sintieron obligados a adelantarse y a declarar ellos la independencia, con el fin de evitar «que la declare el pueblo por sí mismo, con las nefastas consecuencias que eso tendría para nosotros».
Así dice textualmente ese documento redactado por José Cecilio del Valle. Por eso los firmantes de esa declaración son ellos y no nosotros, el pueblo. Queda claro, pues, que en ese mismo momento ellos, los autodenominados altos poderes, nos excluyen y se apropian con un simple plumazo del protagonismo del proceso emancipador. Ese capítulo, como tantos otros en nuestra historia, fue manipulado y convertido en una farsa. Los hechos están ahí y son evidentes.
¿Pero por qué tendría nefastas consecuencias el hecho de que la independencia fuera declarada por el pueblo mismo? La respuesta es que ya desde entonces ellos eran los dueños de la finca, las 14 familias, los torogozones, los generales, el club del vino, el G20, la élite, la oligarquía, el poder fáctico.
Y así construyeron ellos un Estado, su constitución, leyes e instituciones en beneficio exclusivo de sus propios intereses. Y así convirtieron al Gobierno de su república en la oficina de sus negocios privados. Y a ese sórdido juego de simulaciones, rapiña y exclusión social le denominaron democracia.
Durante ya casi 200 años el pueblo fue el soberano de mentiritas, solo en el papel. En la realidad, la verdadera soberanía residía en el poder económico, en ellos.
Pero ninguna mentira, por muy sofisticada que sea, es eterna. Después de tanta expoliación, abuso y opresión, después de tanta lucha y sacrificios, después de tanto sufrimiento y sangre derramada, el pueblo, guiado por un liderazgo excepcional, decidió terminar de una vez por todas con ese juego perverso y tomar lo que le había sido usurpado y que por derecho le corresponde. El pueblo dijo «basta».
Y constituidos en inmensa mayoría organizada y cohesionada, bregando con paciencia y prudencia pero con claridad y firmeza contra la corrupción y las prevaricaciones del sistema, lo hicimos de manera pacífica, legal y democrática. Hoy nos toca refundar la república y comenzar a escribir nuestra historia verdadera.
Por estas razones afirmo que lo ocurrido el pasado 28 de febrero es mucho más trascendente que lo acontecido el 15 de septiembre de 1821.