Todo se lo debe a una capa diseñada para una ópera. Una ópera considerada la pieza maestra de Modest Músorgski, la única completa del compositor ruso, quien se inspiró en el zar de Rusia Boris Godunov, que gobernó de 1598 a 1605. La ópera retoma el nombre del emperador: «Boris Godunov» (compuesta entre 1868 y 1873 en San Petersburgo).
La capa estaba sobre un maniquí y era París de 1988. Frente a la hermosa pieza había tres aspirantes a costurero, uno de ellos el salvadoreño Raúl Fernández (de unos 25 años), que sobrevivía como podía en aquel país y para quien la experiencia de la costura se limitaba a los años en que vio a su madre Betty y su tía Tita cortar telas para luego confeccionar prendas de vestir.
Pese a su poca habilidad como sastre, el salvadoreño estaba dispuesto a enfrentar la enorme prueba profesional para integrarse a la gran Ópera Garnier, que en aquel momento era dirigida por el balletista clásico Rudolf Nuréyev, nacido en la extinta Unión Soviética y considerado el mejor bailarín del siglo XX.




Encarar un nuevo reto no era extraño para Raúl. Cinco años antes (en 1983) había viajado solo a Francia, con un boleto de avión “abierto” (sin fecha precisa de volver por si todo fracasaba en la Ciudad de la Luz y debía emprender el retorno en cualquier momento), con solo unos billetes en el bolsillo y sin saber el idioma local.
Es más, a solo meses de llegar a la ciudad -y sin saber francés- logró inscribirse en la universidad París VIII (en Saint Denis), pero gracias a una colega española (bilingüe) y a su esfuerzo avanzó en los estudios. Cuando cumplió cinco años de carrera vio el cartel donde la ópera buscaba un costurero.
Consciente de que podía usar la máquina de coser, pero que nunca había cortado tela ni confeccionado prenda alguna, Raúl fue en busca del empleo. Era de mañana y el director de la ópera, Nuréyev, fue quien dio las instrucciones sobre qué hacer con la capa. «Quiero que la copien idéntica. Tienen el material. Tienen hasta las 6 de la tarde», recuerda el entonces impetuoso joven.
«Había visto a mi mamá cómo cortar el cuello, las mangas, todo eso. Y me puse a trabajar y me gustó. A las 6 volvió el director y vio lo que habíamos hecho. Preguntó “¿y esta quién la hizo? Está preciosa”. Me llamó, “me ha gustado lo que ha hecho, pero hay un problema, cuando se le dice que reproduzca una maqueta diseñada tiene que hacerlo así, pero usted la ha embellecido”. Y es que le había puesto unas lentejuelas y el cuello era más alto […] “Está más linda. Vamos a contratarlo, pero la próxima vez no nos haga eso. A no ser que un día haga sus propias cosas”, comparte Raúl de aquel momento.
El salvadoreño lo había logrado una vez más. Fue contratado. Al principio, por seis meses. Luego por un año. Después renovó contrato por dos años, hasta que finalmente lo «titularon» como parte del enorme ejército de empleados de la ópera, también conocida como Palacio Garnier u Ópera de París, ubicada en el distrito IX de la ciudad.
El ingreso del salvadoreño a Garnier es el inicio de la impresionante y vasta carrera en teatros y óperas del mundo que ha logrado, la cual se ha extendido por más de 35 años, y hoy va por más.
Joyas, pelucas y tutús
Napoleón III Bonaparte ordenó la construcción de la Ópera Garnier al arquitecto Charles Garnier, quien la diseñó al estilo Segundo Imperio o Napoleón III. La primera piedra fue colocada en 1861 y se inauguró oficialmente el 5 de enero de 1875.
Raúl Fernández trabajó en el lugar por más de siete años. Conoció el edificio completamente y todo lo que en él sucedía: visitó los tres niveles subterráneos (que incluyen aguas profundas que terminaron por usarse para mejorar la acústica de la Gran Sala), las áreas de ensayo para los artistas, los amplios camerinos, las zonas donde se atesora (en grandes armarios, gigantescas repisas o baúles) el vestuario, accesorios, maquetas (diseños) originales de las puestas en escena desde los inicios de la ópera. Sin obviar los bellos espacios públicos como el Foyer, las escalinatas que conectan con los cuatro niveles de butacas y la Gran Escalera de Honor.
Su curiosidad lo llevó a recorrer todos los departamentos creativos que existían, en los cuales aprendió un sinfín de técnicas para el vestuario, utilería, escenografía, luces y accesorios útiles para obras de teatro y espectáculos de ballet, clásico y contemporáneo.
Recuerda que en el cuarto nivel estaba el área de costura, que se dividía en dos departamentos: «flou», que tiene que ver con vestidos, telas vaporosas, transparencias y donde se ocupaban de los tutús y corsés, entre otras prendas. El otro departamento era el taller de los sastres (ahí estaba asignado el salvadoreño) donde se confeccionaban los trajes para hombres. Excepcionalmente, cosían para mujeres cuando se vestían de hombres.
«En el taller de los sastres había 10 o 12 personas. En el “flou” unas 35 costureras […] trabajando en mesas enormes, y el montón de máquinas de coser a un lado. Al fondo los jefes, revisando todo, y la supervisora que pasaba entre las mesas», indica Raúl.
Cerca se encontraban las modistas que elaboraban sombreros, tocados, coronas con flores de papel o seda, velos de novia. Otro servicio, la armaduría, elaboraba las coronas de metal, para reyes, príncipes o princesas, pecheras metálicas, armaduras completas (con los detalles necesarios como águilas labradas), sables, espadas, machetes, hachas, arcabuces, rifles. Todo el armamento necesario.
«Para hacer las armaduras hacían un negativo del cuerpo del artista y sobre eso vertían el metal y hacían la creación de la pieza. La armaduría tiene que ver, por ejemplo. con cascos de la Primera Guerra Mundial. En algunas óperas, a veces, eran 300 cascos y cada departamento, ya sea el de mujeres, las modistas, la armaduría, tenían sus propias bodegas y sus propios armarios donde todo está clasificado, numerado, en qué año se usó, cuándo se volvió a sacar. Todo se tiene ahí desde que se inauguró la ópera», agrega el salvadoreño.
En el tercer piso funcionaba el «habillement» donde se vestían los artistas, quienes eran ayudados por jóvenes (hombres y mujeres) a colocarse cada una de las prendas. «Cada bailarín tiene quien lo viste, lo maquilla, lo peina, es un ejército de ayudantes. Solo los que hacían el “habillement” eran 40 o 50».
Un área importantísima para el funcionamiento de la ópera era «El gran armario» o «Central costumes». Ahí se lleva el control del vestuario y accesorios que se necesitarán para un espectáculo, reciben lo que se usado en presentaciones locales o que han andado de gira. Ahí verifican el estado de cada pieza, si necesitan retoques, corregir daños, para luego limpiarlos, guardarlos y clasificarlos.
El trabajo en «El gran armario» es enorme si se considera que cada noche había una presentación diferente y con cientos de artistas en escena. Por ejemplo, cita Raúl, una noche se hacía «Boris Gudonov». En la mañana se quitaba el decorado y se ponía el de «El lago de los cisnes», al tercer día se hacía «La valladera».
«Para “El lago de los cisnes”, que es bellísima, solo el cuerpo de baile son 150 bailarines, más los solistas que son como 45, más la figuración que eran como 80. Además del cambio de vestuario para el primer acto, para el segundo acto […] Para “La bella durmiente” hay como 700 trajes. Anduve por toda la ópera, hice joyas, coronas, hice el trabajo de sastres. Las pelucas las hacía pelo por pelo, lo mismo que los bigotes. Anduve en todos los departamentos para vestir a los actores, maquillarlos, horas y horas maquillándolos. Después de siete años me cansé. Ya le había dado toda la vuelta a la ópera», resume el salvadoreño.
Y como era de imaginarse por el gran tamaño de cada producción, en la Ópera Garnier ya no se habla de yardas de tela, sino en kilómetros de tela. Se pide, por ejemplo, siete kilómetros de tul azul y ocho de blanco para hacer tutús que, por cierto, el salvadoreño dice confeccionar «hasta con los ojos cerrados».
Fueron siete años durante los cuales el compatriota formó parte de los 1,800 trabajadores permanentes de la gran ópera parisina. Y como sello distintivo a su vida en Francia, su nombre salvadoreño, Raúl, ahora lo escribe en francés, Raoul.
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MAQUETAS ORIGINALES
Grandes artistas, como Pablo Picasso, diseñaron trajes y decorados para el ballet en la Ópera de París. El salvadoreño tuvo la oportunidad de apreciar los trajes originales (confeccionados a partir de lo hecho por el malagueño).
«Uno de los coreógrafos quiso sacar la obra de “El tricornio”, que incluye los figurines, decorados y telón que el artista malagueño realizó para el ballet. Yo saqué los trajes originales inspirados en su propuesta creativa […] Se conservan todos los bocetos originales de todas las óperas, de Picasso y de otros grandes artistas. Un día, mi jefa me pidió sacar los trajes originales que se conservan en grandes cajas de madera, de caoba, y ahí estaban los vestidos originales del primer montaje, que también vio Picasso. Eso se sacó y de ahí se hicieron las copias de los nuevos vestidos y trajes».