Primero. La clase política tradicional salvadoreña en su conjunto conformada por ARENA y el FMLN, más una media docena de micropartidos comparsas, sufrieron dos debacles electorales consecutivas. En la primera perdieron el Ejecutivo, en la segunda perdieron el Legislativo.
Segundo. Como consecuencia también perdieron el control de la institucionalidad y el soporte de sus otrora poderosos músculos extrapartidarios: la gremial empresarial, ANEP, su «think tank», Fusades y el aparato de medios de comunicación. Estos últimos tres factores perdieron toda credibilidad y entraron en estado de coma.
Tercero. Al avanzar las investigaciones sobre los casos de corrupción ocurridos en los 30 años de bipartidismo, prácticamente todos los líderes y altos funcionarios de aquella clase política están bajo proceso judicial, unos se han dado a la fuga y otros ya están en prisión.
Cuarto. Al entrar en crisis profunda, los partidos tradicionales, sumidos en la absoluta irrelevancia política, reniegan de sus fundadores y sus exdirigentes y esconden sus programas, sus banderas y sus himnos en abierta renuncia a su identidad de origen.
Quinto. El liderazgo de la fuerza política emergente, Nuevas Ideas, encarnado en el presidente Nayib Bukele, alcanza y mantiene sostenidamente en las encuestas más de 90 % de aprobación a su Gobierno, en tanto que los viejos partidos, sumados, no llegan ni a 7 %.
Sexto. En estas condiciones catastróficas, un grupúsculo de dirigentes de la vieja clase política abandona sus partidos, o son expulsados por estos, y se autoproclama representante de una espectral «sociedad civil» que, en realidad, no es más que una sopa de logos y siglas.
Séptimo. Ese grupúsculo intenta imponerse como alternativa a los partidos políticos, entra en franca contradicción y pugna con estos y entre ellos mismos, y la dispersión consecuente los empuja a todos a un excepcional dilema entre el cero y la nada.
Octavo. Así, atomizada, agonizante y al borde del colapso, la oposición llega a las puertas de una nueva contienda electoral con un destino perfectamente previsible: su extinción. La conclusión es inevitable: en nuestro país, en el campo de la oposición política nada nuevo podrá aparecer mientras lo viejo no desaparezca por completo.
Noveno. La buena noticia para El Salvador es que en toda esta reconfiguración hay un pueblo, un partido y un líder avanzando en plena armonía y cohesión hacia el desarrollo.