¿Cuánto vale una persona? ¿Cuál es la valía del ser humano? Estas dos preguntas deberían ser interrogantes cotidianas de cada individuo sobre la faz de la Tierra, ya que uno hace según lo que es y uno es según lo que vale. Por supuesto, depende a quién se le pregunte, pues en este mundo globalizado y mercantilista la persona vale solo según lo que ofrece en rendimiento y efectividad en el trabajo (triste realidad).
Pero dejando a un lado la concepción mercantilista del ser humano (aberración filosófica, por cierto), es necesario comprender desde su fundamento si a la persona humana se le puede categorizar bajo la premisa de valor, y si es así, a qué valor se ha de referir. Ciertamente, valor se refiere a lo que puede aportar un objeto específico a la satisfacción de una necesidad, desde aquí hay ya un problema de concepción: la persona es sujeto y no es objeto.
Ya lo expresaba el filántropo Warren Buffett: «El precio es lo que se paga. El valor es lo que se obtiene». Pues bien, por un ser humano no se debe pagar nada y no debería obtenerse nada como valor de la persona. Eso sí, todo ser en sí ya posee un valor esencial, es decir, su grandeza como ser humano y da valor a su compañía en la medida que ofrece algo que satisface al otro. ¡Claro, ese valor no es mercantil, sino in-sistencial!
De tal suerte que en la medida que una persona satisface más la necesidad de otra, no bajo el concepto egoísta, sino en el de llenar un vacío existencial del otro, ese individuo posee sin lugar a duda mayor valor. De tal suerte que, a más entrega, mayor valor, a menor entrega, menor valor. Ecuación básica de una visión y cosmovisión personalista de la filosofía antropológica y de la ética humanista.
Ahora bien, si se considera lo planteado por el escritor y poeta latino-romano Publilio Siro —que «las cosas valen lo que uno está dispuesto a pagar por ellas»—, es claro que se puede estructurar una perspectiva distinta de lo expresado hasta ahora; es decir, no una cosa, sino un sujeto vale según el precio que le fue dado, ¿será que se le puede dar precio a la persona humana? Desde la visión mercantilista, lastimosamente sí; para la empresa, la persona se convierte en número, objeto indispensable, y por tal, reemplazable fácilmente, pero no, no es ese el caso del enfoque que se quiere exponenciar ahorita.
Lo que se desea plantear es siguiendo la idea de Siro «lo que se está dispuesto a pagar»; y ¿cuánto pagó desde la visión cristiana Jesús de Nazareth por cada individuo de la humanidad que Dios quiso determinar para salvación? Y es que comprender la profundidad expuesta por las escrituras cristianas es potente y vertiginoso, como mínimo; el valor de la persona predestinada está conceptuado por el creador de todo lo existente.
Basta ver Romanos 8:1: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte». Ese precio es de una valía inconmensurable: la vida material del hijo de Dios a cambio de la de toda persona a la que Dios tendrá misericordia.
Por tanto, la persona humana sí tiene un valor, su propia naturaleza en sí es valiosa, ya que como se ha dicho sobradamente en otras columnas, no hay alma igual a ti ni antes ni después de ti, ya solo con eso se puede visualizar el valor del ser humano, pero si a eso le sumamos el sacrificio del Nazareno, entonces se vuelve invaluable el valor de la persona. Así que el individuo no vale desde la visión moderna de valor mercantil, sino que su verdadero valor espiritual está determinado desde la visión cristiana y, por qué no decirlo, filosófica.
Por ende, se podría concluir que ante las dos interrogantes iniciales —¿cuánto vale una persona? ¿cuál es la valía del ser humano?— la respuesta fuera del sucio mercantilismo y materialismo moderno y posmoderno sería que vale en sí y por sí y, además, vale la sangre del Cordero. Pues bien, ese valor es inapreciable, así que antes de querer aprovecharse o dañar a alguien recuerde el valor de esa persona, no tiene cómo comprarla ni cómo restaurarla. De tal manera que solo queda respetarla y admirarla por lo que es, o sea, la cosa más valiosa de la existencia, un ser humano creación e hijo de Dios.