El pueblo salvadoreño ha sido convocado a una nueva cita histórica. El 28 de febrero se celebran las elecciones legislativas y municipales que, sin duda, van a cerrar definitivamente el ciclo de la posguerra iniciado en 1992.
Cuando en una heroica gesta los salvadoreños derrotamos, el 3 de febrero de 2019, a los poderes fácticos e institucionales, aliados para impedir —por todos los medios— la llegada de Nayib Bukele a la presidencia, iniciamos un proceso que esperamos cerrar con estas elecciones.
El tránsito durante estos dos años no ha sido fácil. Como lo indica la dialéctica ley de la negación, siempre lo caduco, lo viejo, se resiste a dar paso a lo naciente, a lo nuevo. Treinta años de usufructuar los bienes públicos, de lucrarse a expensas de la miseria del pueblo, de orquestar un sistema de privilegios para las élites y las minorías económicas no se iban a terminar por un resultado electoral ni por la gestión de un Gobierno con mucho respaldo popular, pero con poca experiencia política y administrativa.
Así que quienes consideraron que saldrían afectados por ese cambio organizaron una sistemática resistencia que se aprovechó de las falencias del nuevo liderazgo para generar una narrativa en la cual la imagen del presidente Bukele sería proyectada de manera repulsiva, provocando una «bukelefobia» que afectó hasta a algunas de las mentes más iluminadas.
Cuando los escépticos y críticos emplazaron al presidente sobre cómo gobernaría con una Asamblea Legislativa dominada por el binomio ARENA-FMLN y él contestó «gobernaré con el pueblo», lo llamaron populista. Cuando ante una inesperada pandemia que abatió al mundo entero priorizó la salud sobre la actividad comercial y tomó oportunamente medidas drásticas, lo llamaron autócrata. Cuando enfrentó el «infierno jurídico» generado por un sinfín de decretos legislativos en connivencia con una serie de resoluciones judiciales que pretendieron atar de manos al Ejecutivo, lo llamaron dictador.
Un coro de voceros de medios hostiles informando sesgadamente o incluso tergiversando los hechos logró cierto eco en el comunidad internacional, proyectando una imagen que día a día, encuesta a encuesta, el pueblo salvadoreño desmentía, incrementando su apoyo y confianza en la gestión de Bukele.
Ha llegado la hora de la verdad. Este pueblo, cansado de un sistema corrupto de dos partidos aliados para mantener el «statu quo», se expresará libremente y elegirá, el 28 de febrero, a sus representantes y gobernantes locales. Ellos tomarán posesión el 1.º de mayo de 2021.
A partir de estas dos fechas veremos el verdadero rostro de lo caduco que fenece, y hasta dónde son capaces de llegar en sus estertores finales, y, por otro lado, el rostro de lo nuevo que se anuncia y se espera.
Creemos que, ya sin los obstáculos institucionales sufridos hasta la fecha, ese nuevo liderazgo pueda reafirmar sus compromisos con el cambio en favor de las mayorías, su respeto a los valores y prácticas democráticas, así como la garantía y defensa de los derechos humanos dentro de un Estado de derecho.
Solo así podremos, con toda razón y sin excusas, expresar en 2024 que El Salvador dio el ejemplo, como lo hicimos acompañados de las Naciones Unidas en la solución pacífica del conflicto, sobre cómo salir airosos de los períodos posteriores al posconflicto.