Durante las décadas en que ARENA y el FMLN estuvieron al frente del Gobierno, la «gobernabilidad» era un tema recurrente en los discursos políticos. Se requería que el Ejecutivo tuviera el suficiente respaldo en la Asamblea Legislativa para pasar sus leyes y proyectos, de modo que la «gobernabilidad» se convirtió en sinónimo de compra de voluntades.
Desde su primera participación como partido político, gracias a los beneficios que logró con los Acuerdos de Paz, el FMLN experimentó el costo de este fenómeno cuando siete de sus 21 diputados electos se desprendieron de la bancada y formaron un nuevo partido, el cual terminó negociando puestos en la junta directiva de la Asamblea a cambio de votos que terminaron aumentando el IVA.
Luego, ARENA continuó la práctica junto con el PCN y el PDC, desarrollando una poderosa aplanadora que no admitía disensos, solo diputados que aceptaban los designios del Ejecutivo. Mientras tanto, la «gobernabilidad» seguía fluyendo generosamente hacia los aliados. Desde esa época, la alianza de los tres partidos se materializó en el reparto de las instituciones públicas, con la FGR reservada para los tricolor, pero con la Corte de Cuentas en manos del PCN y la PGR en poder de la Democracia Cristiana. En esos años, el entonces Ministerio del Interior se convirtió en la oficina territorial de ARENA, un lugar donde había plaza para todos los cuadros y militantes destacados, y desde donde se organizaban las campañas electorales.
Con la llegada del FMLN al Ejecutivo, los mecanismos solo cambiaron de actores, pero, en esencia, la «gobernabilidad» se mantuvo intacta, a fuerza de maletines negros y otras prebendas. Los ahora críticos del presidente Nayib Bukele no tenían ningún empacho en alabar la «excelente gestión» de Mauricio Funes. Rodolfo Párker incluso llegó a decir que Funes se identificaba con los valores y principios de la Democracia Cristiana, y que por eso se encontraba muy a gusto con él. Ahora hay media docena de acusaciones contra Funes por corrupción, y el expresidente, que en algún momento encarnó las aspiraciones de cambio, se refugió en Nicaragua, donde compró su ciudadanía para tratar de escapar de la justicia salvadoreña.
Una nueva correlación en la Asamblea Legislativa que desplace a los partidos tradicionales a meros representantes minoritarios cambiará la lógica perversa que ha funcionado por décadas en el país. Entonces sí tendremos una gobernabilidad, sin comillas, un ejercicio pleno de la representación del pueblo salvadoreño en busca de lo mejor para toda la sociedad, y no los maletines negros.