El tema del narcotráfico y su representación es algo que me ha interesado durante mucho tiempo no solo por las emociones que experimento al ver esas representaciones, sino también por lo que ha implicado el tráfico de drogas en Latinoamérica, pero principalmente en mi país. Así, después de saber que una de las mejores escritoras mexicanas contemporáneas, Fernanda Melchor, había participado en la producción de la miniserie «Somos». (2021) de Netflix, la cual según se decía «retrataba a las víctimas del narcotráfico», decidí verla.
Debo admitir que, junto con «Ya no estoy aquí» (2020), es de lo mejor que se ha producido recientemente de México en esa plataforma. Tanto «Somos» como «Ya no estoy aquí» son dos producciones audiovisuales que retratan a los mexicanos del norte del país: no a esos mexicanos como Cindy que hablan con un acento bastante marcado y que provienen de las élites norteñas blancas. No, en ambas producciones hay mujeres, hombres, adolescentes e infancias que no solo padecen la pobreza sino también un nivel de violencia extremo. Tanto la serie como la película se sitúan durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, así como ambas se basan en situaciones documentadas. Por una parte, «Somos» retrata la masacre cometida en marzo de 2011 por uno de los carteles más sanguinarios de México, los Zetas, a causa de una descuidada investigación de la DEA; por otra parte, «Ya no estoy aquí», la vida de los jóvenes regios de la periferia de Monterrey y el fenómeno de los kolombias.
Ahora bien, creo que «Somos» rompe con una sucesión de películas y series alrededor de los grandes capos del narco, donde se les idealiza o solo se centra en sus vidas, de tal manera que se dejan de lado las vidas y las historias de los otros, es decir, de las víctimas. Si bien, la serie sobre la vida del Chapo tiene un episodio brutal sobre los otros, es tan breve que el espectador debe mirar más allá de las grandes figuras de la serie —narcos y políticos— para corroborar la manipulación y las desgracias que los civiles han vivido por antojo y estrategia de aquellos. Así, «Somos» me regresa a películas bastante potentes como «Heli» (2013), de Amat Escalante —un drama alrededor de una pareja adolescente víctima del narcotráfico— o «El infierno», de Luis Estrada —una comedia y drama que trata la entrada de su personaje principal al mundo del narcotráfico y sus descubrimientos alrededor de este.
Subsecuentemente, la historia de «Somos» no habría sido tan poderosa si solo se hubiera centrado en los zetas 40 y 42. Aquí se retoman los testimonios de los pobladores de Allende documentados por Ginger Thompson, de tal modo que miramos desde los ojos de doña Chayo y se descubre el viciado mundo desde la ingenuidad de ciertos personajes; se sufre a través del dolor cotidiano de las mujeres inmigrantes secuestradas para explotación sexual; nos llenamos de la impotencia de Héctor o del jefe de los bomberos, y se llora con las víctimas. Sin duda, «Somos» traslada a esos años duros de la guerra de Calderón, así como a reconocer que el problema sigue vigente aunque finjamos no verlo. Aquí sigue: tan solo recuérdese lo sucedido en Reynosa en junio de este año, una masacre que arrasó con los otros.