Recuerdo en los noventa haber visto una película denominada «Indecent Proposal» («Propuesta indecente»), cuyos protagonistas principales son Demi Moore, Woody Harrelson y Robert Redford. El empresario multimillonario John Gage —personaje interpretado por Robert Redford— se encuentra en un casino de Las Vegas, en EE. UU., donde le capta la vista una mujer atractiva: Diana Murphy —personaje interpretado por Demi Moore—, pero rápido se da cuenta de que es una mujer casada con David Murphy —interpretado por Woody Harrelson—. El multimillonario se les acerca, los invita a jugar póquer, mostrando su clase y elegancia, y aparentado ser un amigo. Procede a invitarlos a un coctel en su «penthouse» y al final de la noche conversa con la pareja y les pregunta francamente si el amor se podía comprar. La respuesta de los Murphy fue un rápido no, pero Gage insistía probar que estaban equivocados, ya que él, en su mundo de los negocios, decía comprar a personas y voluntades todos los días. Les hace una propuesta indecente: pagarles $1 millón por pasar una noche con ella. Explicaba que una noche pasa y termina en un par de horas, pero el millón de dólares les duraría toda una vida. Aceptan.
Lo que al principio pareciera solucionar todos los problemas económicos de la pareja, al final les complica todo, pues destruye el matrimonio. Quizá hubiesen mantenido firme su respuesta negativa ante la propuesta indecente, no dudar, no irse por el camino fácil y demostrar firmemente sus verdaderos principios y valores: que el amor no se puede comprar. Independiente del amor, en los negocios, en nuestros trabajos, en el hogar, en la política, la justicia, finanzas, economía, etcétera, como salvadoreños todos los días nos enfrentamos con la toma de decisiones. No siempre tomamos las mejores decisiones, las correctas o convenientes. Somos seres humanos, nos equivocamos, y de los errores se aprende; pero algo que debemos tener presente a la hora de tomar una decisión son nuestros verdaderos principios y valores, como la confianza, integridad, honestidad, lealtad, el respeto, la responsabilidad, vocación, ética, entre otros. Definitivamente estos no se pueden comprar o vender por $1 millón o por la cantidad que sea, solamente podrán demostrarse constantemente en el transcurso del tiempo y por medio de nuestras acciones.
De tanto que ha sucedido en los últimos años (pandemia, corrupción, órdenes de captura de exfuncionarios de Gobierno, youtubers, sentencias condenatorias históricas, fiestas en salas de audiencia, ruptura/apertura de relaciones diplomáticas, entre otros) es inevitable pensar ¿hemos perdido nuestros principios y valores? Como salvadoreños, es momento de tomar una pausa, reflexionar y definir que la toma de decisiones siempre deberá ir acompañada de nuestros verdaderos principios y valores. Recordemos: lo que en un inicio pareciera solucionar todos nuestros problemas económicos, emocionales y personales quizá no sea así por no pensar en las consecuencias y el impacto que pudieran ocasionar, independientemente por lo muy grandes, fuertes, pequeños o débiles que nos sintamos.
Por todo lo anterior, ahora es momento de decir: los salvadoreños no estamos en venta. Nuestra voluntad, nuestro voto, nuestra patria, nuestros derechos, nuestras decisiones no pueden ser comprados; aunque exista necesidad y tentación, no debemos irnos por el camino fácil, deberán prevalecer nuestros principios y valores. No permitamos que un John Gage nos haga una propuesta indecente e insista comprarnos, porque está claro que los salvadoreños ¡no estamos en venta!