Hace 15 años conocí a Nayib. Me sorprendió gratamente su visión de país, sus deseos por irrumpir en la política de la forma correcta, su amplio conocimiento de los temas trascendentales y su determinación por resolver los problemas de la gente.
Un joven que entendía por qué El Salvador no prosperaba y quiénes eran los culpables de tal situación. Tenía clarísimo que para lograr los cambios de 180º había que derrotar a los poderosos, es decir, a los fácticos y a sus políticos. Algo impensable y arriesgado.
Nayib apareció en el mapa político en 2011, cuando se presentó como candidato a alcalde del municipio de Nuevo Cuscatlán. Lo acompañé desde antes, pues creí, creo y creeré en él, en sus principios y su misión.
La cúpula roja se asustó al conocer sus ideales y objetivos, pues reñían con su nuevo estilo de vida de la mano de los tricolores. Los líderes efemelenistas no estaban dispuestos a perder los privilegios de ser los nuevos ricos y alternarse el poder para continuar con la rueda de la corrupción, el ladronismo y la impunidad.
En apenas tres años, Nayib logró colocar a Nuevo Cuscatlán en la mente de los salvadoreños, por su excelente liderazgo y trabajo por su gente. Lo volvió a demostrar con la alcaldía de San Salvador, en 2015. El pueblo entero giró su mirada hacia el joven político y, en 2019, decidió romper con el bipartidismo, quitándole con su voto el poder a ARENA y al FMLN.
El salvadoreño honrado y honesto encontró en él todas las habilidades para sacar al país de la podredumbre en la que lo sumieron la derecha y la izquierda. Ahora, su incuestionable liderazgo político desde la silla presidencial, la credibilidad, la coherencia y la empatía, así como tener pantalones para tomar decisiones en momentos de crisis, lo convierten en el presidente con mayor aprobación y admiración a escala mundial.
Nayib surgió en momentos en los que la política tenía la peor fama, la inseguridad era galopante y la información y la desinformación volaban a un clic. Una especie de tormenta perfecta, en la que solo un comandante valiente y firme podía cuidar el barco, mantenerlo a flote y llevarlo a tierras seguras.
En menos de cuatro años, posicionó a El Salvador en un lugar privilegiado, como una de las naciones más seguras del mundo, atractiva para el turismo y la inversión; ante la rabia y el odio de los corruptos que tenían secuestrado al país desde antes de la guerra civil.
El pueblo respalda a Nayib. Sabe que resuelve y continuará resolviendo los problemas de nación, incluso, en momentos de crisis internacional. Por eso, sin duda alguna, el voto de confianza en 2024 será hacia él, para nadie más. Él es la única figura, nadie le suma.
El terror del bloque de oposición no lo causa mi amigo. Se lo causa el pueblo, porque es el único que siempre debió y debe decidir en un evento democrático, y así lo establece la Constitución. Es el presidente el que se somete al escrutinio popular, como lo establece el Código Electoral. Valiente. Reelección sería una imposición, sin una contienda electoral. Él se pone a disposición de su pueblo, para que decida si le otorga un segundo mandato en elecciones libres.
Por eso es que estamos viendo la batería de ataques hacia su inscripción, con interpretaciones llenas de falsedades, como vertientes del Acelhuate.
Y no debe asustarnos ni sorprendernos que, a partir de esta semana, los leguleyos, las ONG activistas, los mercaderes religiosos, los escribientes y los «microfoneros» que tienen tatuados sus cuerpos con hilos de la angustia y la ansiedad de los políticos corruptos se lanzarán como coyotes con rabia aguda, pero terminal. Son quienes sueñan con una invasión «extraterrestre» que les permita regresar al pasado oscuro, sangriento y de corrupción.
Nayib se inscribe ante el Tribunal Supremo Electoral esta semana. Estoy seguro de que el pueblo le acompañará y estará pendiente dondequiera que esté. Porque es la continuidad de la nueva historia que se comenzó a escribir en junio de 2019. Porque es un candidato carismático, un hombre inteligente, valiente, honesto y excelente empresario y, sobre todo, conecta emocionalmente con su pueblo.
Mi amigo, mi lealtad, mi compromiso y sinceridad siempre son contigo. Dios bendiga esta nueva trayectoria que ahora emprendes por tu pueblo.