En el relato bíblico cuando Dios decide hacerse hombre pregunta a sus ángeles qué decidirán; el ángel Luzbel dice: «Non serviam tibi» (no te serviré), pues no podía servir a alguien inferior a él; mientras que el ángel Miguel dice: «¿Quién como Dios?» Este relato determina algo fundamental para la existencia humana, es decir, la decisión. En ese mismo instante ambos ángeles tomaron su decisión y sellaron su destino.
Precisamente, esa es la vida, una circunstancia tras otra que ameritan decisiones continuas. Siempre está frente a la persona la luz y la oscuridad, el bien y el mal, la paz o la desdicha; es cuestión de decisiones. Bien lo dice el refrán antiguo: «El destino no lo determina el origen de uno, sino las decisiones que uno toma». Pues al final se construye con coherencia o se destruye con el actuar incoherente.
Ya lo expresaba el sabio escritor Antoine de Saint-Exupéry: «El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe adónde va». Saber y hacer son cosas distintas, y para quien ha comprendido son una misma cosa en pasos distintos, pero de un mismo sistema de acción. Por ello, cuán importante es tener claridad de consciencia y con ello decidir continuamente conforme a esa consciencia.
De tal suerte que la vida es un constante decidir, y con ello un permanente comenzar y construir; es decir, una gradualidad de superaciones, de disposiciones en pos de lo que se quiere, y por tal de lo que se alcanza. No es dejar que pase, es decidir en lo que pasa, no es lo que el destino quiera, es lo que puedo moldear ese destino, conforme a mis decisiones, a los criterios de pensar y actuar conscientemente.
Por tanto, tal como expresa Romanos 14:22: «Mantén tus propias convicciones ante Dios. Dichoso aquel a quien su conciencia no le reprocha su decisión». Con Él… decidir, ser y hacer con la convicción de la consciencia, la paz que solo se da cuando todo lo que se hace es conforme a la voluntad y decisión bien procedida, sin culpa, con la conciencia bien tranquila. Eso sin duda es decidir, y por tal vivir.
Es así, como fundamental es traer a colación lo expuesto por el maestro Sun Tzu: «La calidad de una decisión es como la embestida oportuna de un halcón que le permite golpear y destruir a su víctima». Una decisión primero, una buena decisión segundo y una consecuente acción tercero; ahí, sin duda, radica el camino de la vida, no es origen, no es suerte, no es destino; es simplemente decisión, elección.
Por tanto, es necesario caminar, pero claro, con el entero cumplimiento de la adecuación a lo que se es y a lo que se ha venido a ser y hacer; ya lo expresaba el místico Thomas Merton: «Debemos tomar las decisiones que nos permiten cumplir con la capacidad más profunda de nuestro ser real». El ser, el decidir y el hacer; tres fases de un sistema que todo ser humano debe aprender, comprometer y accionar para su propio bien.
¿Se anima? Pues empiece por tomar buenas decisiones y luego ser coherente con las acciones consecuentes.