El 19 de noviembre de 1942 dio inicio la operación Urano, a cargo del Ejército soviético de la URSS, contra el sexto ejército del Reich alemán, el cual había sitiado la ciudad de Stalingrado y conquistado gran parte del territorio de la URSS. Esta operación marcaría un punto de quiebre en la Segunda Guerra Mundial como la primera gran derrota del Ejército nazi y el efecto dominó que terminaría por hundir el mal más grande de todos los tiempos.
La operación consistió en lanzar una ofensiva por el norte y el sur de Stalingrado, cerrando una pinza en la parte occidental de la ciudad, encerrando al sexto ejército alemán, al tercer y al cuarto ejército rumano y al cuarto ejército de Panzer. Cortaron sus cadenas de suministros y los sitiaron en una burbuja en la ciudad que habían reducido a cenizas. Meses después, el 2 de febrero de 1943, el sexto ejército alemán, que originalmente tenía más de un millón de integrantes, se redujo a solo 100,000 hombres. Su general, Paulus, se rindió ese día.
Esta no fue una operación con los mayores logros militares de la Segunda Guerra Mundial, pero sí, a mi parecer, una de las más representativas por lo que significó: la primera gran derrota de la Alemania nazi, el punto de quiebre en donde no avanzaría más e inició el retroceso de sus fuerzas hasta Berlín, donde terminaría una pesadilla que fraguó los peores horrores jamás vistos por la humanidad.
El 26 de marzo, en nuestro país dio inicio nuestra operación Urano, erigiendo un frente unido en guerra total contra las pandillas, alineando los tres poderes del Estado, los cuerpos de seguridad y el pueblo salvadoreño como los principales actores de esta ofensiva contra los grupos terroristas. Tras vivir por décadas el asedio de estas estructuras, llegó el momento de encarar el terror que costó la vida de miles de salvadoreños. Desde entonces, la fuerza operativa completa de la Policía Nacional Civil y la Fuerza Armada intervino los territorios del país, con el régimen de excepción por espada, el cual ha permitido la captura de más de 40,000 terroristas, destruido sus cadenas de mando, abastecimiento, fuentes de financiación, ingresos, suministros y, sobre todo, su moral. Casi a diario vemos las capturas de terroristas que después de lucir con orgullo sus tatuajes alusivos ahora se someten a dolorosos e improvisados procesos para eliminarlos con ácido, quemaduras con hierros incandescentes, etcétera, escondiéndose bajo mesas, camas, en el interior de pilas, sillones, en ramas de árboles, etcétera.
Su evidente decadencia es solo el primer paso de su extinción, y el cerco que las autoridades siguen reduciendo día con día, operativo con operativo, va minando sus posibilidades de subsistir en un mundo que pudo haberlos acogido si decidían dejar de delinquir y dañar a personas inocentes. Hoy su coexistencia con la sociedad es sencillamente imposible. Después de presenciar crímenes tan aborrecibles, como la quema del microbús en Mejicanos, la masacre de Opico, el macabro asesinato de la familia Pimentel, las 62 víctimas inocentes del 26 de marzo, se creó un punto de no retorno. Los salvadoreños aprenderán a ser celosos con sus comunidades y no permitirán que ningún terrorista vuelva a destruir sus futuros, aprenderán a defender y a amar a su país, pero es hoy cuando se librará la batalla decisiva que cambie el futuro de la nación de una vez por todas.
La guerra contra las pandillas continuará. Como dijo el ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro, «el régimen de excepción continuará el tiempo que sea necesario». Como se libró la más grande victoria en las ruinas de Stalingrado, combatiendo casa por casa y cuarto por cuarto, se libra la batalla por la liberación del pueblo salvadoreño del más grande cáncer que jamás lo haya tocado; se combatirá en las playas, en las colinas, en los bosques, en las ciudades y los cantones; se combatirá en los manglares, en las planicies y los volcanes; se combatirá en las comunidades, los barrios y las colonias; se combatirá en las residenciales y en las marginales; se combatirá hasta debajo de las piedras si es necesario, pero el momento decisivo llegó. La operación Urano marcó el final del avance imparable de la oscuridad; en nuestro país marcará el final de una época oscura y el camino del progreso más allá del sufrimiento.
Porque este pequeño pedazo de tierra donde nos tocó nacer es más valioso que cualquier tesoro, y su verdadero valor reside en el corazón y la convicción de su gente, una voluntad que ningún imperio, dictadura ni estructura terrorista logró destruir desde que forjamos nuestra libertad hace 200 años. Esa voluntad continúa intacta hasta hoy y más fuerte que nunca. Jamás nos rendiremos.