Ganar o perder. Y en algunos casos empatar. Esas son las opciones en toda competencia deportiva. Y como perder forma parte del paisaje, debemos ponerle mucha atención.
Los que hemos practicado algún deporte lo sabemos perfectamente: perder está presupuestado, perder es una posibilidad incluso en la vida.
Los más grandes en la historia del deporte han caído más de alguna vez. Desde Michael Jordan hasta Roger Federer, pasando por Usain Bolt y Diego Maradona hasta Michael Phelps y Venus Williams. Nadie está exento de perder, de sufrir, de llorar por una derrota.
Pero lo que ha vuelto grandes a estas figuras es su capacidad de reinventarse, de capitalizar esas malas experiencias y de seguir adelante; su capacidad de sobreponerse a las dificultades y de retomar la ruta ganadora. Las pérdidas para estas figuras del deporte son la excepción y no la regla.
Y a eso estamos apuntando desde el Instituto Nacional de los Deportes de El Salvador (Indes): a que perder se vuelva cada vez menos constante en la vida de nuestros atletas. Pero hay que ser conscientes y honestos para corregir y superar las caídas. Caer una vez está permitido. Incluso dos o tres veces podemos tropezar con la misma piedra. El problema es cuando nos enamoramos de esa roca.
El camino para lograr ese cambio de mentalidad no es fácil. Es más, casi es una cultura, un estilo de vida, y quizá el resultado más común en nuestro país. Y el sistema ha sido cómplice de esto. El salvadoreño promedio quiere todo a la carrera. Quiere victorias, quiere todo para ya. Y esa falta de planificación y visión no nos permite progresar. Como la derrota se vuelve constante, resulta difícil sacar al salvadoreño del círculo vicioso en el que se mete.
Algo así nos pasó recientemente en el preclasificatorio de las Américas a la Copa del Mundo de Baloncesto, del cual fuimos sede y en el cual cosechamos tres derrotas. Y no estoy dejando por fuera mi responsabilidad, simplemente estoy siendo realista. Perder formaba parte del paisaje. Perder estaba presupuestado.
Pero perdimos una eliminatoria. Y esas derrotas deben ayudarnos a sumar y a seguir avanzando. Ahora toca sacar conclusiones, ajustar y hacer los cambios que sean necesarios para seguir adelante. Perder en el baloncesto ya no es una regla. Nos falta para que llegue a ser una excepción, pero ya no es la regla. Ahí está el caso del baloncesto femenino, que ya tiene en su haber cuatro clasificaciones a premundiales continentales bajo esta administración. Es decir, en cuatro ocasiones (dos sub-16, una sub-18 y una mayor) nuestras chicas se han metido entre los mejores ocho equipos de América. El masculino ha pasado de perder por marcadores arriba de 40 o 50 puntos a ganarle a oponentes del Caribe e incluso a dos en un mismo torneo. Ya somos oponentes dignos y de respeto. Ya no solo participamos, ahora competimos. Y no, no es cosa sencilla. Incluso en las categorías menores seguimos sumando podios.
Y ojo: no solo el deportista tiene que aprender a perder para luego aprender a ganar. El aficionado también tiene que formar parte de este ciclo, de esta enseñanza, de este aprendizaje. Y es ahí donde también tienen que aprender a exigir procesos ordenados, planificados, a corto, mediano y largo plazo. Debe conocer de dónde venimos, cuánto hemos avanzado y hacia dónde vamos, y estar conscientes de que Roma no se construyó de la noche a la mañana.
Y es necesario decir también que un marcador no puede determinar o hablar de todo lo ocurrido. En nuestras palabras, el camino que estamos construyendo no lo haremos de un día para otro. Lo fácil ya lo hemos hecho, lo difícil lo estamos haciendo y lo que muchos creen imposible nos tomará un poco más de tiempo, pero estoy seguro de que lo lograremos. ¡El Salvador está para muchísimo más!