El pueblo salvadoreño fue víctima y testigo de las grandes injusticias que orquestaron los gobiernos anteriores durante décadas. Antes, para vivir en un país seguro había que emigrar, para tener una buena formación académica había que pagar educación privada y la salud pública estaba lejos de ofrecer atención de calidad. Cansados de tantas promesas sin cumplir, los salvadoreños decidieron darle el voto de confianza al proyecto de Nayib Bukele y convertirlo en presidente de la república, un joven que había roto paradigmas en las municipalidades de Nuevo Cuscatlán y de la capital, San Salvador. Este fue el inicio de las verdaderas transformaciones en El Salvador, de las cuales me enorgullezco de formar parte.
Previo a las elecciones del 3 de febrero de 2019, el Gobierno de turno, a través de las instituciones que manejaba, puso obstáculos para evitar que se consolidara la candidatura de Nayib Bukele, cuyo proyecto se describía en el Plan Cuscatlán. Con más de 1,000 páginas se detalló cada uno de los pasos para convertir a la nación en un lugar próspero, seguro, y donde la población pudiese gozar del pleno ejercicio de sus derechos.
Al asumir la presidencia el 1.º de junio de 2019, el presidente Bukele se encontró con una Asamblea Legislativa corrupta, acostumbrada a sobresueldos y negociaciones oscuras, decidida a bloquear los proyectos planteados por el Ejecutivo. Como agravante, la pandemia por la COVID-19 apareció en 2020 y resaltó la fragilidad del país, sobre todo de los sistemas de salud, educación, economía y seguridad que fueron heredados por ARENA y el FMLN. Por esa razón, el pueblo salvadoreño salió a las urnas el 28 de febrero de 2021 y decidió darle al presidente Bukele la gobernabilidad que necesitaba para ejecutar los proyectos de bienestar social planteados en el Plan Cuscatlán, a través de una Asamblea Legislativa con mayoría calificada y dispuesta a tomar decisiones difíciles en aras de fortalecer la democracia y la independencia necesarias para refundar El Salvador.
A tres años del mandato del presidente Bukele, celebramos 130 días con cero homicidios, una cifra histórica comparada con los últimos 15 años, en los que solo se logró un día sin homicidios. En 2015, El Salvador se convirtió en el país más violento del mundo; sin embargo, tres años después de la ejecución del Plan Control Territorial pudimos sacar al país de esta lista negra, impactando para bien en el incremento del turismo deportivo, cultural y patrimonial tanto de nacionales como de extranjeros.
Todas las iniciativas que hemos apoyado desde el Legislativo en materia de economía y seguridad han propiciado un ambiente estable para la inversión privada, la cual llegó a $5,291 millones, equivalentes al 18.4 % del PIB en 2021, la inversión privada más alta registrada en 61 años.
De los más de 5,300 centros educativos de la red pública, alrededor del 60 % tiene problemas de infraestructura por el abandono de gobiernos anteriores. Ahora el Gobierno construye y remodela los centros de estudio, y pronto se llegará a la meta de entregar 1.2 millones de tabletas y computadoras con internet a todos los estudiantes y docentes del sistema educativo público. El presupuesto de 2022 incluye la inversión social pública más alta de la historia. En el ramo de Educación se destinó el equivalente al 5.1 % del PIB.
El sistema de salud público se ha modernizado. La inversión en capacitación de personal, medicamentos, camas hospitalarias y equipo tecnológico para la atención de pacientes alcanza el 6 % del PIB. A pesar del abandono que el sector sufrió durante décadas, El Salvador fue reconocido por la Organización Mundial de la Salud por su buena gestión y manejo de la pandemia de la COVID-19. Además, gracias al compromiso de la primera dama de la república, Gabriela de Bukele, se ha hecho una inversión millonaria en proyectos de beneficio para la niñez y la primera infancia, como la ley Nacer con Cariño y la política pública Crecer Juntos, para iniciar el camino a saldar la deuda histórica con la niñez salvadoreña.
Cada Órgano del Estado trabaja de forma independiente desde sus competencias, pero nos une un objetivo en común: el bienestar social del pueblo salvadoreño. Podemos señalar mejoras en el nivel de vida de los salvadoreños, quienes por primera vez estamos probando la tranquilidad en las calles, la reducción de homicidios, el crecimiento económico, la mejora educativa, un mejor sistema de salud, la inversión en infraestructura pública más grande de la historia, entre muchas otras cosas positivas; pero todo cobra aún más valor al saber que cada persona en El Salvador está recobrando su derecho a soñar y a sentirse orgullosa de su país.
«No vamos a cambiar dos siglos de pobreza y abandono en un día, pero nadie puede negar que vamos por el camino correcto».
Nayib Bukele, presidente de la República de El Salvador.