En el artículo anterior vimos que según la revelación divina las consecuencias de pretender cambiar los mandamientos pétreos que Dios nos ha dado son catastróficas y que los diez mandamientos escritos en piedra son el fundamento pétreo de los derechos humanos universales.
Quiero dedicar este tercer artículo para referirme a los primeros cuatro mandamientos que tienen que ver, como hemos dicho, con el amor a Dios. 1. No tendrás dioses ajenos delante de mí. 2. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de mí. 3. No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano. 4. Acuérdate del día de reposo para santificarlo.
Debemos entender que no es casualidad que estos mandamientos estén al principio de la lista, ya que reflejan la prioridad que Dios debe tener en nuestro corazón, tal como Jesús lo confirmó cuando respondió a la pregunta sobre ¿cuál es el más grande de los mandamientos? Él dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas».
Estos mandamientos, a mi juicio, nos hablan de la libertad de religión como uno de los derechos fundamentales; es decir, de culto y de su libertad para buscar a Dios y de cómo se va a relacionar y a expresar su amor por él. No le corresponde al Estado normar sobre estos aspectos, sino proteger dicho derecho de sus habitantes estableciendo la libertad de culto, que todas las religiones son iguales ante la ley y que debe prohibirse la discriminación religiosa, de tal manera que cada persona tenga libre conciencia para buscar a Dios y adorarlo.
Aunque como pastor cristiano creo que la Biblia es la palabra de Dios y que no hay verdad fuera de ella, que todo hombre es mentiroso y que solo Dios es veraz y que la fe cristiana es la verdadera y única fe. Que solo hay un camino, una sola verdad y vida en la persona del Señor Jesucristo como único mediador para la salvación entre Dios y los hombres. No le corresponde al Estado establecer esto como cierto o falso; por lo que debe estar al margen y solamente apoyar y facilitar la libertad de religión y la libre conciencia religiosa de los ciudadanos. El Estado no debe entrometerse ni favorecer a ningún tipo de culto. Aunque no existe en la actualidad algo concreto que nos haga pensar en esto como una amenaza, en el espíritu de las transformaciones que se pretenden gestar en el país por parte de la clase política, esto es sumamente necesario para diferenciar cabalmente el rol del Estado.
El Estado existe principalmente para proteger y alabar al que hace lo bueno y perseguir y castigar al que hace lo malo. Entendiendo como lo bueno todo aquello que está conforme a los diez mandamientos y de los que se derivan los derechos humanos universales que deben protegerse.
Al ver la historia, la intromisión del Estado en las cuestiones de la fe solo ha desvirtuado la verdadera naturaleza del evangelio de Jesucristo, el cual es poder de Dios para todo aquel que cree. Solo el evangelio puede regenerar el corazón y la mente del ser humano. Solo el evangelio puede crear verdaderamente un nuevo hombre, un nuevo ciudadano y una mejor persona. Porque solo el que está en Cristo nueva criatura es. Como consecuencia, el Estado se beneficiará con mejores habitantes que faciliten la labor y el trabajo de la Iglesia y de los predicadores del evangelio de Jesucristo.