El maestro Jorge Bucay suele decir: «Tú eliges hacia dónde y tú decides hasta cuándo, porque tu camino es un asunto exclusivamente tuyo». Ciertamente, las decisiones deben ser tomadas con total libertad de pensamiento y con un raciocinio tal que no deje lugar a confusión, pero esto no es posible si hay demasiada interferencia en la decisión. El camino que se ha de tomar debe ser el sendero que se ha de aceptar y, por tal, el destino que se escogió para ser y vivir.
No hay otra forma, no hay otro método más real y sensato que el de estar inconcuso, sea cual sea la consecuencia, de abrir el propio sendero y caminarlo bajo la libertad interior. La vida, para ser plena, requiere el valor de ser y dejar ser a los demás. Cuando se comprende que cada uno es responsable de su propia existencia y destino, es cuando recobra sentido todo lo que se vive, se sufre y se aprende.
Podría preguntarse ¿acaso no se camina junto a la pareja y con las mismas metas? Pues sí, pero el tener metas en común con alguien más no implica que los ideales sean los mismos, ni con la misma intensidad ni que los medios propuestos para alcanzarlo sean los mismos. Cada ser humano tiene su propio ADN, su propia existencia ineludible, su propio espíritu y nadie es igual a nadie; bajo esta premisa, las decisiones solo tienen mérito si las toma el ser que ha de construir su destino.
Se dice que el gran filósofo Diógenes tenía una peculiar forma de vivir, era un ser ingobernable que vivía a su propio ritmo. Se dice que, un día, en un banquete, le aventaron huesos para que comiera como perro; entonces él se acercó y los meó para que no les quedara duda de que era un perro. Con esto no digo que tengamos esta conducta asocial, pero sí que aprendamos sobre la dignidad de ser tan único que construyamos nuestra propia identidad.
De tal suerte que es necesario reconocerse como el destinatario de su propio destino, construido bajo sus propios decretos. De hecho, las sociedades viven con tanta intolerancia y discusión social por no vivir la propia vida y estar demasiado pendiente de las de los demás. Es tiempo ya que entre la madurez en la humanidad y se empiece a vivir y dejar vivir a cada uno según su visión de la existencia.
Por tanto, declaro con total ahínco el respeto a la identidad de cada ser, a las diferencias en el pensar, en el actuar y en el vivir; mientras nadie haga daño a nadie ni se haga daño a sí mismo, permitamos pues que cada uno decida su forma de vida, bajo su identidad sexual, intelectual, actitudinal, etcétera. ¡Nada cuesta respetar la dignidad y libertad del otro! Claro, nada cuesta si se tiene madurez interior y cultura.
Empero, no se debe malinterpretar esta postura como el libertinaje de pasar por encima del otro bajo mis libres condiciones. Ya lo establecía el maestro Danny Kaye: «La vida es un gran lienzo en el que debes lanzar toda la pintura que puedas». Pues bien, ya es tiempo, lanza sobre tu lienzo todos los colores que quieras, crea tu propia pintura y demuéstrate con ello que valió la pena dejar la seguridad de los tonos grises. Al final solo hay una vida, pero si la vives al máximo y con tus propios criterios de consciencia, una es suficiente.