Miles de personas de San Salvador y de otras partes del país se congregan cada 5 de agosto en la capital para participar en las actividades de la transfiguración, un acontecimiento de mucha importancia para la iglesia Católica y que es el motivo principal de las fiestas patronales en honor al Divino Salvador del Mundo.
La relevancia que los feligreses le dan a este hecho bíblico se aprecia desde la planeación de cada una de las actividades religiosas en la que participan cientos de personas. Algunos organizan la novena, que es un ciclo de rezos que se hacen durante nueve días hasta finalizar el 6 de agosto; otros, preparan el anda donde se instala al patrono para trasladarlo durante las procesiones, mientras que otros lo cargan. Así, la lista de tareas es larga y vital dentro de toda esa cadena logística.
Cada uno de los colaboradores tiene su historia y asume las responsabilidades con mucha dedicación. Para entender el regocijo que experimentan, conoceremos la experiencia de uno de los fieles que colabora, año con año (desde 1999), en una de las tareas más significativas de la celebración religiosa agostina.
Se llama Jorge Orellana, quien desde hace más de 20 años se encarga de cambiar el vestuario del Divino Salvador del Mundo antes y para la transfiguración, tareas muy especiales si se toma en cuenta que es el simbolismo más representativo de los festejos.
«Esta es una actividad muy relevante, ataviar la imagen dignamente, con trajes que resalten tanto la belleza de la escultura como la misma devoción de la gente», detalla.
En muchos pueblos del país, la persona que se dedica a cambiar la vestimenta de su santo patrono o patrona es elegida bajo ciertos requisitos que pueden variar en cada lugar, pero que en esencia perfilan a una persona comprometida con su fe, que comprenda el significado y valor de la tarea que debe realizar, además de preservar la imagen encomendada.
Orellana considera, no obstante, que su caso fue diferente: «Yo era un católico de domingos y misas, pero de casamientos, de bautismos o de cuerpo presente. No era asiduo en las procesiones, no tenía participación alguna y en Semana Santa prefería ir a ver las alfombras o ver a otro lado. Nunca imaginé acercarme para ayudar o colaborar en algo. Nunca».
En 1999, Orellana realizaba un recorrido por el centro capitalino y decidió entrar, casualmente, a la basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Allí, se encontró a un grupo de mujeres y hombres mayores que estaban terminando de adornar el anda del Divino Salvador del Mundo, y aunque la imagen ya estaba instalada no tenía puesto el traje de estreno.
Ninguno de los presentes tenía las posibilidades para cambiarlo, ya sea por la edad o la condición física, pero advirtieron la presencia de Orellana, de complexión delgada, a quien le solicitaron apoyo. Él accedió de inmediato a ayudar y esa fue su primera experiencia.
Al año siguiente, cuando la Asociación de la Cofradía del Divino Salvador del Mundo empezó a organizar los eventos religiosos de las fiestas patronales, le solicitaron de una manera formal que continuara realizando los cambios de vestimentas, una responsabilidad que asumió desde entonces con mucho agrado, compromiso y respeto.
«Voy a ataviar la imagen del Divino Salvador del Mundo hasta que tenga vida», expresa con aplomo.
Ataviar la imagen es todo un ritual
Orellana realiza los cambios de vestimenta al santo patrono varias veces al año. Le coloca un traje diferente según la ocasión que se celebra: durante la cuaresma le pone un vestido morado, que es un color diferente al que le instala para la noche buena, la Navidad, la pascua o durante los eventos de la transfiguración.
Cada traje es mandado a confeccionar con anticipación donde Alejandro Toledo, un talentoso sastre de Antigua Guatemala, quien también elabora los vestuarios de otras imágenes patronales de varios pueblos de El Salvador y Guatemala.
El traje del Divino Salvador del Mundo es creado con telas especiales como el terciopelo e hilos de oro y plata que se utilizan en un bordado tradicional español en alto relieve.
Orellana reconoce la enorme calidad que implica la fabricación de estos trajes y su valor simbólico por eso manipula cada una de sus partes con mucha delicadeza.
Normalmente, realiza el cambio de traje con días de anticipación, para así disponer del tiempo necesario. Lo hace por las tardes, después que sale de su trabajo como jefe de la Dirección de Conservación de Bienes Culturales Muebles, desplazándose hacia catedral donde recibe la misa de las 5 de la tarde.
Espera a que el sacerdote finalice la misa y se retire para acercarse a la capilla del Divino Salvador con el traje cuidadosamente doblado que sostiene en una de sus manos mientras se persigna con la otra.
Una vez se sube al retablo donde está ubicado el santo patrón saca una brocha y retira el polvo del rostro, del cabello y del resplandor.
Teniendo el cuidado de que la imagen nunca quede totalmente expuesta, coloca cada una de sus piezas empezando con el vestido que es una especie de combinación y sobre este pone la túnica para luego atar a su cintura el cíngulo (cordón alrededor de la cintura) y finalmente ubica el manto, que sujeta bien sobre el hombro para evitar que se vuele con el viento.
Luego, se baja con el traje que ha cambiado y se retira después de inclinarse y persignarse nuevamente. Este proceso dura alrededor de 30 minutos.
«Esta actividad es algo que lo llena a uno de plenitud. No todo el mundo tiene la experiencia de estar tan cerca de una imagen patronal y procesional. Las imágenes tienen una carga magnética increíble que uno siente cuando está cerca, que proviene de toda la gente que por años ha venido con sus plegarias, con sus súplicas, con sus rezos y toda esa energía está alrededor de la imagen y eso, aunque no se crea, se percibe», describe.
La transfiguración
El día de la transfiguración se realizan tres cambios. Uno en la mañana, que es el primer traje que el patrón lleva durante su visita a la Iglesia El Calvario y con ese se desplaza hacia la basílica del Sagrado Corazón de Jesús. En la basílica se hace el segundo cambio de vestuario que, en los últimos años, ha sido de color rojo, con la finalidad de lograr un contraste con el siguiente.
El principal cambio de vestimenta ocurre frente a la catedral, dentro de la estructura coronada por el mundo, a una altura de ocho metros.
El cambio se lleva a cabo en un espacio de aproximadamente 1.5 metros cuadrados y en un tiempo que no supera los cinco minutos, durante los cuales miles de feligreses en la plaza Gerardo Barrios -y millares más que ven la transmisión en televisión y en redes sociales- se encuentran pendientes del momento culmen en que el hijo de Dios aparece con su indumentaria blanca y resplandeciente que, según pasajes bíblicos, es un milagro en sí mismo.
De forma cariñosa, los salvadoreños conocen esta tradición como La Bajada, debido a que la imagen del Divino Salvador del Mundo se pierde de vista y desciende dentro del globo terráqueo para luego resurgir transfigurado, lo que provoca vítores, aplausos, cantos y quema de pólvora.
Orellana reconoce que el fervor y la alegría de los feligreses con la aparición del Señor transfigurado hacen retumbar la estructura de la transfiguración y toda la algarabía que percibe lo mantienen vivo y pleno lo que, a su vez, lo motiva a seguir sirviendo al santo patrón.