Los seres humanos, a través de la historia, han dejado una huella de su paso por la Tierra, de allí que diversas civilizaciones lo atestiguan desde un pasado remoto o reciente. Estas culturas las encontramos tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo quienes tuvieron su etapa de esplendor y colapso por diversos factores. Es a partir de este último término que nos cuestionamos, ¿qué es entonces el colapso?
Autores como Diamond mencionan que el colapso es un descenso radical del tamaño de la población humana con su diversidad económica, política y social a lo largo de un notable territorio y durante un período de tiempo estimable, así como llevar un declive al extremo. En cuanto a los tipos de declive este mismo autor menciona que los más leves están relacionados con reestructuraciones sociales, económicas y políticas menores; el sometimiento de una sociedad por la guerra por una cultura cercana más poderosa sin que esto lleve a su extinción, el auge de una civilización cuyo nivel de desarrollo opaque a un pueblo vecino.
Con respecto a declives absolutos Diamond menciona que llevaron al colapso de las civilizaciones minoica y micénica en el Mediterráneo, los anasaki y cahokia en Estados Unidos, la civilización maya en Centroamérica, cultura moche y Tiahuanaco en Sudamérica, en la Isla de Pascua en el Océano Pacífico.
Este autor menciona que el factor ecológico estaría directamente relacionado en el colapso de las civilizaciones debido a que sus gentes de forma inconsciente destruyeron los recursos naturales que nutrían sus pueblos. Lo anterior nos lleva a hablar del ecocidio que consiste en que las sociedades humanas pueden socavar su propio entorno generando un colapso por exceso de explotación de recursos naturales como la degradación de los suelos que provocaron los griegos en la Edad del Bronce y que llevó en parte a su expansión de colonias por todo el Mediterráneo.
Un ejemplo especial reviste la Isla de Pascua o Rapa Nui, en el Océano Pacífico, descubierta por el navegante holandés Jacob Roggeveen en 1722, quien se sorprendió de que estaba habitada por indígenas con evidente grado de retraso con respecto a otras comunidades polinesias. La isla estaba llena de esculturas de piedra llamadas moais, hechas en épocas remotas, que medían entre 4.5 y 6 metros de altura.
Pero, lo que más llamó la atención de la Isla de Pascua es que carecía de árboles en su totalidad, a no ser de arbustos que no pasaban de los tres metros; tampoco había mayor fauna, eran los pollos los únicos animales significativos. Aunado a lo anterior, se encontraron restos de lo que parecían corrales de piedra circulares por toda la isla, así como restos de una parcelación masiva delimitada por rocas, lo que hizo suponer a los estudiosos que en un pasado remoto esta tierra padeció de una sobreexplotación agrícola que llevó al colapso ecológico de su civilización.
Entre otras formas de colapso está el neocatastrofismo como la megasequía que azotó Siria y Tell Leilan, en el norte de Mesopotamia, entre el 2200-1900 a.C. y que gracias a este evento colapsó la civilización acadia; la civilización maya fue devastada por una gran sequía prolongada lo cual derivó en el desmoronamiento de sus prácticas agrícolas. De esta catástrofe hay evidencias en el lago Chichancanab y Punta Laguna, en Yucatán, fechada en el 770-870 d.C. y el 910-1100 d.C.
Las ciudades mayas del período clásico estaban principalmente en Yucatán, región de pocos ríos, pero que los mayas lograron solventar perforando pozos de hasta 23 metros de profundidad y haciendo uso de las aguas subterráneas de los cenotes. Urbes como Tikal llegaron a contar con hasta 15,000 habitantes en su época de esplendor y las prácticas agrícolas no soportaron con la densidad poblacional.
En otras poblaciones como Copán, su colapso se da en el 822 d.C. por causas similares a las del resto del mundo maya. En el Valle de Copán los paleoecólogos han encontrado evidencias de desaparición del bosque que rodeaba esta urbe, con extracción intensiva de madera para construcción, iluminación de casas, procesamiento de cal. Los arqueólogos hallaron también erosiones masivas en las laderas por una agricultura desmedida que afectó el caudal de los ríos y el clima en general de la región, aunado a las sequías ya mencionadas que terminaron de socavar esta civilización.
Otros autores como Ichikawa hablan sobre la erupción del Volcán de Ilopango (535-536 d.C.) que causó drásticos cambios medioambientales globales afectando Mesoamérica, el Mediterráneo e incluso China con la consecuencia directa de un enfriamiento global y sepultando gran parte de la cultura maya de las tierras bajas de Centroamérica. Finalmente, la devastación causada por enfermedades y plagas, pueden diezmar una civilización hasta tres veces más que una guerra. La peste bubónica, transmitida por ratas negras, que asoló Europa en el siglo VI posiblemente contribuyó también a la caída del Imperio Romano. Flagelos como estos los vivimos en el 2020 con la COVID-19 que causó muchas muertes a nivel mundial; sin embargo, por muy apocalíptico que parecía el panorama, la humanidad continuó, hubo un declive, pero no un colapsó.
Esto último no nos libra de una catástrofe natural mayor, como las erupciones que sucumbieron culturas como la Maya en Centroamérica, o las sequías en el norte de Mesopotamia, pero, estas lecciones nos enseñan a ser fuertes, y no perder la esperanza.