Diciembre, época de nostalgia, recogimiento y esperanza, es un período del año en que las personas comparten en torno a la mesa con una cena a manera de comunión familiar. Los fríos días de fin de año y comienzos del nuevo se revisten de abrazos, regalos y rezos; se anuncia el nacimiento de Jesús que, según la tradición, traería la salvación a la humanidad.
Adentrándonos en la historia y según la investigadora Estrella Rodríguez Gallar en su artículo «La Navidad a través del tiempo», menciona que desde comienzos del siglo IV d. C. a partir del Edicto de Milán, el monoteísmo cristiano competía por ganar adeptos contra los cultos paganos tradicionales grecolatinos.
Es a partir del 350 que el papa Julio I pidió que el nacimiento de Jesucristo se festejara el 25 de diciembre, decretado finalmente por el papa Liberio en el 354. Otro hecho importante fue la separación del estado del paganismo en el 379 para dar paso un año después, en el 380, con el Edicto de Tesalónica, en donde por mandato del emperador Teodosio todos los romanos deberían convertirse al cristianismo.
En cuanto a la celebración de la Navidad el 25 de diciembre existen diversas teorías que esta misma autora señala en su artículo, en las que dice que la institución de esta fecha fue dada por suposiciones o por influencias de cultos paganos más antiguos.
Entre las hipótesis están que Cristo habría muerto un 25 de marzo, cercano a la fiesta del equinoccio de primavera, y que en otras tradiciones se menciona como la fecha de creación del mundo. De la relación de la creación y la encarnación es que surge la idea del nacimiento nueve meses después, un 25 de diciembre.
Con respecto a los orígenes paganos está la fiesta del Sol Invictus, asociada a Mitra, deidad solar y cuyo culto estaba muy arraigado en la sociedad romana entre los siglos I al IV d. C., siendo con el emperador Aureliano que toma un carácter oficial bajo el nombre de Deus Sol Invictus en el año 274. Esta fiesta celebraba el triunfo del sol en el solsticio de invierno, momento de la noche más oscura del año y que a partir de ese instante la luz comenzaría a ganar terreno de nuevo.
Otra festividad asociada a estas fechas son las Saturnales que James Frazer mencionan en su obra «La rama dorada», donde dice que se celebraban en el último mes del calendario romano del 17 al 23 de diciembre, rindiendo culto al reino de Saturno. De este dios se decía que había encarnado en la Tierra en la región del Lacio en Italia, trayendo prosperidad a todos sus habitantes a quienes había enseñado las leyes y la agricultura en tiempos arcaicos. Durante su reinado no había guerras ni esclavitud y todas las personas vivían libremente.
Las Saturnales eran un festival en que se daba rienda suelta a todo tipo de libertinaje, en que las personas conmemoraban el cierre del ciclo agrícola, se comía y bebía en demasía, se adornaban las casas y se daban regalos; el orden social se revertía permitiendo a los esclavos sentarse en la mesa y tomar el rol de sus amos, así como también llevar las riendas del estado a manera de una república burlesca que recordase el feliz reinado de Saturno en la Tierra.
Algunos relatos mencionan que las legiones romanas acampadas en la región de Durostorum, en Baja Moesia, durante el reinado de Maximiano y Diocleciano acostumbraban a seleccionar treinta días antes del festival a un joven apuesto de entre sus soldados a quien vestían con lujosas ropas recordando a Saturno. Este personaje era presentado a las multitudes entregándolo a todo tipo de pasiones y desenfrenos, para al llegar al festival de Saturno y degollarlo frente al altar. Esta misma muerte la padeció San Dasio, soldado romano convertido al cristianismo y quien se negó a personificar a Saturno, por lo que fue decapitado. Sus restos están actualmente en la catedral de Ancona.
Decíamos al inicio que las personas se sientan a la mesa en estas fechas para compartir el calor del hogar. Es en el seno de las casas que, según Frazer, antiguamente se prendía el leño pascual de Navidad, hecho de madera de roble y cuya combustión solía durar hasta todo un año, para finalmente de sus restos carbonizados, pulverizarlos y regar los campos durante doce noches con sus cenizas para así tener buenas cosechas los próximos meses. Se decía, además, que los leños pascuales cuidaban las casas de los demonios, las envidias y los rayos, creencia posiblemente asociada a los cultos arios precristianos en que el roble era asociado al dios del trueno.
En cuanto a la tradición de los pesebres, Rodríguez Gallar dice que esta se remonta al siglo VII cuando el papa Teodoro I (642-649) mandó a traer de Belén los restos del pesebre que acogió a Jesús, enviándolos a la iglesia de Santa María la Mayor en Roma; pero es con San Francisco de Asís, en 1223, que se recreó el primer pesebre de la historia en la aldea de Greccio en la provincia de Lacio, en el centro de Italia.
Son estas tradiciones reflejo de la luz en la noche más oscura del año las que nos proveerán fuerza en un nuevo ciclo de la existencia en los siguientes doce meses de nuestro paso por el mundo.