A los reyes y señores de la Tierra se les concede la oportunidad de cambiar la historia, ya sea para el bien o para el mal, aunque algunos otros son intrascendentes y pasan por sus mandatos sin pena ni gloria. Es difícil definir quién es peor, aunque pensándolo un poco son los últimos los que causan más daño. Sin embargo, la expresión de Isaac Lim nos habla de aquellos que ejercen un liderazgo positivo y transformacional trayendo beneficio a sus gobernados, aquellos que traen renovación y progreso a los pueblos. Él entiende que estos solo pueden venir de la buena mano de Dios. De hecho, la Biblia nos da múltiples citas que nos llevan a pensar de esta manera. Los buenos líderes siempre vienen como producto de la acción divina, soberana y providencial, que escoge, forma y levanta a estos hombres y mujeres en medio de los pueblos.
Tanto en la historia secular como en la bíblica, las cuales se entrelazan como trenzas, tenemos grandes líderes que cambiaron la historia con su liderazgo y cumplieron los propósitos divinos, ya sea que ellos lo entendieran así o no. Porque ya sea que un gobernante lo entienda o no, ellos siempre llevan a cabo los designios del Dios del cielo que gobierna sobre reyes y señores, poniéndolos o quitándolos según su voluntad. Esta es una de las grandes verdades que aprendemos particularmente en el libro del profeta Daniel, quien dice: «Sea el nombre de Dios bendito por los siglos de los siglos, porque la sabiduría y el poder son de Él. Él es quien cambia los tiempos y las edades; quita reyes y pone reyes; da sabiduría a los sabios y conocimiento a los entendidos. Él es quien revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y la luz mora con Él» (2:20-22).
En este período de la historia bíblica o secular, tenemos el contraste de dos reyes, el rey Nabucodonosor de Babilonia y el rey Ciro de Persia. El primero fue levantado para disciplinar al pueblo de Dios, destruyendo el templo y la ciudad de Jerusalén. Mientras el otro fue usado para la reconstrucción del mismo templo y de la misma ciudad. Lo paradójico es que ambos fueron usados por el mismo Dios, cada uno a su manera para cumplir los propósitos de Dios en el mundo y con su pueblo. Y es que la historia nos enseña que el corazón de los gobernantes de turno está en la mano de Dios y Él lo dirige hacia donde quiere.
Desde que me convertí a la fe cristiana a los 21 años y vine a ser parte de la iglesia, comencé a leer y a estudiar la Biblia de forma devocional y académica, desarrollé una cosmovisión bíblica de la historia y comprendí esta verdad básica y fundamental, que es pasada por alto por la ignorancia de las escrituras, que toda autoridad viene de arriba, como Jesús le dijo a Pilatos antes de ser condenado a la cruz: «Ninguna autoridad tendrías sobre mí, sino se te hubiera dado de arriba».
Debido a esto, a medida he avanzado en mi vida cristiana he practicado y he enseñado a la Iglesia, como lo hacen todos los pastores, a orar por los gobernantes de turno en nuestro país, independientemente de los colores políticos que representan, con simpatía o sin simpatía, la Iglesia es llamada a orar por los gobernantes de turno.
Llama mucho la atención que algunos cristianos rechacen que nuestro presidente de una forma u otra ha tomado en cuenta a Dios en su mandato, y aunque no conozco exactamente su fe y entendimiento bíblico de Dios, el que haya personas que se autodenominen cristianas y se molesten o critiquen dicha conducta, que es lo que Dios le pide a los gobernantes que él constituye, a quienes les manda que sean prudentes y honren a Dios y al Hijo de Dios (salmo 2), solo denota una Iglesia que no ora, que no entiende que es mejor tener un gobernante con respeto a la persona de Dios que un enemigo de Dios y de Cristo, también refleja, una Iglesia que no entiende su rol ante la autoridad civil.
A la Iglesia de Cristo, les recuerdo que como se nos ha enseñado conforme a las escrituras, sigamos doblando nuestras rodillas por los que están en eminencia, por los señores diputados y magistrados y por el señor presidente, a fin de que podamos vivir quieta y reposadamente mientras cumplimos el gran mandato que nuestro salvador nos ha dado de predicar el evangelio y hacer discípulos, pues Dios quiere que los hombres y mujeres se arrepientan y vengan al conocimiento de la verdad.