El general cartaginés Aníbal Barca fue el mayor enemigo de la república romana, el de más talento y determinación.
A 550 años desde su fundación a orillas del río Tíber y a unos 220 años antes de Cristo, Roma era una república, cuyo centro de poder era el Senado, dominado por oligarcas dueños de las tierras, de los esclavos y del poder político y económico. En el Senado también estaban los tribunos, quienes formalmente representaban los intereses de las mayorías, llamadas plebe. Cada año este Senado elegía un cónsul, que era al mismo tiempo jefe militar y político. La lucha por este cargo enfrentaba permanentemente a las familias más poderosas de Roma.
En la época que nos interesa, estas familias eran los Escipión y las de Fabio Máximo, todas dueñas de grandes extensiones de tierra y gran número de esclavos. Los miembros prominentes de estas familias eran los jefes militares que conducían a las legiones en las guerras de conquista de nuevos territorios y pueblos.
En ese tiempo, en África, en lo que hoy es la República de Túnez, situada entre Argelia y Libia, se levantaba Cartago, otro imperio naval, militar, comercial y cultural enfrentado a Roma. Los cartagineses provenían de antiguos navegantes de Fenicia, hoy Líbano. Estos fenicios establecieron una colonia en África que con el tiempo ganó su propia estatura en la historia como Cartago.
La isla de Sicilia fue capturada por los ejércitos cartagineses, produciéndose la primera guerra púnica entre Cartago y Roma, ya que los cartagineses eran conocidos como púnicos. Los ejércitos romanos expulsaron a las tropas cartaginesas de Sicilia, y Cartago decidió controlar militarmente a Hispania, que hoy es España.
Amílcar Barca fue el jefe militar en la conquista de las tierras hispánicas, mientras su hijo Aníbal Barca se preparaba militarmente en Cartago. Cuando Amílcar muere en combate, su hijo Aníbal asume la conducción de la guerra, sabiendo bien que a Roma había que combatirla en su propia casa; y diseñó, organizó y dirigió la operación militar más portentosa de la antigüedad.
Los cartagineses cruzaron los Alpes amenazando a Roma desde el norte e instalando tropas al sur de Roma y en la propia Italia. Esta fue una proeza militar de notable estatura, pero Aníbal carecía de fuerzas militares suficientes para atacar la ciudad de Roma y destruirla. Cerca de 17 años asoló las ciudades en el territorio italiano, y en la batalla de Cannae derrotó al mayor ejército romano en el verano de 216 antes de Cristo.
Roma atravesaba el momento más angustioso de su historia, mientras las luchas intestinas devoraban las energías del naciente imperio. Sin embargo, también Aníbal era víctima de las mismas circunstancias políticas en Cartago, porque sus enemigos en el Senado reducían cada vez más la ayuda a sus ejércitos. De tal manera que cartagineses y romanos eran, en realidad, enfermos de los mismos problemas de poder en sus respectivas metrópolis.
En Roma, los senadores más importantes temían al aparecimiento de un dictador que terminara con la república. Y cuando un jefe militar se hacía dueño de demasiadas victorias era visto como un potencial peligro. Por eso, el consulado duraba apenas un año para poder sustituirlo rápidamente.
Una de las familias romanas más poderosas, la de Publio Cornelio Escipión, era vista en el Senado como la más peligrosa por su prestigio y autoridad. Su enemigo, el cónsul Catón, hacía todo lo necesario para que Escipión no aumentara ni su poder ni su prestigio. Tanto el cónsul Escipión como su hermano Cneo mueren en combate contra las tribus ibéricas en Hispania. El hijo de Publio, llamado como él, Publio Cornelio Escipión, asume responsabilidades militares. Este joven legionario estaba convencido de que la única manera de derrotar a Aníbal Barca era llevando la guerra a Cartago, para obligarlo a abandonar Italia y acudir en defensa de su patria.
Los papeles históricos de Aníbal Barca, el general cartaginés, y de Publio Cornelio Escipión, se encuentran vinculados contradictoriamente. Ambos luchaban por la supervivencia y el predominio de sus imperios, ambos eran víctimas de las contradicciones internas de sus propias estructuras de poder.
Aníbal se enfrentaba al poder de los sufetes de Cartago (equivalente a los cónsules romanos), que desconfiaban de su prestigio entre el pueblo y de su capacidad militar; y él solamente confiaba en sus jefes militares más cercanos. Al mismo tiempo, los jefes del Senado de Cartago, que eran los que decidían, desconfiaban de toda la familia de los Barca, que incluía a los dos hermanos de Aníbal: Asdrúbal y Magón.
Escipión, en tanto, se enfrentaba en el senado romano a la pérfida oposición del cónsul Catón y de su fuerza política, que siempre impidió que contara con los ejércitos necesarios, con el avituallamiento preciso, con el número de barcos que se precisaba. Y cuando se planteó la invasión directa a Cartago, después de la derrota de las fuerzas cartaginesas en Hispania, a manos de Escipión, Catón impidió que hubiera legiones disponibles para la invasión de Cartago. Escipión solo pudo contar con las dos legiones derrotadas por Aníbal en la batalla de Cannae.
Los derrotados en esta batalla habían sido expulsados con deshonor a la isla de Sicilia, abandonados a su suerte, dedicados al vicio, al juego y a la desesperación. Con estos hombres contó Escipión para la invasión a Cartago.
Los dos jefes militares representaban a dos imperios nacientes que no podían convivir y ambos tenían enemigos poderosos en la estructura del poder.
Esto siempre es así. Las luchas políticas y sociales nunca son rectilíneas. El poder es siempre una presa huidiza con muchas espinas y esquinas filosas.
Cuando Escipión inicia la invasión a África, Aníbal fue llamado de urgencia, y los dos ejércitos, el romano y el cartaginés, se enfrentaron en la histórica batalla de Zama, donde vencieron las armas romanas, imponiendo a la ciudad de Cartago condiciones económicas y militares infamantes. Aníbal, sin embargo, siguió libre y amenazante.
En esta etapa de la historia aparecieron de nuevo las luchas intestinas en ambos centros de poder. El Senado romano, fuertemente influido por Catón, condenó al destierro a Escipión, que era su mayor héroe militar y el general de mayor prestigio entre el pueblo, por lo cual era la mayor amenaza para quienes controlaban el Senado romano. Todo esto se desarrollaba en los años finales de la república romana. La figura de la dictadura en manos de una sola persona sobrevolaba en el mundo político de la época. Escipión, dado su prestigio y autoridad, era entendido por sus enemigos como el perfecto dictador.
Varias décadas después, el general romano Julio César planteó en el Senado la figura política de la dictadura y fue asesinado ahí mismo por sus hombres más cercanos. Su sobrino Octavio inauguró el imperio, que era la dictadura en manos de un emperador. Escipión fue el abuelo de Cayo y Mario Graco, los grandes agraristas que plantearon la reforma agraria y fueron asesinados por eso.
En tanto, Aníbal resistía en el Oriente, en territorios que hoy corresponden a Turquía, a Irak, a Siria. En calidad de asesor militar de los ejércitos de esa zona seguía enfrentándose a las legiones romanas y su poderío que imponía a los reyes de la zona condiciones para lograr la entrega de Aníbal.
Los romanos aspiraban a llevar a Aníbal encadenado y mostrarlo así vencido al pueblo romano, pero este siempre tuvo sus propios planes y estando en Bitinia, hoy una región del noroeste de Turquía, a orillas del mar Negro, supo que el rey bitinio, Prusias, había decidido entregarlo a Roma, y una legión romana se aproximaba. Aníbal los esperó calmadamente sentado alrededor de una pequeña mesa. En uno de sus anillos de su mano izquierda había llevado siempre una dosis mortal de veneno, y mientras oía el avance de la tropa romana y miraba al mar Negro tomó el veneno. Cuando sus perseguidores lo descubrieron, Aníbal parecía sonreír desafiante. Ya era invencible hasta la eternidad, nadie podía humillarlo ni encadenarlo ni mostrarlo como trofeo.
Escipión murió en el exilio, olvidado, Aníbal también, pero su capacidad de enfrentarse a ese imperio poderoso, su tenacidad y su espíritu invencible permanecen y es capaz de vencer el polvazón de la historia y las oscuridades de los siglos.
Aníbal Barca, el mayor estratega político militar, permanece invicto en la historia y sigue siendo la fuerza necesaria para enfrentar con éxito a los imperios.