La Ilustración con todos sus bríos hacia mediados del siglo XVIII y principios del siglo XIX, permitió el surgimiento de un movimiento de pensadores iluministas, que influenciaron Europa en diferentes campos: político, económico, científico, artístico, cultural y religioso. Este movimiento cuestionaba el mundo a través de la razón, siendo algunas de sus características principales: el pensamiento crítico, la búsqueda del conocimiento como herramienta, el estudio de los fenómenos de la naturaleza, el antropocentrismo, el surgimiento de una clase pudiente ilustrada y sobre todo el debilitamiento del poder clerical. Cabe mencionar que esta forma de pensamiento trajo consigo cambios drásticos en la esfera política con procesos como la Revolución Francesa y los de independencia de las colonias españolas del Nuevo Mundo.
Ante este panorama surgen diversas interrogantes alimentadas por los adelantos científicos, que buscaban dar respuesta a una serie de fenómenos naturales. Una de estas cuestiones era la relacionada con la vida después de la muerte, siendo el espiritismo, una corriente que había surgido en 1848 en Estados Unidos en Hydesville, Nueva York, en la cual las hermanas Fox manifestaban eventos que atribuían a fuerzas del más allá.
Estos hechos hicieron que en Francia, el filósofo, profesor y escritor, Hippolyte Léon Denizard Rivail, bajo el pseudónimo de Allan Kardec diera forma finalmente a este movimiento, fundando la doctrina espírita. Este personaje, escribirá una serie de obras como «El libro de los espíritus», «El libro de los médiums», «El Evangelio según el espiritismo», para mencionar algunos de sus documentos. Podemos comentar también, que en las sesiones espiritistas para contactar con entidades, estas estaban guiadas por médiums, lo que permitía vislumbrar una explicación racional a lo que acontece después de la muerte. Es menester referir, que esta filosofía tuvo aceptación sobre todo porque impregnaba hacia finales del siglo XIX, un pensamiento secular y se buscaba tratar estos temas con la ayuda de otros conocimientos como la psicología, la energía electromagnética, las teorías de Darwin y la fotografía.
Algunos de los personajes destacados que abrazaron esta doctrina fueron: Sir William Crookes, Sir Arthur Conan Doyle, Víctor Hugo o el héroe de la independencia cubana, José Martí, para citar algunos personajes. En el caso de México hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX, existía ya una burguesía ilustrada cuyos miembros formaban parte de diversas fraternidades; en el caso de la doctrina espírita, destacan, José María Vigil, Pedro Castera, Rafael Reyes Espíndola, entre otras figuras. Sin embargo, uno de los personajes que más llama la atención es Francisco I. Madero, uno de los precursores de la Revolución Mexicana, quien había sido formado en Francia y de donde tuvo contacto con la obra de Kardec. Se dice que el mismo Madero era un médium, del tipo escribiente, y cuyo don le permitió tener contacto desde sus primeras sesiones con diversos espíritus.
«La sucesión presidencial», la principal obra escrita por Francisco Madero en 1908, es un libro que critica el poder consecutivo de más de 30 años de Porfirio Díaz. Esta obra se imprimió en más de tres mil ejemplares repartidos en círculos intelectuales de la época. La publicación sirvió de base ideológica para la revolución mexicana, así como la fundación del Partido Nacional Antirreeleccionista; pero, lo que más llama la atención, es que, esa obra es producto de los dictados de los espíritus quienes encargan a Madero su publicación.
En palabras del investigador mexicano, Wenceslao Vargas Márquez: «La revolución de 1910 no comenzó más que por un solo motivo: los espíritus de ultratumba empujaban al promotor, después el mártir y el apóstol de la historia oficial, a iniciar la guerra civil que insistentemente quiso evitar. Francisco I. Madero inició la guerra contra la dictadura de Díaz por una sola razón: Se lo ordenaban los espíritus de “Raúl” y “José”; después, un espíritu con iniciales B. J. que recuerdan al Patricio de Guelatao».
Esta cara poco conocida de este personaje de la revolución mexicana se puede encontrar en su principal publicación espiritista de 1911 titulada: «Manual espírita», firmada con el pseudónimo Bhima, siendo este, el nombre de una deidad de la mitología hindú. Aunado a lo anterior, encontramos el trabajo de Catherine Mayo: «Odisea metafísica: hacia la revolución mexicana: Francisco I. Madero y su libro secreto, Manual espírita»; así como: «Tratado de filosofía esotérica» del escritor Rogelio Fernández Güell. El mismo Francisco Madero en vida, financió además obras de corte espiritista como: «Alma», «El Cristiano Espírita» y «La Cruz Astral».
Podemos decir, lo interesante que esta corriente filosófica encontró adeptos en esta etapa de la historia y cómo diversos personajes se alimentaron de su doctrina, en la que cabe mencionar además a Plutarco Elías Calles, fundador en 1929, del Partido Nacional Revolucionario, adepto al espiritismo y quien fundó el alma del México moderno, poniendo fin a la guerra de caudillos herederos de la revolución; así como al escritor José Juan Tablada, adepto espiritista quien en sus inicios había sido incluso acérrimo crítico del gobierno de Madero.
Comentaremos también que, gracias al escritor ítalo-mexicano Gutiérrez Tibón y su obra de 1960: «Una ventana al mundo invisible», es que conocemos en detalle las actividades del espiritismo en México en su última etapa. Esta publicación que había estado en el olvido durante más de 40 años es rescatada por el periodista José Gil Olmos, de quien se sirve para escribir su ensayo: Los Brujos del Poder. El ocultismo en la política mexicana. El siglo XX con todos sus adelantos tecnológicos pregonó una época de progreso material y cambios radicales en los sistemas políticos de las naciones, gracias a procesos revolucionarios que transformaron las sociedades, siendo estos sucesos guiados por almas comprometidas con sus causas y por qué no, inspiradas desde el más allá, por idealistas que se nos adelantaron y cuya obra buscó la mano en este mundo que pudiera finalmente, encarnar sus ideales.