Chester, Lucky, Bronce, Thyra y Pimienta son algunos de los amigos cuadrúpedos que ya no están más con sus dueños. Sus almas partieron al «cielo perruno» y en la tierra sus amos los han despedido con mucho amor.
Para cada uno hay una tumba con su nombre. De algunos hay fotografías, sus juguetes preferidos, pensamientos en su honor y hasta huellas del tamaño real de sus patitas.
Es todo un espacio creado y dedicado a las mascotas con pelos o con plumas que durante años acompañaron a sus familias adoptivas.
Amigo es el nombre del primer cementerio para mascotas, con una extensión de 13 manzanas, aproximadamente, y se ubica en ciudad Delgado, al oriente de San Salvador.
«Hoy en día, las mascotas son nuestros amigos incondicionales. Tenemos que darles un lugar en nuestro corazón y un espacio donde poder enterrarlos», relata Kryssia Quintanilla, gerente de Mercadeo del cementerio fundado hace tres años.
Según ella, la idea surgió de parte de sus bisabuelos, quienes tenían una finca donde enterraban a los animalitos de la familia. Al ver la necesidad de otras personas que no poseían un terreno donde dar sepultura a sus mascotas, decidieron crear ese lugar.
«Hemos visto el auge de personas porque hay una necesidad grande. Hemos enterrado perritos, gatitos y animales más pequeños como pajaritos. Es una oportunidad para poder enterrar cualquier tipo de mascota y despedir a un miembro más de la familia», añade.
El homenaje de despedida
Cuando ocurre deceso, los familiares deben trasladar a su mascota en una caja de cartón, bolsa o manta hasta el cementerio.
En el lugar, los encargados colocan las mascotas en un féretro provisional (porque los animalitos se depositan directamente en la tierra). Los trasladan a un espacio conocido como «El último adiós», que consiste en una especie de sala al aire libre, donde la familia humana puede despedirse.
En ese mismo lugar, se escribe el nombre de la mascota en una placa de madera y el epitafio. Cuando se sepultan los animalitos, la familia recibe una planta que colocará sobre la tumba, «como diciendo que algo murió, pero algo va a crecer en el bosque», describe la gerente.
El dueño recibe, además, una pulsera que lleva el nombre de la mascota y en ocasiones las huellas del animalito.
El brazalete está elaborado con semillas del bosque y representa un «recuerdo de lo que han dejado sembrado».
La pérdida de un amigo fiel
Alejandra adquirió un perrito de tres meses de nacido, tenía pulgas y no podía comer, por lo que debió alimentarlo con biberón.
Al poco tiempo, ella quedó embarazada de su primer hijo, Roberto Alessandro. «Me olía la panza, me lamía como si sabía que había una vida. Al momento que llegó el niño, el perrito se convirtió en su hermanito. Era su cuidador», relata.
Antes de la pandemia, el perrito enfermó y murió. Asegura que, como toda pérdida, la familia tuvo que superar el proceso de duelo. Según dijo, adoptó un perro similar para su hijo, pero no logró la misma conexión con el niño y debieron buscarle nuevos dueños.
Transcurrido un tiempo, otro miembro peludo se ha unido a la familia. Se trata de Milú y esperan que llene el espacio de la primera mascota.