Es una realidad vivida por millones de personas a lo largo de la historia, padecer ante la hipocresía de los que logran y crecen a fuerza de lengua, desmérito y palabrería carente de sapiencia, tanto en lo laboral como en lo religioso, lo político y lo social. Sobre todo, cuando la mediocridad viste de innovación y juventud como criterio supuesto de mejoramiento. La gran pregunta que es necesario elucubrar en este instante sería ¿cómo actuar ante la hipocresía? sin reaccionar violenta o tristemente.
Lo anteriormente expuesto se puede enunciar de una manera elocuente, conforme a lo que expresó el reformador Martín Lutero: «La humildad de los hipócritas es el más grande y el más altanero de los orgullos». Cuántas veces se ha topado el apreciado lector con estas humildades falsas, o incluso con esas arrogancias vacías. Ciertamente todos han vivido esta experiencia, sobre todo en el mundo laboral, donde los mediocres logran alcance y reconocimiento a través del desmérito a otros, o de la imposición de sus ideas trilladas.
Así pues, una de las principales formas de reaccionar ante la hipocresía de los mediocres es, ante todo, no hacer nada. ¿Cómo así? Nada… sí, nada. El silencio es sabio y calla porque sabe que la verdad se defiende sola y la justicia llega tarde o temprano con su filo desvainado para quienes no son capaces de brillar con luz propia. Por ello, la mejor acción a tener en cuenta es la inacción sapiencial del silencio y la calma ante esos acontecimientos injustos; solo esperar y todo encaja a su debido tiempo y sin más daño.
Pero es necesario aprender la grandeza del silencio y su magna fuerza dignificadora y también, por qué no decirlo, esclarecedora. El verdadero silencio abre la perspectiva emocional a una amplitud de verdades a las que solo se accede a través de su útero natural, y forma carácter, templanza de espíritu y ante todo la exactitud de la prudencia. No se puede ser sabio sin silencio y no se debe reaccionar ante la hipocresía sin este. Ya que solo la calma de mente y ánimo (silencio) responde idóneamente.
Por tanto, liberarse de las ataduras del enojo, la tristeza y la desilusión (cosa no fácil ante la hipocresía) es el camino hacia la libertad del alma y, por tanto, al comienzo de la verdadera sabiduría que, aunque no es reconocida prontamente, una vez comprendida da prestigio del verdadero y respeto del que solo un ser sabiamente silencioso puede dar. Sobre todo al toparse con esos seres que, al creerse sabelotodo, descunchan al sabio; solo recuerda lo planteado por William Somerset Maugham: «En tiempos de hipocresía cualquier sinceridad parece cinismo».
De tal manera que, la hipocresía y sus mandados no pueden vivir naturalmente, por eso se ocultan bajo el maquillaje de la innovación y de desechar lo que consideran viejo o pasado de moda, no respetan la experiencia y sabiduría de los mismos; claro, así se muestran encaminados a ser, en realidad, un saco de vacíos y podredumbre que busca ante todo lograr sin más mérito que desacreditar la experiencia, la sapiencia y la voluntad vocacional real. Por ello, la calma silenciosa debe ser la mejor arma ante tal atropello.
Ya lo decía el maestro iluminado Osho: «La hipocresía es, constante o esporádicamente, creencias, opiniones, virtudes, sentimientos, cualidades, o estándares que se exigen en las demás personas, y que uno en realidad no tiene o no sigue. La hipocresía en sí es un tipo de mentira o pantalla de reputación». Por ende, el silencio sabio que muestra una realidad natural es ante todo una verdadera reputación, nacida de la capacidad, del esfuerzo, la perseverancia y ante todo una vida de respeto a los demás y sus diferencias.
De tal modo, querido lector, no se frustre ni desilusione, la verdad es luz, la hipocresía es luz prestada y se apagará tarde o temprano, pues se desgasta de tanta suciedad. Las personas mediocres e hipócritas pueden lograr lo que se proponen, pero nunca alcanzarán algo que no buscan, y es lo único que vale en este mundo; ser respetado y amado realmente. Guarde silencio y viva su vida, dé lo mejor de sí y verá cómo saldrá a albor su grandeza y brotará sin lugar a duda la fealdad del alma de los hipócritas.