Inmensa alegría es anotar un gol. Correr como loco, tirarse al suelo, dar una patada al banderín, saltar la borda, buscar al mejor compañero y hacer una piña. Messi mira hacia el cielo, sabe que allí nacen las grandes hazañas.
Deleuze dice: «Tener una idea es como tener una fiesta». Meter un gol es un plan, aspiración, sueño; lograrlo es un carnaval. Un gol es un límite para traspasar, invadir, conquistar. Los atletas lo hacen con su cuerpo, con un balón o hasta con una flecha. Es en un rectángulo, una ola, el monte más alto: «confían alegremente». Quienes lo logran son seres excepcionales, y, con esa naturaleza, llenos de rebeldía y desobediencia ante lo imposible. No se rinden jamás, buscan fronteras, otros desafíos, nuevos territorios. «Espíritus deportivos como paradigma de ese estado anímico donde el hombre crea y progresa» (José Ortega y Gasset). Stéphane Vaud asegura: «El éxito en los deportes es el lado oscuro de un amplio fracaso social».
Nos preguntamos si con el grito de gol queremos expresar otras cosas. Un grito de pueblo, por ejemplo, como el más temido de todos los gritos. Es similar: en la cancha el equipo que anota, en las graderías 100,000 voces, en la calle la demanda pura. Todo gol edifica localía, identidad, amor propio y de país. Si nuestra Selecta marca un gol, nada es más lindo que ser salvadoreño.
Rugir de gente que expresa la realización de algo largamente anhelado. Mezcla de frustraciones, desencantos y nuevas esperanzas. Válvulas de escape ante tantas mentiras y desilusión previas. Sí, el deporte instaura cultura, un mejor Estado y todo un festival de convivencia. La vida es como le pasa a uno en la cancha: o es de gritos o de pitos.
Ariel González, excompañero de estudios en Alemania, famoso y preparador físico de la tricolor mexicana me confiaba: «Cada vez que vamos a jugar a El Salvador nos tiemblan las piernas. Allí la gente no hecha porras, grita con el firme deseo de comerse vivo al equipo contrario. Todos, cuerpo técnico y jugadores, no conocemos una cancha más intimidante que la del Cuscatlán». Badu Vieira, amigo y colega, decía lo mismo: «Eso no es un estadio, es la calle pura, el lugar donde sálvese quien pueda es el mensaje. Fantásticos los guanacos». Toda una fratría espartana resuelta al combate.
Hay un proceso de eusemia en nuestro deporte actual. No lo dudo. Hay pasos lentos, tambaleantes, que pronto serán pasos seguros. La idea general se entiende, lo que describe y norma aún falta. El deporte de rendimiento es solo fruto de una Educación Física escolar que lo fundamente, de una masiva participación comunitaria que lo disperse y de un largo plazo de desarrollo federativo que lo engarce. Es toda una proyección intencionada en donde el Gobierno no debe perderse. Pero, sobre todo, tomar conciencia de que la mejor forma de deshacerse de una mala herencia no es haciendo lo mismo de otra forma, sino recurriendo a nuevas ideas.