Algunos han definido el liderazgo como el ejercicio del poder. Ahora, ¿qué viene a nuestra mente con la palabra «poder»? Podemos considerar el poder como una fuerza positiva, usada siempre para lograr ciertos objetivos buenos, sean personales, grupales u organizacionales; pero también podemos pensar en el poder en términos negativos, ya que sabemos que el poder puede llegar a ser maldad, corrupción, egocentrismo y manipulación. Esto es el lado malo u oscuro del poder.
El liderazgo es la «capacidad de influir sobre la conducta de otras personas, de modo persuasivo» (González & Guenaga, 2005). Sabemos que esa capacidad o poder para persuadir a las personas y moverlas a ciertos fines o propósitos puede usarse para el bien o para el mal.
El liderazgo de forma innata y natural es y debe ser un acumulador de poder, porque si no hay poder, es decir, capacidad de influir y persuadir a las personas, no hay capacidad de mover a un grupo, organización o nación hacia el logro de ciertos objetivos o ideales. Desde este punto de vista, el líder es aquel que tiene la capacidad de identificar los anhelos más profundos de la gente y aprovechar las circunstancias para trabajar en pro del logro de esos ideales; y en la medida que avanza en alcanzarlos, su liderazgo con ese grupo crecerá. Este es el proceso común que vemos en el surgimiento de los grandes líderes en el mundo. Ahora, cuando el líder, producto de su liderazgo, acumula poder enfrentará y tendrá siempre ante él este dilema: continuar buscando el bien común y bienestar de la gente o se inclinará a la tentación de imponer sus criterios de forma absolutista apartándose de los ideales que le permitieron acumular ese poder.
Este fenómeno es prácticamente el que estamos viviendo en nuestro país; debido al gran vacío de liderazgo que hemos sufrido en las últimas décadas, era incipiente e inevitable el surgimiento de un liderazgo según el anhelo de los salvadoreños; y entonces, no fue tan difícil para el señor presidente acumular en tan corto tiempo semejante poder en medio de nuestro país, ya que la gente se lo ha otorgado a través de las últimas dos elecciones, primero en las presidenciales y luego le endosó un mayor respaldo en las votaciones para la Asamblea Legislativa y los concejos municipales. Todo de forma democrática.
Es importante señalar en estas circunstancias que la población tiene grandes expectativas de que este liderazgo o acumulación de poder sea usado para avanzar con mayor celeridad en la consecución de los ideales que el pueblo salvadoreño anhela profundamente: una sociedad con mayor justicia y equidad, con oportunidades para todos.
Como cristianos, oramos para que todos los nuevos funcionarios, comenzando por el señor presidente, los señores diputados, alcaldes y jueces, no caigan en la tentación de los antiguos funcionarios, los así llamados «los mismos de siempre», quienes usaron el lado oscuro del poder para la maldad, corrupción, el egocentrismo y la manipulación aprovechándose de las instituciones y de los bienes del Estado para sus propios beneficios y no los del pueblo, a quien debían servir. Oramos para que usen el poder que Dios les ha conferido a través del voto y respaldo de los salvadoreños para poner las bases y podamos construir la nación que todos queremos y que se pueda cumplir lo declarado por el libro de proverbios:
«Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo gime». (Pro. 29:2).