«Me estremecieron mujeres
Que la historia anotó entre laureles
Y otras desconocidas, gigantes
Que no hay libro que las aguante»
Vuelvo a escribir esta columna después de una larga pausa… No es para menos, en este tiempo de ausencia se nos fue Thirza. Un desgarrador cáncer se la llevó, fue fulminante. Apenas en julio del año pasado descubrió por sorpresa unos quistes en los ovarios que tenían el tamaño de dos enormes aguacates.
Procedimos a ver las opciones quirúrgicas para extraerlos, hacer las pruebas correspondientes, asegurarnos de que no era algo maligno y a hacer todo lo que se debería hacer para garantizar que no hubiese complicaciones. Así fuimos a dar con la opción de laparoscopia, un procedimiento menos traumático que rajarla, moderno, seguro.
Thirza le tenía fobia a la sangre, así que esta opción le pareció ideal. El procedimiento fue normal, sin complicaciones, sin traumas. Al hacerse el chequeo de seguimiento, el doctor que la operó no vio nada anormal; sin embargo, ya Thirza comenzaba a tener algunos malestares que no la dejaban en paz: crecimiento anormal del abdomen, dificultades para evacuar fisiológicamente. No habían pasado dos meses desde su operación.
En octubre buscamos la opinión de una coloproctóloga y fue ella quien descubrió ciertas anomalías cerca del colon y nos ordenó hacer el TAC y una resonancia magnética. Fueron estas pruebas las que descubrieron por primera vez unas leves lesiones en el páncreas y el hígado. A partir de aquí comienza el calvario.
Como habíamos suspendido de pagar el seguro médico privado producto de la pandemia, cuando lo venimos a reactivar ya el privado nos rechazó la cobertura por tratamiento del cáncer, por lo que acudimos al ISSS. Durante cuatro meses estuvimos combinando el sistema público y el privado para hacer todo lo posible para que Thirza venciera el cáncer. Pero no se pudo. Los dolores en los últimos meses y la metástasis del cáncer que invadió varios órganos esenciales la sucumbieron.
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Thirza fue fuerte de principio a fin. Desde que supo lo que venía nos confesó que no estaba dispuesta a sufrir si ese era el precio de estar viva por más años, que se consideraba una mujer satisfecha por lo que había hecho en su vida, que se sentía orgullosa por los hijos que había criado, porque fue exitosa en todos los trabajos que realizó, que se sentía plena y que estaba lista para irse.
«No hago otra cosa que pensar en tí
Por halagarte y para que se sepa
Tomé papel y lápiz y esparcí
Las prendas de tu amor sobre la mesa»
A Thirza la conocí un 1.º de mayo a principios de los noventa. Ella hacía cobertura periodística en la plaza de la Catedral y yo de turista pseudorrevolucionario que regresaba del Norte.
Recién se había terminado la guerra y el oleaje de los retornados inundaba las calles celebrando lo que para en ese entonces creíamos ilusamente que se trataba del triunfo de la revolución, lo más cercano a la experiencia de Cuba y Nicaragua.
Thirza se fue exiliada con su familia a Nicaragua a principios de los ochenta, y yo, de mojado a los Estados. En 1992 coincidimos en la plaza Barrios. Cuando nos presentaron me vio de pies a cabeza, guiñó una ceja y le dijo a su tío: bueno, quizá para bailar salsa sea mejor que la tanta paja que habla. Y así fue, como tenía que ser: en un baile en Las Antorchas le robé el primer beso. Dos años después, a un par de cuadras de Las Antorchas, irrumpía de su vientre Diego Gabriel.
«Cuentan que cuando un silencio
Aparecía entre dos
Era que pasaba un ángel
Que les robaba la voz
Y hubo tal silencio el día
Que nos tocaba olvidar
Que de tal suerte yo todavía
No terminé de callar»
Este año se cumplen 30 años de habernos conocido, de haber tenido la fortuna de que ella me escogiera para acompañarla en esta etapa de nuestras vidas. Así forjamos a Imanol y a Diego, nuestros hijos.
Ella entre el Fondo Social, la «Revista Tendencias», el PNUD, el Ministerio de Cultura; y yo vendiendo en La Tiendona, los mercados de Tegucigalpa y San Pedro o filmando en las fronteras de México y Guatemala, persiguiendo con nuestras cámaras a los migrantes o haciendo campañas políticas.
Thirza nunca se sintió tentada por el poder en los diferentes cargos que tuvo, nunca dejó las cosas a medias, le ofendía la mediocridad. Thirza no andaba con medias tintas.
Se nos fue el 12 de febrero, a dos días del Día del Amor y la Amistad. Nos dejó un vacío, pero, sobre todo, nos dejó el reto de continuar su sueño: apostarle a la formación de técnicos y profesionales en el cine.
Y es que Thirza fue fiel creyente de la formación académica. Se graduó de periodismo en la UCA de Nicaragua, luego sacó un posgrado con la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, un doctorado en comunicaciones en la Universidad de Sevilla; se fue a la India a estudiar para ser instructora de yoga, dio clases para maestría de comunicaciones en la UCA. En los últimos años fundó la Escuela de Cine (Escine), y para ello siempre insistió en asesorarse del talento local, pero igualmente buscó apoyos internacionales para fundamentar los cursos de cinematografía. No quería improvisar.
Nos quedan ahora sus cenizas, que debemos esparcir por los lugares que tanto amo: su Nicaragua, Nicaragüita; luego a la ceiba que les regaló a Verónica y Epigmenio, que ellos sembraron hace un par de años en un bosque cerca de la Ciudad de México; a la playa La Perla, donde convivió con sus primas.
La partida de Thirza nos ha dejado sin aliento, pero nos han sorprendido las innumerables muestras de afecto que ella ha recibido a raíz de su muerte. Creo que se simplifican en un par de citas que escribieran Carlos Veliz parafraseando a Rubén Darío en ocasión del sepelio de Víctor Hugo: «Hoy, el mundo pesa menos». Jorge Dalton recordando a Benedetti sobre la muerte del poeta Dalton: «Que hará la muerte con tanta vida», y Jorge Ávalos la resumió al decir: «Thirza soñaba realidades. Hasta luego, mi seca bella».
PD: Quiero, en nombre de mi familia, agradecerles a la doctora Mónica Ayala y a la doctora Rocha, del ISSS, y al doctor Larín por tener paciencia y orientarnos para neutralizar el dolor; a Déborah Katz por su permanente presencia para hacer de sus últimos días memorables; a los aceites y aromaterapias de sus primas Tamy y Susy, y por supuesto a la ministra Morena Valdez por estar siempre ahí cuando más la necesitábamos.