A veces, el destino mueve sus piezas de una manera misteriosa, que solo con el paso del tiempo es posible entender las razones del por qué ocurren las cosas. Ejemplo de ello es la historia de amor que les contaré, y que se ha consolidado 16 veces.
Alfredo Ovando vivía con sus padres en el cantón La Quebrada Española, en Izalco, Sonsonate. Allí conoció a Silvia Sánchez cuando apenas tenía cinco años de edad, mientras que él ya era un adolescente de 16.
Para muchos, la amistad entre dos niños con once años de diferencia es difícil que se pueda desarrollar, ya que tienen intereses y aficiones diferentes, pero en otros casos se generan afectos que perduran en el tiempo.
«La historia es tremenda porque desde esa edad como que ya nos convenía estar unidos, quizás, así como ahora. Siempre fuimos vecinos. Solo había conversaciones como amigos, pero conforme íbamos creciendo ya íbamos entrando más de lleno a la cosa del noviazgo», recuerda Ovando.
Así se llegó 1989 y en Jueves Santo, la joven pareja, luego de pasar cuatro años en idilio, se propuso dar un giro a su vida y contra viento y marea decidió demostrar a todos sus sentimientos.
«A ella no le interesó si la mamá iba a decir que sí o no; pero bien, el amor que ella sintió por mi persona fue bastante diferente. Llegamos a una época que los dos nos llegamos a querer y fue donde le dije si se quería juntar conmigo, porque yo quería formalizar un hogar. La primera vez me dijo que no. Insistí hasta que al fin de tanto aceptó», comparte Ovando.
Luego de dos años de estar juntos formando hogar, se enteraron de una noticia que llegó a reafirmar el amor que aún no se juraban ante Dios.
«Nos dimos cuenta que estaba embarazada como de tres meses, así que pensamos hacer el matrimonio para que el primer hijo naciera dentro de él. Esa fue la idea de nosotros», agrega.
Desde ese momento, las noticias fueron creciendo, y cada dos o tres años se integraba un nuevo miembro a la familia.
Hasta el 2020, aquellos jóvenes que crecieron en el mismo cantón y que decidieron formar un hogar, llegaron a convertirse en padres 16 veces. El último de sus hijos es Érick Alberto, que ya cumplió 3 años. Mientras que el primogénito es Alfredo Merary, de 32.
«Ahí estamos, y gracias a Dios que nos ha dado fortaleza para salir adelante. Desde la época que nos conocimos con ella, en mi sistema, nunca pensé que ella podría llegar a ser madre de esa cantidad de hijos conmigo», relata.
La cantidad de hijos que la pareja ha procreado impacta a algunas personas; sin embargo, ellos están convencidos de que han cumplido la voluntad de Dios.
«Cuando uno se matrimonia dentro de la religión evangélica sabe que a la mujer Dios la manda que tenga sus hijos que correctamente Él va a dar. Yo consiento que hemos llegado a la meta. Creo que ya no van a ver más porque el último ya tiene tres años. Esa es la tarea que hemos llevado, tener nuestros hijos hasta que Dios diga hasta aquí», expresa Alfredo.
En más de una ocasión la pareja ha sido cuestionada debido a que, posiblemente, las condiciones de vida de los hijos no sea la mejor. Además, la convivencia puede tornarse muy caótica y puede haber disputas.
«Yo no le digo que no se van a pelear, sí se pelean; pero son pleitos pequeños. No van agarrar a pegarse porque nosotros siempre les hemos dicho que entre hermanos tienen que ser unidos, porque si uno tiene y el otro no, tienen que compartir. Así es como ellos se han criado. Dios nos ha ayudado bastante porque para la edad que tiene este montón de cipotes que tenemos ninguno se nos ha perdido en algún vicio o algo», apunta Silvia, la madre.
La numerosa familia coincide que, como cualquier otra, han tenido altos y bajos, buenas y malas épocas, han vivido tiempos de abundancia y escasez, pero eso no ha impedido que todos los hijos hayan estudiado.
«Todos han estudiado gracias a Dios. El primero no quiso estudiar mucho, la segunda lo mismo, pero ya los otros sacaron su bachillerato. Ahorita, solamente él más pequeño no lo tengo estudiando», añade la feliz madre.
Esta pareja agradece a la vida y a Dios la oportunidad de ver crecer a sus hijos, de haberse convertido en abuelos de siete nietos y de que su apellido se siga expandiendo en el cantón La Quebrada Española.
Un ángel en el cielo
El matrimonio procreó 16 veces; sin embargo, una de sus hijas falleció cuando tenía tres meses de nacida. «Cuando Zuleyma del Tránsito se nos enfermó, la llevamos al Bloom. Viajando a ver a la criatura, en el microbús íbamos cuando en la parada de la 8 nos golpeó un bus de Ahuachapán. Pegó en el asiento trasero. A nosotros no nos pasó nada, pero a mi esposa que estaba embarazada le afectó y asustó a la niña. La niña nació enferma, quizás del susto que tuvo la criaturita ganó esa enfermedad de la cual falleció. Su nombre era Reina Saraí», recuerda el padre.