El sistema económico, político y judicial que fue entarimado a partir de 1992 se fue robusteciendo a lo largo de los años. Las cartas sobre el destino del país fueron lanzadas en la mesa en la que comenzaron a coexistir los grupos con ideologías de derecha e izquierda.
Los mismos que protagonizaron la guerra civil por más de una década hilvanaron el traje que portaría El Salvador.
La guerra fría de las superpotencias había finalizado. El dinero y las armas que llegaban tanto para el Gobierno de derecha como para la guerrilla se terminaron, y esto es lo que principalmente dio origen a que «se pusieran de acuerdo» para dar por terminada la guerra civil en nuestro país que dejó miles de desaparecidos y más de 72,000 asesinados por ambos bandos.
El conflicto armado entre los poderes oligárquicos y la izquierda fue eso, una guerra entre dos ideologías, pero nunca fue por el pueblo. La historia nos demuestra que fue contra el pueblo. Prueba de ello es que lo que hicieron en 1992 fue «un pacto» al estilo «tregua» solo entre ellos. Los asesinatos, los secuestros y las desapariciones de salvadoreños continuaron.
Por más que los medios de comunicación, que se deleitaron con millones de dólares del sistema montado por ARENA y el FMLN, luchen por vender como extraordinario ese pacto al dedicarle sendos reportajes, los salvadoreños hemos visto que al final todo fue espejismo: los que fueron usados para tomar las armas por parte de la guerrilla, sus excombatientes, siguen reclamando que se les reconozca «su esfuerzo», mientras sus comandantes ahora son parte de los nuevos ricos que de las trincheras pasaron a mansiones. Los soldados, veteranos y caídos en batalla siguen reclamando reconocimiento, al igual que sus familias.
Mientras los oligarcas ampliaron su poderío y fueron los principales protectores del sistema, anclado en una Constitución hecha a su medida, los cabecillas del FMLN llenaron sus bolsillos de dinero, suficiente para ser seducidos y absorbidos por las mieles del poder.
Juntos, como hermanos herederos, instalaron el sistema de justicia, la clase política, y dejaron en manos de poderes fácticos el modelo económico que llevó a las privatizaciones. Por supuesto, públicamente como parte de la farsa, el FMLN vociferaba en contra de eso, pero detrás del telón daba palmadas con la mano izquierda al sistema y con la derecha recibía su generosa compensación.
Y así, al estilo de la cultura grecorromana, el imperio fue establecido.
La danza de dólares logró conformar un selecto grupo de rastreros serviles para sostener ese imperio, extendiendo sus redes a fundaciones, ONG, políticos, medios de comunicación y hasta religiosos. Religiosos que evocan hasta el día de hoy el fiel estilo de los saduceos del sanedrín, sintiéndose más cómodos con la política y sus ganancias que con la religión para tener privilegios y poder. Algunos hasta escriben y ocupan sus púlpitos para disfrazar la mentira con verdades bíblicas.
Millones de dólares destinados a magistrados, jueces, políticos, ONG —disfrazadas de «sociedad civil»—, sobresueldos, «mentas» a periodistas, tajada del pastel publicitario a los dueños de medios de comunicación, prebendas y privilegios a religiosos, partida secreta para prófugos, entre otros, demuestran la corrupción del sistema.
Pero, 27 años después de la firma del pacto ARENA-FMLN, los salvadoreños demostraron que sabían lo que sucedía y se hartaron de la farsa y la hipocresía, y dieron de patadas al núcleo que los sometió. Como mazazos, los votos del pueblo pusieron fin al imperio en 2019 y dieron paso a la esperanza.
Ahora lo que estamos viviendo es la articulación del pequeño grupo de poder y sus serviles por regresar a lo nefasto, a lo corrupto, y que no escatiman ningún esfuerzo ni dinero por botar el Gobierno que el pueblo eligió para iniciar una nueva ruta: la del bien de las grandes mayorías, aunque el imperio contraataque.