1821
Todos sabemos que aquel 15 de septiembre del siglo XIX dejamos de ser una provincia de Nueva España. Tras tres siglos plantamos cara a la Corona española e «ipso facto» nuestros antepasados construyeron la primera república. Nuestros próceres fundaron la Federación Centroamericana. Los hechos de los castellanos en las Américas habían llegado a su cenit. España «c’est finit». ¿Acaso les suena de algo el himno de aquel que escribió con sangre «libertad»? La idea política de lo que hoy se conoce como El Salvador tiene casi 200 años y fue escrita con los cuerpos de nuestros antepasados. Hagamos honor a sus ideales y batallas. Somos soldados.
1932
También con la sangre de nuestros muertos nos cayó encima la segunda república. El que no sabe historia desconoce hacia dónde va y está condenado a repetirla. No es mi capricho ubicar los actos del tirano Hernández Martínez en el génesis de los fundamentos del segundo Estado salvadoreño. Su crueldad nos heredó 30,000 abuelos masacrados, al poeta Roque Dalton sin sepultura y la voz de un mártir. ¡Ave Romero! La consecuencia del proceso de construcción fue la guerra civil. Todos nosotros —los de la generación perdida— sabemos que los Acuerdos de Paz nos fueron impuestos por «la communauté internationale», pero qué más da, ahí teníamos la segunda república en nuestras narices y a callar a todos. Muchos se hicieron ricos con las venas abiertas de nuestro pueblo, ¿o no? ¿Y cuántos letrados recuerdan los nombres de aquellos magistrados de la CSJ que como buitres se repartieron entre ellos millones de dólares en incoherentes compensaciones por sus retiros laborales? La segunda república no fue otra cosa que el reino de la locura. Sin embargo, como jóvenes entendimos que para finalizar una beligerancia hay que firmar acuerdos de paz. Estuviéramos de acuerdo o no, ahí estábamos frente a la nueva era.
2019
El 1.º de junio de ese año del Señor, para los que aún no se han enterado, a pesar de que Nayib Bukele anunció a todo Dios que se haría historia, comenzó la fundación de lo que los adictos al estudio de la memoria colectiva hoy podríamos llamar la tercera república. Al intentarse profesionalizar un historiador, debe, por encima de todas las cosas, controlar sus emociones políticas e intentar definir conceptos para poder llenar esos vacíos historiográficos que tanto nos acusan. A pesar de que estos pueblos han parido mentes privilegiadas, como Jorge Larde y Larín, Santiago I. Barberena, Jorge Castro Barón o el americanista Atilio Peccorini, la historia son saberes no enseñados a la mayoría de nuestras gentes. Aquí la memoria nacional ha sido contada por mercenarios e historiadores oficialistas, entre ellos, el que más es Carlos Cañas Dinarte, quien hoy parece no comprender desde el exilio que se gesta la tercera república. «Transit gloria mundi». Fue la diáspora la primera en exigir la construcción de un nuevo Estado, porque como dicen los españoles, nadie se va de su casa porque quiere, y aquí los viejos podridos que gobernaban en la segunda república nos empujaron con garrote al destierro, y ello encima después de habernos llevado de la mano felices a una guerra. Por vez primera podemos decir al mundo que este país ya no está más en venta. Esta es la batalla decisiva y estamos aquí, como salvadoreños libres, no queremos ser esclavos «in omne tempore». San Miguel está con «nojotros», por ello, países amigos, nos vemos obligados a hacer honor a nuestra tierra y a nuestros antepasados y a seguir #HaciendoHistoria.