Gozamos en El Salvador de una muy saludable democracia, y sobre todo con una propuesta política rejuvenecida y noble en sus concepciones ideológicas. Sin rastros de historia pasada que la enturbien. Una propuesta joven, llena de expectativas y esperanzas. Son nuevas formas de enfrentar nuestro futuro con fe en los esfuerzos de todos por lograr las metas de progreso, de superación en todos los proyectos de desarrollo que nos propongamos.
Libertad total de expresión en todos los medios, con la única atención al respeto de todos en todas sus formas. De manera que haya la armonía y calidad humana en nuestra sociedad. Es lo que leo en la intención y los propósitos de esta gobernabilidad que sentimos. Lejos de imposiciones personales, jurídicas, «ad honorem», dictadas por quienes gobiernan, y mucho menos imposiciones y condicionamientos de grupos criminales que nos chantajeaban y decidían por lo que era nuestro libre tránsito. Todo eso está quedando atrás. Todo eso es pasado para las nuevas generaciones, que se formarán en paz.
Puedo agregar, establecer y aclarar conceptos que a este Gobierno lo identifican radicalmente contrario a esas formas dictatoriales y su actuación se ha dedicado expresamente a beneficiar al pueblo, a la superación, el mejoramiento, la actualización del Estado, propugnando por un nuevo país.
Gran libro de Véronique Chalmet «La infancia de los dictadores» (1919). Menciona a una decena que todos conocemos en la historia, desde Pol Pot, a Hussein, pasando por Mao, Stalin y el nazi más popular. Pero obviamente en carpeta se quedan más de un centenar de dictadores habidos y por haber en esa historia.
Pero empecemos por el diccionario. «Dictador: Que recibe o se arroga el derecho de gobernar con poderes absolutos». La otra connotación es «el que dicta las leyes». Pero tomamos la primera y vemos en nuestra Latinoamérica toda una sarta de dictadores que han querido imponer un Estado de sumisión entre sus pobladores: «Mande Don», antes de la «independencia» de los españoles y luego sus sucesores, todos hijos de aquellos españoles.
En la obra de Véronique Chalmet se determinan los dictadores por los traumas y las opresiones sufridas en su infancia. Las hasta aterradoras situaciones y visiones en su crecimiento, como víctimas de degradaciones, violencia, mensajes llenos de depravación o de terror que se adosaron a sus inmaduras conciencias y en su adultez afloraron, explotaron, convertidos en déspotas o tiranos para desahogar sus resentimientos en sus gobernados, desde sus propios hijos hasta los pueblos que gobiernan.
Véronique enumera varias situaciones que les hacen poner en práctica sus oscuros traumas, cuando «los topan con una situación histórica excepcional, una guerra o revolución, la embriaguez de la omnipotencia se apoderó de esas almas atormentadas…». Pero en realidad, revisando las vidas de nuestros dictadores pasados y presentes, no encontré esas taras o desórdenes o agresiones sufridas en su niñez.
Muy por el contrario, una infancia feliz, llena de «todo lo que quiere el niño», carreras profesionales exitosas, muchas fiestas, hasta consumo de alcohol y drogas en su juventud, juguetes caros, intensos amoríos, viajes de placer, frecuentes visitas a Disneyland. En fin, «la vida fue bella» para todos estos dictadores, y no responden a aquellas sentencias de Véronique esos tiranos: casi todos criados en cunas de oro o mínimo con todo el sustento garantizado: tortillas tostadas, atol de elote y yuca con chicharrón, como tragó Maximiliano, o en Venezuela las arepas rellenas que se tragó Maduro toda su vida, y hoy el más terrible opresor de la historia en la bolivariana república. Y pueden sorprenderse con las maravillosas vidas del resto de los dictadores militares latinoamericanos, convertidos casi todos en generales por la «gracia de Dios».
En fin, ¿nacen o se hacen? «He ahí la cuestión»… o los hacemos, o los dejamos ser por la comodidad de evitar nuestro compromiso natural con la libertad, por ejemplo. Otros que se transforman por sus ambiciones o su soberbia, debilidad, para dejarse manipular; en fin, son casi imprevisibles las formas y las razones por las que terminan en dictadores algunos políticos, pero lo fundamental es cuál es nuestro derecho, responsabilidad social, obligación con nosotros mismos: impedir, no aceptar las dictaduras y obligar, apelando a la Constitución que hemos aprobado, para que los órganos del Estado impongan su autoridad.
Por el contrario, muchos «niños» de papá y mamá, por ser consentidos, se vuelven malcriados, exigentes, «dictadores» desde temprana edad, y unos padres muy débiles de carácter, consentidores, dejan que se desarrollen estos monstruos, y si llegan a obtener el poder y los pueblos no despiertan a tiempo, nos imponen sus leyes. Tendrán que calarse una cruel dictadura.
Véronique Chalmet solo nos muestra una fase y a 10 personajes que marcaron el terror en la historia y en sus propios países, en sus propios pueblos. Pero ese fenómeno de las mentes dictatoriales muchas veces es producto de nuestra empatía con el alcahuetismo y conformismo, o por estar ausentes como ciudadanos responsables de nuestros procesos sociales y políticos. No estar de cara a nuestras realidades históricas.